He leído al respecto de una camarera que viajaba a bordo de un barco americano, quien, cuando el barco se estaba hundiendo, vio grandes cantidades de monedas de oro esparcidas sobre el piso de la cabina por personas que las arrojaron allí, en la confusión generada cuando trataban de escapar. Ella reunió cuantas pudo, las envolvió, las ató a su cintura y saltó al agua. Naturalmente se hundió como si fuese una piedra de molino, como si estudiosamente se hubiese preparado para su destrucción.
C. H. Spurgeon, Vol. 52, Pág. 329
lunes, 17 de mayo de 2010
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