lunes, 15 de noviembre de 2010

El objetivo de todo ministerio

Se da por sentado que el objetivo del ministerio cristiano es convertir a los pecadores y edificar el cuerpo de Cristo. Ningún pastor fiel puede hacer menos. El aplauso, la fama, la popularidad, la honra y la riqueza, todo ello, son cosas vanas. Si las almas no son ganadas, si los santos no maduran, el ministerio es vano.

Por lo tanto, la pregunta que cada quien debe responder a su propia conciencia es: “¿Ha sido el propósito de mi ministerio y ha sido el anhelo de mi corazón, ganar a los perdidos y guiarlos para que sean salvos? ¿Es esa la meta de cada sermón que predico y de cada visita que realizo? ¿Es para ésto que oro y trabajo y ayuno y lloro? ¿Es bajo la influencia de este sentimiento que continuamente vivo, camino y hablo? ¿Es para ésto que trabajo y me agoto, contando como mi gozo principal, junto con la salvación de mi propia alma, ser el instrumento para que otros sean salvos? ¿Para ésto existo? ¿Moriría con gusto para lograrlo? ¿He visto que el agrado del Señor prospera mi mano? ¿He visto almas convertidas bajo mi ministerio? ¿Ha encontrado el pueblo de Dios refrigerio en mis palabras, yéndose gozoso por su camino, o más bien no he visto ningún fruto a mis labores y me contento con quedarme sin ser bendecido? ¿Me quedo satisfecho con predicar sin saber si he provocado alguna impresión para salvación, o si he despertado a algún pecador?

Nada que no sea un éxito positivo podría satisfacer al verdadero ministro de Cristo. Sus planes podrían avanzar sin problemas y su maquinaria externa podría funcionar sin pausa, pero si no hubiera el fruto real de la salvación de las almas, todo lo demás no tendría ningún valor. Su sentir es: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gálatas 4: 19).

“Los pastores” –dijo Owen- “raramente son honrados con el éxito, a menos que estén apuntando continuamente a la conversión de los pecadores. El éxito es asegurado por la resolución de que en el poder del Señor y con Su bendición, no dejará de presentarse. El hombre que ha decidido enfrentar cualquier dificultad, que ha contado el costo y que, poniendo sus miras en el premio, ha determinado luchar hasta conseguirlo, es el hombre que vence”.

La apatía del pasado ha desaparecido. Satanás ha tomado activamente el campo, y hay que encararlo de frente. Además, la conciencia de los hombres está inquieta. Dios pareciera estar luchando extensamente con ella, como antes del diluvio. Un hálito del Espíritu Divino ha pasado sobre la tierra, y por eso estos tiempos tienen un carácter trascendental, y es preciso mejorarlos mientras duren.

El único lugar verdadero de descanso donde la duda y el cansancio, el aguijón de una conciencia intranquila y los vivos deseos de un alma insatisfecha pueden ser acallados, es Cristo mismo. No la iglesia, sino Cristo. No las doctrinas, sino Cristo. No los formulismos, sino Cristo. No las ceremonias, sino Cristo: Cristo, el Dios-hombre que dio Su vida por la nuestra, sellando el pacto eterno y haciendo las paces para nosotros por medio de Su sangre en la cruz. Cristo, el depósito divino de toda luz y verdad, “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Colosenses 2: 3). Sólo Cristo es el refugio del alma atribulada, la roca sobre la cual edificar, el hogar para vivir hasta que el gran tentador sea amarrado y cada conflicto haya terminado en victoria.

Horatius Bonar (1808 - 1889) reconocido pastor escocés

martes, 9 de noviembre de 2010

La importancia de un ministerio vivo

“¡Cuánta mayor influencia ejercería en el ministerio cristiano un puñado de hombres buenos y fervientes que una multitud de tibios siervos!”, afirmó Oecolampadius, el reformador suizo, un hombre que enseñaba basándose en una experiencia que dejó plasmada por escrito en beneficio de otras iglesias y de otros tiempos.

La simple multiplicación de hombres que se autodenominan ‘ministros de Cristo’, sirve de muy poco. Podrían no ser otra cosa que desafortunados “obstáculos en el camino”. Podrían ser como Acán, que ocasionó problemas para el pueblo, o quizás como Jonás, que provocó la tempestad. Aun cuando su doctrina sea buena, por su incredulidad, por su tibieza y por su formulismo indolente, pueden hacer un daño irreparable a la causa de Cristo, paralizando y secando toda vida espiritual en torno suyo. El tibio ministerio de quien es ortodoxo en teoría genera con frecuencia una ruina más devastadora y fatal para las almas, que el ministerio de alguien que es notoriamente inconstante o un hereje flagrante. “¿Quién hay en el mundo que sea un zángano más pernicioso que un pastor ocioso?”, preguntaba Cecil. Y Fletcher bien dijo que “los pastores tibios producen creyentes negligentes”. La multiplicación de tales pastores, independientemente de su número, ¿podría ser considerada como una bendición para el pueblo?

Cuando la iglesia de Cristo, en todas sus denominaciones, regresa al ejemplo primitivo, y, caminando en las huellas apostólicas, busca imitar más a los modelos inspirados sin permitir que nada terrenal se interponga entre ella y su Cabeza viviente, entonces pondrá más atención en los hombres a quienes confía el cuidado de las almas, sin importar cuán eruditos y capaces sean, antes bien, asegurándose de que se distingan por su espiritualidad, celo, fe y amor.

Horatius Bonar (1808-1889), reconocido pastor escocés.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Cartas desde el sufrimiento - No.57

Menton
17 de Diciembre de 1891

Mis queridos amigos:

Aunque no pueda estar presente para desearles las bendiciones de la temporada, no quisiera utilizar palabras de cumplidos, sino que quisiera decirles desde mi corazón: ‘les deseo una muy feliz Navidad’. ¡Que la mejor de las bendiciones descienda sobre sus reuniones familiares! ¡Que todos sus hijos sean hijos del Señor, y que de esta manera su unión en los lazos de la carne sea vuelta eterna por los lazos del espíritu! Que el gozo sea con ustedes, pero que sea gozo en el Señor.

Quisiera pedirles que recuerden mi responsabilidad de los huérfanos, y que los hagan felices en el día de la fiesta. Recuerden también a los pobres, y que nadie carezca de nada si ustedes tuvieren la posibilidad de aliviarlos, o de ayudar a lograrlo.

Creo que puedo decir con objetividad que estoy mejor. Si la enfermedad está desapareciendo o no, no podría decirlo, aunque me temo que no hay mucha diferencia; pero en términos generales de salud debo de haber mejorado, o de lo contrario mis sentimientos serían un puro engaño. De cualquier manera, guardo muchas esperanzas, y estoy lleno de alabanzas, y desearía poder ponerme de pie y proclamar el Salmo 103.

¡La bendición del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo sea con cada uno de ustedes eternamente!

Suyo muy afectuosamente

C. H. Spurgeon

martes, 2 de noviembre de 2010

Una seria advertencia

Así, también, necesitan ser advertidas ciertas personas que siempre son dadas a curiosas especulaciones. Cuando leen la Biblia no es para descubrir si son salvas o no, sino para saber si estamos bajo la tercera o la cuarta copas, cuándo ha de tener lugar el milenio, o qué cosa es la batalla de Armagedón.

Ah, amigo, escudriña todas estas cosas si tienes el tiempo y la habilidad, pero ocúpate primero de tu salvación. Bienaventurado el que entiende el libro del Apocalipsis; con todo, antes que nada, entiende ésto: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”. El más brillante doctor en los símbolos y misterios del Apocalipsis será echado fuera tan ciertamente como el más ignorante, a menos que haya venido a Cristo y haya apoyado su alma sobre la obra expiatoria de nuestro grandioso Sustituto
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C. H. Spurgeon, "Vuestra Salvación", sermón no. 1003