jueves, 30 de junio de 2011

¡Recuerda que Cristo y tu alma nunca serán uno hasta que tú y tu pecado sean dos!
C. H. Spurgeon, Sermón #283 – Vol. 5

miércoles, 29 de junio de 2011

Nuestras familias, nuestras escuelas, nuestras congregaciones, para no mencionar a nuestras ciudades, a nuestra patria, a nuestro mundo, deberían ponernos de rodillas diariamente, porque la pérdida de siquiera un alma es más terrible de lo que podemos concebir. El ojo no ha visto, el oído no ha escuchado, ni ha entrado en el corazón del hombre, lo que el alma tiene que sufrir para siempre en el infierno. ¡Señor, haz que sintamos misericordia! “¡Qué misterio: el alma y la eternidad de un hombre dependen de la voz de otro!”
Horatius Bonar (1808 – 1889). Reconocido pastor escocés.

lunes, 27 de junio de 2011

¿Has Nacido de Nuevo?

¿Has nacido de nuevo? Esta es una de las preguntas más importantes de la vida. Jesucristo dijo: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3).

No basta con responder: “Pertenezco a la iglesia; yo supongo que soy cristiano”. Miles de cristianos nominales no muestran ninguna de las señales de haber nacido de nuevo que las Sagradas Escrituras nos proporcionan, muchas de ellas anotadas en la Primera epístola de Juan.

No comete habitualmente pecados

Primero, Juan escribió: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado” (1 Juan 3:9). “Todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado” (1 Juan 5:18).

La persona que es nacida de nuevo, o que ha sido regenerada, no comete habitualmente pecados. Ya no peca con su corazón ni con su voluntad. Probablemente hubo una época cuando no pensaba si sus acciones serían o no pecaminosas, y no siempre sentía pesar después de haber hecho el mal. No había problemas entre él y el pecado; eran amigos, pero el cristiano auténtico odia el pecado, huye de él, lucha contra él, lo considera su mayor plaga, resiente la carga de su presencia, se duele cuando cae bajo su influencia y anhela librarse totalmente de él. El pecado ya no le agrada y ni siquiera le es indiferente; ha llegado a ser algo que odia. No obstante, no puede eliminar su presencia dentro de él.

Si dijera que no tiene pecado, estaría mintiendo (1Juan 1:8). Pero puede decir que odia el pecado y que el gran anhelo de su alma es no volver a cometer ningún pecado. No puede impedir malos pensamientos, ni que faltas, omisiones y defectos aparezcan tanto en sus palabras como en sus acciones. Sabe que “todos ofendemos muchas veces” (Santiago 3:2).

Pero puede decir ciertamente, en la presencia de Dios, que estas cosas le causan dolor y tristeza y que su naturaleza entera no las consiente. ¿Qué diría de ti el apóstol? ¿Has nacido de nuevo?

Cree en Cristo

Segundo, Juan escribió: “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios” (1 Juan 5:1).

El hombre que es nacido de nuevo, o es regenerado, cree que Jesucristo es el único Salvador que puede perdonar su alma, que es la persona divina designada por Dios el Padre justamente para este propósito, y fuera de Él no hay ningún Salvador. Se considera indigno. Pero tiene plena confianza en Cristo, y confiando en él, cree que todos sus pecados han sido perdonados. Cree que, porque ha aceptado la obra consumada de Cristo y la muerte en la cruz, es considerado justo a los ojos de Dios, y puede encarar la muerte y el juicio sin temor.

Puede tener temores y dudas. Quizás a veces diga que se siente como que no tiene nada de fe. Pero pregúntale si está dispuesto a confiar en otra cosa en lugar de Cristo, y observa lo que dice. Pregúntale si está dispuesto a basar su esperanza de vida eterna en su propia bondad, en sus propias obras, en sus oraciones, en su pastor o en su iglesia, y nota su respuesta. ¿Qué diría de ti el apóstol? ¿Has nacido de nuevo?

Practica justicia

Tercero, Juan escribió: “todo el que hace justicia es nacido de él”(1 Juan 2:29).

El hombre que es nacido de nuevo, o es regenerado, es un hombre santo. Procura vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, hacer las cosas que agradan a Dios y evitar las cosas que Dios aborrece. Desea continuamente tener su ejemplo en Cristo su ejemplo y dar muestras de ser amigo de Jesús haciendo todo lo que Él ordena. Sabe que no es perfecto. Percibe, con dolor, su corrupción interior. Tiene conciencia de un principio maligno dentro de sí mismo que lucha constantemente contra la gracia y trata de apartarlo de Dios. Pero no lo consiente, aunque no pueda impedir su presencia.

Aunque a veces puede sentirse tan bajo que cuestiona si es o no cristiano, podrá decir con John Newton: “No soy lo que debo ser, no soy lo que quiero ser, no soy lo que espero ser en el más allá; pero aun así no soy lo que era, y por la gracia de Dios soy lo que soy.” ¿Qué diría de ti el apóstol? ¿Has nacido de nuevo?

Ama a los demás cristianos

Cuarto, Juan escribió: “Sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos” (1 Juan 3:14).

El hombre que ha nacido de nuevo tiene un amor especial por todos los auténticos discípulos de Cristo. Al igual que su Padre en los cielos, ama a todos los hombres con un gran amor general, pero tiene un amor especial por los que comparten su fe en Cristo. Al igual que su Señor y Salvador, ama a los peores pecadores y puede llorar por ellos; pero tiene un amor particular por los que son creyentes. Nunca se siente tan en casa como cuando está en su compañía.

Siente que todos son miembros de la misma familia. Son sus soldados compañeros, luchando contra el mismo enemigo. Son sus compañeros de viaje, viajando por el mismo camino. Los comprende, y ellos lo comprenden a él.

Pueden ser muy distintos a él de muchas maneras: en rango, en posición y en riquezas. Pero eso no importa. Son los hijos e hijas de su Padre y no puede menos que amarlos. ¿Qué diría de ti el apóstol? ¿Has nacido de nuevo?

Vence al mundo

Quinto, Juan escribió: “Todo lo que es nacido de Dios vence al mundo” (1 Juan 5:4).

El hombre que ha nacido de nuevo no usa la opinión del mundo como su norma con respecto a lo bueno y lo malo. No le importa ir contra la corriente de las conductas, ideas y costumbres del mundo. Lo que dicen o hacen los demás ya no le preocupa. Vence al amor del mundo. No encuentra placer en las cosas que parecen dar felicidad a la mayoría de las personas. A él le parecen necias e indignas de un ser inmortal.

Ama los elogios de Dios más que los elogios del hombre. Teme ofender a Dios más que ofender a los hombres. No es importante para él si lo culpan o elogian, su meta principal es agradar a Dios. ¿Qué diría de ti el apóstol? ¿Has nacido de nuevo?

Se mantiene puro

Sexto, Juan escribió: “Aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado” (1 Juan 5:18).

El hombre que ha nacido de nuevo cuida su propia alma. Procura no sólo evitar el pecado sino también todo lo que pueda llevarlo a él. Es cuidadoso de sus compañías. Sabe que las comunicaciones impías corrompen el corazón y que el mal es más contagioso que el bien, así como una enfermedad es más contagiosa que la salud. Es cuidadoso en cuanto al uso de su tiempo, su anhelo principal es usarlo con provecho.

Anhela vivir como un soldado en territorio enemigo --usar continuamente su armadura y estar preparado para la tentación. Es diligente en ser un hombre vigilante, humilde y de oración. ¿Qué diría de ti el apóstol? ¿Has nacido de nuevo?

La prueba

Estas son las seis grandes características del cristiano que ha nacido de nuevo. Hay una gran diferencia en la profundidad y claridad de estas características en distintas personas. En algunas son débiles y casi ni se notan. En otras son fuertes, claras e inconfundibles, de modo que cualquiera las puede notar. Algunas de estas características son más visibles que otras en cada individuo. Rara vez son todas igualmente evidentes en una persona dada.

Pero aun así, teniendo todo en cuenta, aquí encontramos grabadas seis características del que es nacido de Dios.

¿Cómo hemos de reaccionar a estas cosas? Podemos, por lógica, llegar a una sola conclusión: únicamente los que son nacidos de nuevo tienen estas seis características, y los que no las tienen no son nacidos de nuevo. Esta parece ser la conclusión a la cual el apóstol quería que llegáramos.

¿Tienes estas características?

J. C. Ryle (1816 - 1900)

miércoles, 22 de junio de 2011

No hay ninguna diferencia entre los glorificados en el cielo y los condenados en el infierno, excepto la diferencia que Dios estableció por Su propia gracia soberana.
C. H. Spurgeon, sermón no. 341 – Volumen 6.
Los gozos de esta vida con los que Dios nos bendice deberían hacernos crecer en gracia y gratitud, deberían ser un motivo suficiente para la forma más excelsa de consagración, pero, como una regla, sólo somos conducidos a Cristo mediante una tormenta, quiero decir la mayoría de nosotros. Hay benditas y favorables excepciones, pero la mayoría de nosotros necesita la vara, tiene que tenerla, y no pareciéramos aprender la obediencia, excepto a través de la disciplina, de la disciplina del Señor. Aquí dejo ese pensamiento.
C. H. Spurgeon - Insondable

jueves, 16 de junio de 2011

Diario de Spurgeon

18 de Mayo – 1850

Recorrí el Distrito de la Estación. Cuando comencé, estaba mudo en lo que respecta a las cosas espirituales. Pronto sentí la operación del Señor en alguna medida. Bendito sea Su santo nombre por los siglos de los siglos, y todos los redimidos han de decir: ¡Amén! Suyo es el poder. ¡Amado, Tu belleza es perdurable! Es algo glorioso contemplarte. ¡Dame más de las visiones embelesadoras de Tu rostro, de las miradas de Tu amor, y más constante comunión Contigo! ¡Señor, dígnate moverte en la tierra, y trae a Tus elegidos de entre los condenados pecadores del mundo!

miércoles, 15 de junio de 2011

El bautismo es una ordenanza admirable en la que el creyente tiene comunión con Cristo en Su muerte. Es un símbolo; pero no es nada más que eso. Decenas de miles y millones han sido bautizados y han muerto en sus pecados. O ¿qué beneficio hay en el sacrificio incruento de la Misa, como dice el Anticristo? ¿Dice alguien que es “un sacrificio incruento”, y sin embargo, lo ofrecen como una propiciación por el pecado? Nosotros arrojamos este texto en sus caras: “Sin derramamiento de sangre no se hace remisión”. ¿Acaso responden que la sangre está allí en el cuerpo de Cristo? Nosotros respondemos que incluso si así fuera, eso no respondería al caso, pues es sin derramamiento de sangre, sin sangre derramada; la sangre como algo distinto del cuerpo; pero sin el derramamiento de sangre no hay remisión del pecado.
AUNQUE HAY PERDÓN DE PECADO, NUNCA ES SIN DERRAMAMIENTO DE SANGRE.

Esa es una frase arrolladora pues hay algunos seres en este mundo que confían en su arrepentimiento para el perdón del pecado. Más allá de toda duda es tu deber arrepentirte de tu pecado. Si has desobedecido a Dios, debes lamentarlo. Dejar de pecar no es sino el deber de la criatura, pues de lo contrario, el pecado no sería la violación de la santa ley de Dios. Pero has de saber que todo el arrepentimiento del mundo no puede borrar el más pequeño pecado. Si sólo un pensamiento pecaminoso se atravesara por tu mente, y tú te afligieras por él todos los días de tu vida, la mancha de ese pecado no podría ser quitada ni siquiera por la angustia que te cuesta. El arrepentimiento es la obra del Espíritu de Dios, y es un don muy precioso y es un signo de gracia; pero no hay ningún poder expiatorio en el arrepentimiento. En un mar lleno de lágrimas penitenciales no hay ni el poder ni la capacidad para lavar una sola mancha de esta espantosa inmundicia. Sin el derramamiento de sangre no se hace remisión.

Una Ley Inalterable - sermón de C. H. Spurgeon

lunes, 13 de junio de 2011

Diario de Spurgeon


17 de Mayo – 1850

Han pasado ahora quince días desde mi bautismo. ¡Cuán solemnemente me he consagrado a Ti! Quisiera repetir mis votos ahora, y consagrarme solemnemente a Ti de nuevo.



“Sean testigos, ustedes, hombres y ángeles, ahora,
Si yo abandono al Señor”.

En Su fuerza puedo hacerlo todo. Tú has jurado salvar, y ni la muerte ni el infierno podrían impedir Tu propósito eterno. ¡Sostenme! Tú me has bendecido. Sólo Tú puedes hacerlo. Si Tú no salvas, he de perecer. Tú no me dejarás; Tú me has mostrado una porción de la gloria de Tu rostro.