viernes, 30 de diciembre de 2011

Hablando de nuestro Señor, el autor de la biografía de San Benito de Nursia, San Gregorio Magno, afirma: “Cristo estuvo anuente a morir ante los altivos y a resucitar ante los humildes con el resultado de que los altivos vieron en Él algo despreciable y los humildes vieron algo que tenían que amar y venerar. Como resultado de este misterio sucedió que mientras los altivos ven el desprecio de la muerte, los humildes, por otro lado, reciben la gloria del poder sobre la muerte”.
Vida de Benito por Gregorio Magno
Early Christian Lives
Penguin Classics

jueves, 29 de diciembre de 2011

Yo oro pidiendo que cada miembro de esta iglesia sea un varón de vigor interior y no uno de esos bebés a quienes tenemos que estar cuidando cada día y alimentando con viandas con una cuchara espiritual cada día domingo, sino varones que, por la bendición de Dios, tienen algo en su interior cuyo valor conocen, y a lo que no podrían renunciar aunque todo el mundo los tentara o los amenazara. He comparado a esos sólidos creyentes con navegantes, y no retiraré la comparación, pues necesitamos hombres que puedan decirles a los montes: “Quítate”, y a los valles: “Engrandécete”; y es por tales agentes que el Señor enderezará calzada en la soledad para Su marcha de misericordia.
C. H. Spurgeon - Vida en Abundancia
¡Pecador, tienes que mirar a Cristo! Eres enteramente dependiente de la voz vivificadora de Aquel que es la resurrección y la vida. “Eso” –diría alguien- “es muy desalentador para nosotros”. La intención es que lo sea. Es un acto de bondad desalentar a los hombres cuando actúan basados en principios erróneos. En tanto que pienses que tu salvación puede ser alcanzada mediante tus propios esfuerzos, o mediante tus méritos, o mediante cualquier otra cosa que pudiera provenir de ti mismo, vas por la ruta equivocada y es nuestro deber disuadirte. El camino a la vida va en la dirección opuesta. Tienes que mirar al Señor Jesucristo en vez de mirarte a ti mismo, tienes que confiar en lo que Él ha hecho y no en lo que tú pudieras hacer, y no debes valorar lo que tú pudieras obrar en ti, sino lo que Él obra en ti. Recuerda que Dios declara: “Para que todo aquel que cree en Jesús, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Por tanto, si eres capacitado a venir y confiar en la sangre y en la justicia de Jesucristo, tienes de inmediato esa vida eterna que todas tus oraciones y tus lágrimas, tu arrepentimiento, tus asistencias a la iglesia o a la capilla y los sacramentos, no podrían darte nunca. Jesús puede dártela libremente en este momento, pero tú no puedes generarla por ti mismo. Podrías imitarla engañándote a ti mismo, podrías hermosear el cadáver y hacer que parezca como si estuviera vivo, y pudieras provocarle algunos movimientos espasmódicos por medio de corrientes eléctricas, pero la vida es un fuego divino y tú no puedes ni robarte la llama ni encenderla por ti mismo; a Dios únicamente le corresponde dar vida y por tanto te exhorto a que mires únicamente a Dios en Cristo Jesús. Cristo ha venido para que tengamos vida; si hubiéramos podido obtener la vida sin necesidad de Su venida, ¿por qué fue necesario que viniera? Si los pecadores pudieran recibir la vida aparte de la cruz, ¿por qué fue necesario clavar al Señor de Gloria al vergonzoso madero? ¿Por qué las heridas sangrantes, Emanuel, si la vida podía venir por alguna otra puerta? Pero, además, ¿por qué el Espíritu de Dios descendió en Pentecostés, y por qué permanece todavía entre los seres humanos si pudieran ser vivificados sin Él? Si la vida pudiera ser alcanzada prescindiendo del Espíritu Santo, ¿con qué fin obra Él en el corazón humano? El sangrante Salvador y el Espíritu que mora en el hombre son pruebas contundentes de que nuestra vida no proviene de nosotros mismos, sino que proviene de arriba. ¡Oh trémulo amigo, apártate de ti mismo, entonces! ¡No busques entre los muertos al que vive! No busques la vida divina en el sepulcro del yo. La vida de los hombres está en ese Salvador, y todo aquel que cree en Él no perecerá jamás.
C. H. Spurgeon - Vida en Abundancia

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Todos nosotros por naturaleza estamos “muertos en delitos y pecados”. En el día en que nuestros primeros padres quebrantaron la ley murieron espiritualmente y todos nosotros morimos en ellos; y ahora hoy, separados de Cristo, todos nosotros estamos muertos para las cosas espirituales y estamos desprovistos de ese Espíritu viviente que nos capacita para tener comunión con Dios y para gozar y entender las cosas espirituales. Todos los hombres están desprovistos por naturaleza del Espíritu que vivifica para alcanzar la forma más sublime de vida. Los hombres no regenerados cuentan con una vida física y mental, pero carecen de vida espiritual, y no la tendrían jamás excepto si Jesús se las otorga. El Espíritu de Dios sale según la voluntad divina, e implanta en nosotros una simiente viva e incorruptible que es comparable a la naturaleza divina, y nos confiere una nueva vida en virtud de la cual vivimos en el reino de las cosas espirituales, comprendemos las enseñanzas espirituales, buscamos propósitos espirituales y estamos vivos para Dios, quien es Espíritu. Ninguno de nosotros tiene alguna vida de ese tipo por nacimiento; tampoco la recibimos gracias a ritos ceremoniales ni puede ser obtenida por algún mérito humano. Los muertos no pueden volver a la vida a no ser por un milagro y tampoco el hombre puede resucitar a la vida espiritual a no ser por la obra del Espíritu de Dios en él, pues Él es el único que puede vivificarnos. Cristo Jesús ha venido para llamarnos a que salgamos de los sepulcros del pecado. Muchos ya han oído Su voz y viven.
C. H. Spurgeon - Vida en Abundancia

jueves, 22 de diciembre de 2011

Joven que estás comenzando a predicar, no tengas miedo de apegarte a tus textos; esa es la mejor manera de obtener variedad en tus discursos. Satura tus sermones de ‘Biblina’, la esencia de la verdad bíblica y siempre tendrás algo nuevo que comunicar.
C. H. Spurgeon - Un Hito Memorable

miércoles, 7 de diciembre de 2011

¿Qué tienes que no hayas recibido?

“¿Qué tienes que no hayas recibido?” Durante mucho tiempo ha habido una gran discusión doctrinal entre los calvinistas y los arminianos sobre muchos puntos importantes. Yo estoy personalmente persuadido de que únicamente el calvinista está en lo correcto en algunos puntos, y que únicamente el arminiano está en lo correcto en otros puntos. Hay mucho de verdad en el lado positivo de ambos sistemas, y mucho de error en el lado negativo de ambos. Si se me preguntara: “¿por qué es condenado un hombre?”, yo respondería como respondería un arminiano: “él se destruye a sí mismo”. Yo no me atrevería a colocar la ruina del hombre a la puerta de la soberanía divina. Por otro lado, si se me preguntara: “¿por qué es salvado un hombre?”, sólo podría dar la respuesta calvinista: “él es salvado por medio de la gracia soberana de Dios, y no por sí mismo en lo absoluto”. Yo no soñaría en atribuir la salvación al hombre mismo en ninguna medida. De hecho no he encontrado que a ningún cristiano le interese contender con un ministerio que contenga estas dos verdades en proporciones justas. Los encuentro dando coces contra las inferencias que se supone que se derivan de uno o de otro de esos sistemas, y algunas veces los veo dando voces innecesariamente para “reconciliarlos”; pero las dos verdades juntas, como regla, se recomiendan a la conciencia y me siento seguro de que si pudiera presentarlas a ambas esta mañana con igual claridad me ganaría el asentimiento de la mayoría de los cristianos. En este momento, sin embargo, tengo que limitarme a la declaración de que toda la que gracia que tenemos es un don de Dios para nosotros, y confío en que nadie suponga, por tanto, que niego el otro lado de la pregunta. Yo creo con toda certeza que no hay nada bueno en nosotros, excepto lo que hemos recibido. Por ejemplo, nosotros estábamos muertos en delitos y pecados, y fuimos revividos a la vida espiritual: hermanos míos, ¿brotó esa vida de las costillas de la muerte? ¿Engendró el gusano de nuestra corrupción la simiente viva de la regeneración? Sería absurdo pensarlo. Alabado sea Dios por Su gran amor con que nos amó -aun cuando estábamos muertos en el pecado- que lo condujo a vivificarnos por Su gracia. Nuestros múltiples pecados han sido perdonados; totalmente perdonados; hemos sido limpiados por medio de la sangre preciosa de Cristo. ¿Lo merecíamos? ¿Dice alguien que profese ser cristiano, por un solo instante, que merecía el rescate pagado por Cristo y que merecía el perdón de su pecado? Siquiera imaginar eso sería una blasfemia monstruosa. Oh, no; “Por gracias sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. Dios nos perdonó gratuitamente; no podría haber existido ninguna cualidad en el pecado que hubiera podido originar el amor perdonador. Tuvo misericordia de nosotros porque quiso tener misericordia de nosotros, no porque pudiéramos exigir nada de Su mano.
C. H. Spurgeon - sermón #1271
Dios preserva a los extranjeros. En todas las naciones, en tiempos antiguos, los extranjeros eran echados fuera; no querían que ningún extranjero se estableciera en medio de ellas. En este país, en casi cada aldea, solía ser la práctica que un extranjero fuera considerado como un tipo de perro loco; y si se daba el caso de que usara un vestido diferente del que usaban los aldeanos, todos los muchachos le gritaban. Pareciera que nuestra depravada humanidad es naturalmente hostil para con los extranjeros. Con frecuencia oigo decir a la gente incluso ahora: “¡oh, él es un extranjero!” ¡Oh, tú, inglés altivo! ¿Acaso no es tan bueno como tú? Tú eres un extranjero cuando llegas al otro lado del Canal de la Mancha. La orden de Dios a Su antiguo pueblo era que debían ser amables con los extranjeros. Dondequiera que llegaran los extranjeros, se les debía permitir habitar, y debían ser protegidos. Dios lo expresó así para Israel: “Y al extranjero no engañarás ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto”; y debido a que Dios los amó cuando fueron extranjeros en Egipto, debían tener especial cuidado de los forasteros y de los extranjeros que se establecían entre ellos.

¡Cuán grandioso rasgo del carácter de Dios es éste: “Jehová guarda a los extranjeros”! Si algunos de ustedes se sienten muy extranjeros aquí esta noche, si son forasteros para la religión, forasteros para las observancias religiosas, forasteros para todo lo que es bueno, si sienten, cuando oyen el Evangelio, que son tan completamente extraños a él que suena muy extrañamente a sus oídos, ¡vengan, amados forasteros, “Jehová guarda a los extranjeros”! Vengan bajo la sombra de Sus alas, y allí encontrarán refugio. El padre está muerto, la madre está muerta, todos los amigos se han ido, e incluso en la propia aldea donde naciste eres un extraño; ven, pues tu Dios no está muerto, tu Salvador vive: “Jehová guarda a los extranjeros”.

C. H. Spurgeon - Sermón #2347
Querido amigo, todo lo que te distinga del pecador común es un don de la gracia de Dios para ti. Tú sabes que lo es. Tienes fe en Cristo, sí, pero, ¿no obró el Espíritu Santo esa fe en ti? ¿No suscribes gozosamente la doctrina de que la fe es producto de la operación de Dios? Tú tienes arrepentimiento del pecado, pero, ¿fue el arrepentimiento algo natural para ti? ¿No lo recibiste de Aquel que es exaltado en lo alto para dar arrepentimiento? ¿Acaso no es tu arrepentimiento un don Suyo? “Ciertamente” –dirá alguien- “pero el mismo Evangelio fue predicado a otros así como a nosotros”. Precisamente así es. Tal vez el mismísimo sermón que fue el instrumento de tu conversión dejó impasibles a otros. Entonces, ¿en qué consistió la diferencia? ¿Acaso respondes: “Nosotros quisimos creer en Jesús”? Eso es verdad; una fe renuente no sería ninguna fe; pero ¿quién influenció tu voluntad? ¿Fue influenciada tu fe por una mejor condición de tu naturaleza por la que pudieras reclamar algún crédito? Por mi parte rechazo con aborrecimiento una idea de esa naturaleza. ¿Acaso replicas: “Nuestra voluntad fue influenciada por nuestro entendimiento, y nosotros elegimos lo que reconocimos como lo mejor”? Sí, pero, ¿quién iluminó tu entendimiento? ¿Quién te dio la luz que iluminó tu mente para que eligieras el camino de la vida? “Oh” –dices tú- “pero nuestros corazones estaban enfocados a la salvación, y los corazones de los demás no lo estaban”. Eso también es cierto, pero entonces, ¿quién hizo que tu corazón se enfocara en esa dirección? ¿Quién fue el que tomó la iniciativa? ¿Fuiste tú o fue Dios? Allí está la pregunta, querido hermano mío, y si te atreves a afirmar que en el asunto de tu salvación tú fuiste el que tomó la iniciativa, me veo imposibilitado de entenderte, y yo espero que haya pocas personas que compartan tu creencia.
C. H. Spurgeon - sermón 1271 - Volumne 22

viernes, 2 de diciembre de 2011

Sería algo triste estar desprovisto por completo de un paladar natural; yo conozco a una persona que no tiene el sentido del gusto. El poeta Wordsworth careció durante años del sentido del olfato. Él era un caso muy notable, con una mente muy sutil, muy preciosa, muy hermosa. Una vez, durante un lapso muy breve, le regresó el sentido del olfato cuando estaba entre los brezos, y ustedes saben cómo cada ‘primavera’ (flores amarillas) a la vera del río tenía palabras para Wordsworth, y le hablaba realmente; y cuando le llegaba el dulce perfume de las apreciadas flores de mayo, el poeta quedaba muy arrobado, como si por un breve lapso hubiera entrado en el cielo. Pero el sentido del olfato pronto se esfumó, y otra vez se vio infelizmente desprovisto de él. La flor más rica, el más dulce arbusto no podrían ser nada para el hombre cuya nariz fuera insensible a su perfume.
C. H. Spurgeon - El Mejor Banquete de Navidad