jueves, 23 de septiembre de 2010

Reflexiones de George Müller sobre la fe

Cuando me han sobrevenido tribulaciones que eran mucho más pesadas que las necesidades financieras; cuando se difundían reportes engañosos afirmando que los huérfanos padecían de hambre o que eran tratados con crueldad; o cuando llegaban tribulaciones mayores en conexión con esta obra, semana tras semana, y yo me encontraba a casi mil quinientos kilómetros de distancia de Bristol; en esos tiempos mi alma confiaba plenamente en Dios. Yo creía en Sus promesas, y derramaba mi alma delante de Él. Después de estar de rodillas, podía ponerme de pie en paz, porque el problema había sido echado sobre Dios.

Por la gracia de Dios, yo no me jacto cuando hablo de esta manera. Yo tributo únicamente la gloria a Dios porque me ha capacitado para confiar en Él, y no ha permitido que desfallezca mi confianza en Él. Nadie debe pensar que mi dependencia de Dios sea un don inusual que me fue dado a mí, pero que otros santos no tendrían ningún derecho de esperar.

Confiar en Dios quiere decir algo más que obtener dinero por medio de la oración y de la fe. Por la gracia de Dios, yo deseo que mi fe se extienda hacia todas las cosas: a los más pequeños de mis asuntos temporales y espirituales, a mi familia, a los santos entre quienes laboro, a la Iglesia en general, y a todo lo que tiene que ver con la prosperidad temporal y espiritual de la ‘Institución del Conocimiento Escritural’.

Doy gracias a Dios por la fe que me ha dado, y le pido que la afirme y la aumente. No permitan que Satanás los engañe induciéndolos a pensar que ustedes no podrían tener la misma fe. Cuando yo pierdo algo, como por ejemplo alguna llave, le pido al Señor que me conduzca a ella, y espero una respuesta a mi oración. Cuando una persona con quien he hecho alguna cita no ha llega, y eso me causa un inconveniente, le pido al Señor que la apresure a llegar. Cuando no entiendo un pasaje de la Palabra de Dios, elevo mi corazón al Señor pidiéndole que, por Su Santo Espíritu, me instruya. Espero recibir la enseñanza, aunque yo no fijo ni el tiempo ni la manera en que he de recibirla. Cuando voy a ministrar la palabra, busco la ayuda del Señor. Si bien estoy consciente de mi incapacidad natural así como de mi completa indignidad, me siento confiado y alegre porque busco Su ayuda y creo que Él me ayudará.

¡Tú puedes hacer lo mismo, amado lector creyente! No pienses que yo soy alguien extraordinario que gozo de privilegios que están por encima de los que gozan otros amados hijos de Dios. ¡Te animo a que lo intentes! Permanece firme en la hora de la prueba, y verás la ayuda de Dios, si confías en Él. Cuando abandonamos los caminos del Señor en la hora de tribulación, se pierde el alimento de la fe.

Esto me conduce al siguiente punto importante. Tú me preguntas: “¿Qué puedo hacer para fortalecer mi fe?” La respuesta es esta: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1: 17). El aumento de la fe es un don perfecto, y ha de venir de Dios. Por tanto, debemos pedirle esta bendición.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Un benéfico comentario de George Müller

Yo deseo que todos los hijos de Dios que lean este relato de la obra del Señor en Bristol, sean conducidos a confiar en Él para todo lo que necesiten en cualesquiera circunstancias. Oro pidiendo que las muchas respuestas a la oración que hemos visto, los animen a orar, particularmente por la conversión de sus amigos y parientes, por su propio crecimiento en la gracia y en el conocimiento, por los santos a quienes conocen personalmente, por la condición de la Iglesia, y por el éxito de la predicación del Evangelio. Con afecto les advierto especialmente en contra del peligro de ser confundidos pensando, por el engaño de Satanás, que estas cosas son peculiares a mí y que no pueden ser disfrutadas por todos los hijos de Dios.

Todos los creyentes son llamados, en la simple confianza de la fe, a echar todas sus cargas sobre Dios y a confiar en Él para todo. No sólo deben convertir todo en tema de oración, sino que deben esperar respuestas a sus peticiones que hubieren hecho conforme a Su voluntad y en el nombre del Señor Jesús.

Yo no poseo el don de la fe mencionado en 1 Corintios 12: 9 junto con los dones de sanidades, de hacer milagros y de profecía. Es cierto que la fe que yo soy capaz de ejercitar, es el propio don de Dios. Sólo Él sustenta mi fe, y sólo Él puede aumentarla. Yo dependo de Él momento a momento. Si me dejara solo, mi fe fallaría por completo.

Mi fe es la misma fe que se encuentra en todo creyente. Ha ido aumentando poco a poco a lo largo de los últimos veintiséis años. Muchas, veces, cuando hubiera podido volverme loco por la aflicción, estaba en paz porque mi alma creyó en la verdad de esta promesa: “Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8: 28).

Cuando mi hermano y mi amado padre fallecieron, yo no tenía ninguna evidencia de que habían sido salvados. Pero no me atrevo a decir que están perdidos, pues yo no lo sé. Mi alma estaba en completa paz en esta dura prueba, que es una de las mayores pruebas que un creyente pudiera experimentar. Yo me aferré a esta promesa: “El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” (Génesis 18: 25). Esta palabra, conjuntamente con el carácter íntegro de Dios, según se ha revelado a Sí mismo en Su santa Palabra, resolvió todos los cuestionamientos. Yo creí lo que Él ha dicho concerniente a Sí mismo y he tenido paz desde entonces en lo relativo a ese asunto.

Cuando, algunas veces, todo parecía ser oscuro en mi ministerio, habría podido ser invadido por la aflicción y la desesperación. En esos momentos fui animado en Dios por fe en Su poder omnipotente, en Su amor inmutable y en Su infinita sabiduría. Me decía: “Dios puede y quiere librarme”. Está escrito: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8: 32) Esta promesa guardaba la paz de mi alma.

Tomado de: The Autobiography of George Müller
Traducción de Allan Román