miércoles, 25 de febrero de 2009

Cartas desde el sufrimiento - No.19

6 de Noviembre de 1881

Queridos amigos:

Dejando mi hogar de inmediato espero escapar de las humedades de la presente estación, y confío acopiar suficientes fuerzas con las que pueda soportar el invierno sin ninguna recaída de mi salud. Todos ustedes saben cómo me deleito en mi trabajo, y con cuánta renuencia lo dejo, aunque sea por un corto tiempo, pero el miedo de mi dolorosa enfermedad y la convicción de que mi mente necesita un poco de reposo, me fuerzan a dejarlos por un breve tiempo.

Se me ocurre que les gustaría saber cómo será suplido el púlpito. Mi hermano y bienamado copastor predicará usualmente los jueves por la noche, y estoy seguro de que quienes asisten fielmente se verán gratificados por una enseñanza eficaz. Los servicios dominicales están planeados de la manera siguiente:

Nov. 13, R. H. Lovell
Nov. 20, D. L. Moody
Nov. 27, (mañana) A. G. Brown
Nov. 27, (noche) W. Y. Fullerton
Dic. 4, (mañana) C. Spurgeon (su hijo)
Dic. 4, (noche) James Spurgeon (su hermano)
Dic. 11, R. H. Lovell
Dic. 18, (mañana) J. Jackson Wray
Dic. 18, (noche) W. Y. Fullerton

El domingo en el que está programado nuestro honorable amigo, el señor Moody, pueden esperar una vasta multitud, mucho mayor de la que pueda caber, y yo les recomiendo a aquellos amigos que no tienen asientos asignados, que tomen inmediatamente los asientos disponibles para que les resulte fácil entrar, tanto a ellos como a sus amigos. Si el público en general llegara a saber que se podrían obtener algunos asientos, los ocuparían de inmediato, pero yo preferiría que nuestros miembros y adherentes regulares obtuvieran los sitios disponibles.

Asegúrense de mantener todos los servicios en pleno vigor durante mi ausencia, y, en especial, las reuniones de oración. Aquellos que asisten a mi reunión favorita, los jueves por la noche, tienen el compromiso de mantener su asistencia, pero espero que otras personas se les unan.

El señor Moody va a inaugurar una serie de servicios evangelísticos, que serán continuados por nuestros amados hermanos, los señores Fullerton y Smith. Darán comienzo el día 21 de Noviembre, y continuarán hasta el 18 de Diciembre, pero se les darán a conocer los detalles de los servicios cuando los hermanos hayan hechos los arreglos pertinentes. Quiero que todos y cada uno de ustedes tengan la determinación de que estos servicios sean un gran éxito. Pueden alcanzar esto sólo por medio de mucha oración, de esfuerzo personal y de asistencia frecuente. Atraigan a los inconversos, supliquen a Dios por ellos, expónganles el Evangelio sencillamente y háganlo desde lo más profundo de sus corazones. Espero que las reuniones no requieran de una publicidad costosa, sino que den a conocer las reuniones personalmente. En esta ocasión confío que la obra se pague a sí misma con base en las ofrendas de quienes simpatizan con este esfuerzo. Todas las otras iglesias visitadas por los evangelistas han provisto últimamente su propio mantenimiento, y quienes están en nuestra iglesia no deben quedarse atrás. No queremos que los indiferentes donen, sino que quienes se benefician de la palabra sientan que es un placer compartir sus cosas materiales con aquellos que les comparten sus cosas espirituales.

Al dejar el trabajo en este momento, siento mucha confianza en que mis amigos dispuestos y probados ya por mucho tiempo, no permitirán que nada decaiga; y espero también en el Señor que no permitirá que Su propia obra mengüe por la debilidad de Su siervo. El Colegio del Pastor necesita todavía de la amorosa ayuda de ustedes: mantengan la ofrenda semanal. El Orfanato no ha de ser olvidado: trabajen duro para el bazar, en el que cada uno de nosotros debe participar, por causa de nuestras pobres huerfanitas.

Por todo el amor de estos veintisiete años, estoy más que obligado con ustedes. Permanezcan en feliz unión los unos con los otros, en santa unión con Jesús. Apoyen a mi hermano y a sus diáconos y ancianos. Permítanme que me goce en ustedes más y más, y que la presencia del Señor esté siempre con ustedes.

Su amante Pastor

C. H. Spurgeon

martes, 17 de febrero de 2009

Arrumbados. ¿Por qué?

Las visitas de la enfermedad son misteriosas. Cuando el Señor está usando a un hombre para Su gloria, es muy singular que le hiera súbitamente, y suspenda Su utilidad. Tiene que ser algo bueno, pero, la razón de ello no se ve por ningún lado cerca de la superficie. Al pecador cuyos actos contaminan a la sociedad en la que se mueve, se le permite frecuentemente, año tras año, derrochar su vigor inagotable infectando a todos los que se le acercan. Ninguna enfermedad lo aparta de su ministerio mortal, ni siquiera durante una hora; siempre está en su puesto, siempre está lleno de energía en su misión de destrucción. ¿Cómo es que un corazón ávido del bienestar de los hombres y de la gloria de Dios, se ve obstaculizado por una constitución enfermiza, y ve sofocada su máxima utilidad por causa de los ataques de una dolorosa enfermedad? Podríamos hacernos esa pregunta si la hiciéramos sin murmurar, pero, ¿quién nos la respondería? Cuando el avance de un cuerpo de soldados es detenido por un fuego hostil que esparce dolorosas heridas por todos lados, entendemos que esto es sólo uno de los incidentes naturales de la guerra; pero si un comandante detuviera a sus tropas en medio de la batalla y procediera con su propia mano a eliminar a algunos de sus más celosos guerreros, ¿acaso no nos quedaríamos desconcertados tratando de entender sus motivos? Felizmente para nosotros, nuestra dicha no depende de nuestro entendimiento de la providencia de Dios: somos capaces de creer aquello que no somos capaces de explicar, y nos contentamos con dejar mil misterios sin resolver antes que tolerar una sola duda en cuanto a la sabiduría y la bondad de nuestro Padre celestial. La penosa dolencia que pone al ministro cristiano hors de combat (fuera de combate) cuando es más necesitado en el conflicto, es un tipo de mensajero del Dios de amor y ha de ser recibido como tal: esto lo sabemos, pero, pero no podríamos explicarnos con precisión por qué es así.

Hemos de considerar esto más detenidamente. ¿Acaso no es bueno que nos veamos perplejos y confundidos y como resultado nos veamos forzados a ejercitar la fe? ¿Sería bueno para nosotros que las cosas fueran tan ordenadas, que nosotros mismos pudiéramos ver la razón de cada dispensación? ¿Podría ser en verdad el designio del amor divino, suprema e infinitamente sabio, que pudiéramos medirlo con nuestra corta cinta métrica de la razón? Si todas las cosas fueran ordenadas de conformidad a nuestro criterio de lo que es conveniente y adecuado, ¿caso no permaneceríamos siendo tan necios y soberbios como niños mimados y malcriados? ¡Ah, es bueno que seamos sacados de nuestra ignorancia, para hacernos nadar en las dulces aguas del amor poderoso! Nosotros sabemos que es supremamente bienaventurado ser compelidos a abandonar el ego, a renunciar al deseo y a la opinión, y a quedarnos tranquilos en las manos de Dios.

Es de suma importancia que seamos conservados siendo humildes. La conciencia de la importancia propia es un odioso engaño, pero es un engaño en el que caemos tan naturalmente como crecen las hierbas sobre un muladar. Nosotros no podemos ser usados por el Señor cuando soñamos también con nuestra grandeza personal, cuando nos consideramos indispensables para la iglesia, y cuando sentimos que somos pilares de la causa y cimientos del templo de Dios. No somos nada ni somos alguien, pero es muy evidente que no lo consideramos así, pues tan pronto como somos arrumbados, comenzamos a preguntarnos ansiosamente: “¿Cómo progresará el trabajo sin mí?” Es como si la mosca que viaja en el coche del correo preguntara: “¿Cómo serán transportadas las cartas sin mí?” Hombres mucho mejores han sido depositados en la tumba sin haber llevado la obra del Señor a su culminación, y, ¿nos vamos a enojar e irritar porque por un breve tiempo debemos permanecer sobre el lecho de la languidez? Si fuéramos arrinconados solamente cuando se puede prescindir de nosotros, no constituiría ninguna reprensión para nuestro orgullo; pero si nuestra fuerza se debilita en el camino en la precisa ocasión en que nuestra presencia pareciera ser más necesaria, es la manera más segura de enseñarnos que no somos necesarios para la obra de Dios, y que cuando somos más útiles, Él puede fácilmente prescindir de nosotros. Si esta es la lección práctica, la aspereza de la enseñanza puede ser soportada fácilmente, pues, con toda seguridad, es más que deseable que el ego sea humillado y únicamente el Señor sea engrandecido.

¿No podría nuestro clemente Señor proponerse un doble honor cuando envía un doble conjunto de tribulaciones? “En trabajos más abundante” es un excelso grado, pero “sufridos en la tribulación” no lo es menos. Algunos creyentes han sobresalido en el servicio activo, pero han sido escasamente probados en el otro e igualmente honorable campo de la paciencia sumisa; aunque son veteranos en la obra, han sido sólo un poco mejor que bisoños reclutas en cuanto a la paciencia, y, debido a esto, se han desarrollado sólo a medias en su hombría cristiana en algunos aspectos. ¿Acaso no puede tener el Señor designios especiales para algunos de Sus siervos, queriendo perfeccionarlos en ambas formas de la imitación de Cristo? No parece haber alguna razón natural del por qué las dos manos de un hombre no pudieran ser igualmente útiles, pero pocos individuos se vuelven en realidad ambidiestros, porque la mano izquierda no es ejercitada de la misma manera. Los zurdos que figuran en la Escritura eran realmente hombres que tenían dos diestras, y eran capaces de usar ambas extremidades con igual destreza. La paciencia es la mano zurda de la fe, y si el Señor requiere de un Aod para herir a Eglón, o un benjamita que tire piedras con la honda a un cabello, y no errar, pudiera ser que alterne con él, y ejercite su paciencia así como también su diligencia. Si esto ha de ser así, ¿quién desearía evitar el favor divino? Sería mucho más sabio recordar que esa guerra en dos frentes requerirá de doble gracia, e implicará una responsabilidad correspondiente.

Un cambio en el modo de nuestros ejercicios espirituales puede ser altamente beneficioso, y puede prevenir males desconocidos pero serios. La obstrucción engendrada por el mucho servicio, como un parásito en la corteza de un árbol frutal, puede volverse dañina y, por tanto, el Padre, que es el labrador, quita al parásito dañino con los filosos instrumentos del dolor. Grandes caminadores nos han aseverado que se cansan más pronto en terreno plano pero que, al escalar las montañas y descender a los valles, algunos músculos nuevos son ejercitados, y la variedad del ejercicio y el cambio de escenario les permite mantener el paso con menor fatiga: los peregrinos que van al cielo probablemente puedan confirmar este testimonio. El continuo ejercicio de una sola virtud, exigido por circunstancias peculiares, es sumamente encomiable; pero si otras gracias se quedan sin uso, el alma podría quedar torcida, y el bien se exageraría al punto de quedar teñido por el mal. Las actividades santas son un instrumento de bendición para una gran parte de nuestra naturaleza, pero hay otras porciones de nuestra humanidad nacida de nuevo, que son igualmente preciosas y que no son visitadas por su influencia. La lluvia temprana y tardía puede bastar para el trigo, y para la cebada y el lino, pero los árboles que producen las fragantes gomas arábigas han de llorar primero con los rocíos nocturnos. El viajero de tierra firme contempla la mano de Dios por todos lados, y se llena de santa admiración, pero no ha completado su educación mientras no haya probado el otro elemento; pues “Los que descienden al mar en naves, y hacen negocio en las muchas aguas, ellos han visto las obras de Jehová, y sus maravillas en las profundidades”. Y su ventaja no está limitada a lo que ven, pues la anchura del océano les infunde salud, y sus aguas los limpian de las contaminaciones de la costa. Es bueno que un hombre lleve el yugo del servicio, y no es un perdedor cuando éste es intercambiado por el yugo del sufrimiento.

¿Acaso no puede corresponderles una severa disciplina a ciertas personas para capacitarlos para su oficio de obreros? No podemos hablar con una autoridad consoladora acerca de una experiencia que no hemos conocido nunca. Los que sufren conocen a aquellos que han tenido la misma experiencia, y su olor es como el olor de un campo que el Señor ha bendecido. Las “palabras al cansado” sólo las aprenden las orejas que han sangrado mientras la lesna las ha horadado junto al dintel de la puerta. La vida completa del pastor será un epítome de las vidas de las personas de su congregación, que se volverán a su predicación, como se vuelven los hombres hacia los Salmos de David, para verse a sí mismos y a sus aflicciones, como en un espejo. Sus necesidades serán las razones para sus aflicciones. En cuanto al Señor mismo, el perfecto equipo para Su trabajo llegó únicamente a través del sufrimiento, y lo mismo ha de suceder con quienes son llamados a seguirle vendando a los corazones quebrantados y soltando a los prisioneros. Hay almas que permanecen todavía en nuestras iglesias, cuya experiencia profunda y oscura nunca podremos ministrar mientras no seamos sumergidos en el abismo donde todas las olas de Jehová pasen sobre nosotros. Si este es el caso –y estamos seguros de que lo es- entonces podemos dar la bienvenida de corazón a todo lo que nos haga canales más aptos de bendición. Será un gozo soportar todas las cosas por causa de los elegidos; llevar una parte de “lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia”, será una bienaventuranza para nosotros.

¡Ay, podría haber causas mucho más humillantes para nuestras aflicciones corporales! El Señor podría ver en nosotros lo que le desagrada y le provoca a usar la vara. “Hazme entender por qué contiendes conmigo” debería ser la pronta petición del corazón celoso. “¿No hay alguna causa?” Nunca podría ser superfluo humillarnos e implementar el autoexamen, pues incluso si caminamos en nuestra integridad y podemos alzar nuestro rostro sin vergüenza en este asunto, en cuanto al pecado real, sin embargo, nuestras deficiencias y omisiones deben provocar que nos sonrojemos. ¡Cuánto más santos debimos haber sido, y pudiéramos haber sido! ¡De qué manera más prevaleciente pudimos haber orado! ¡Con cuánta mayor unción pudimos haber predicado! Aquí hay un espacio sin fin para una tierna confesión delante del Señor. Sin embargo, no es bueno atribuir cada enfermedad y cada prueba a alguna falta real, como si estuviésemos bajo la ley, o pudiéramos ser castigados de nuevo por aquellos pecados que Jesús cargó en Su propio cuerpo en el madero. Sería poco generoso para otros si miráramos al mayor ser sufriente como necesariamente el mayor pecador; todo mundo sabe que sería injusto y no cristiano juzgar en relación a nuestros hermanos cristianos, y, por tanto, seríamos muy poco sabios si nos aplicáramos un regla tan errónea y nos condenáramos mórbidamente cuando Dios no condena. Justo ahora, cuando la angustia llena el corazón, y los espíritus son magullados con un dolor y un trabajo muy pesados, no es la mejor estación para formar un juicio íntegro de nuestra propia condición, o de cualquier otra cosa; debemos dejar que la facultad de juzgar repose, y nosotros, con las lágrimas de una amorosa confesión, debemos arrojarnos en el pecho de nuestro Padre, y mirando a Su rostro, debemos creer que nos ama con todo Su infinito corazón. “He aquí, aunque él me matare, en él esperaré”, ha de ser nuestra invariable resolución, y que el Espíritu eterno obre en nosotros una perfecta conformidad a toda la voluntad de Dios, cualquiera que ella sea.

Fuente: La Espada y la Cuchara, Mayo de 1876.

Parte I - 1876-1883. Cartas desde el sufrimiento

En 1871, por primera vez, Spurgeon fue aconsejado que descansara en el extranjero, donde el clima fuera propicio para su condición de salud, y no se viera asediado continuamente por las presiones de su trabajo. En el mes de Noviembre de 1871 viajó a Italia. Durante este primer viaje, pasó algún tiempo en Menton, ubicado en la costa sur de Francia, sitio al que Spurgeon retornó casi cada invierno hasta su muerte.

Su editor, Joseph Passmore, entre otros, le acompañó en el primer viaje, y en los años subsiguientes fue casi siempre uno de los acompañantes de Spurgeon. Joseph Harrald, su secretario, ‘su escudero’, le acompañó a partir del año 1879.

Durante el tiempo en que fue escrito el primer grupo de cartas (algunas desde su casa en Londres, y la mayoría desde el continente), Spurgeon fue el blanco de muchos ataques de severa enfermedad, pero también, felizmente, tuvo muchos períodos de labor fructífera. La membresía del Tabernáculo excedía en ese momento las 5,000 personas, y la actividad en todas las áreas del ministerio proseguía prosperando.

Al término de esta fase de su ministerio, el hogar de Spurgeon había sido trasladado a ‘Westwood’, en Upper Norwood, con la esperanza de que una zona de mayor elevación en la ciudad de Londres le evitaría tener que alejarse cada invierno, pero el beneficio en su salud no fue tan grande como se había anticipado.

domingo, 15 de febrero de 2009

El último viaje

¿Cómo serán nuestros momentos finales? ¿Qué es la muerte? ¿Permaneceremos conscientes, de alguna manera, en el momento de nuestra muerte? ¿Sentiremos la transición del tiempo a la eternidad? ¿Sabremos cuando estemos atravesando esa frontera?

Frecuentemente se ha señalado estadísticamente que alguien muere cada segundo; para ser más exactos, tres personas mueren por segundo, 180 cada minuto, 11,000 cada hora, 260,000 cada día y 95, 000,000 cada año.

Cada uno de nosotros debe llegar a esta cita final. Este es el gran destino que la vida nos reserva a cada uno de nosotros sin hacer distinciones. Ricos y pobres, fuertes y débiles, inteligentes y simples, famosos y desconocidos, todos tienen que dejar esta vida por la misma puerta oscura, porque la vida es breve y la muerte es segura.

A lo largo de nuestras vidas tratamos de alejar de nuestras mentes ese día final. Pero desde el momento en que nacemos, nuestros cuerpos ya han comenzado el largo proceso del deterioro en preparación para la muerte.

El predicador puritano Thomas Brooks dijo acerca de la muerte: “Llevamos en nuestros propios cuerpos la semilla de mil muertes, y pudiéramos morir de miles de formas a cada momento. Así como tenemos tantos sentidos, miembros y poros en el cuerpo, tenemos igual número de ventanas por las que puede entrar la muerte. La muerte no necesita lanzar todas sus flechas contra nosotros; un gusano, una mosca, un mosquito, un cabello, la semilla de un durazno o de una uva, la caída de un caballo, el tropiezo de un pie, un resbalón, el piquete de una aguja, un mal corte de uñas, todas estas cosas han sido para otros, y podrían ser para nosotros, la causa de nuestra muerte, dentro de unos pocos días o quizá dentro de unas cuantas horas.”

¿Estaremos conscientes en el momento de la muerte? La respuesta de la Biblia es afirmativa. Aun si no estamos conscientes al llegar al fin de esta vida, lo estaremos al entrar en la próxima etapa.

Cuando se apague la luz de este mundo, se encenderá la luz del próximo mundo. Nos daremos cuenta, inmediatamente, de que hemos pasado del tiempo a la eternidad. La luz y la atmósfera que nos rodearán, y toda la esfera de la sensibilidad serán completamente distintas.

Nuestros sentimientos
Tendremos una conciencia abrumadora de que el tiempo ha terminado para siempre, y ha quedado para siempre en el pasado, y que ahora somos almas sin cuerpo. No obstante, habrá una gran diferencia entre los sentimientos de los hombres: para algunos, las sensaciones que sentirán al pasar a la siguiente vida, serán más aterradoras de lo que nuestras palabras pudieran describir. Para otros, las sensaciones que experimentarán, serán maravillosas.

Consideren la enseñanza dada por nuestro Señor Jesucristo con relación a este momento crucial. Hablando a una muchedumbre, Cristo narró la muerte de un hombre adinerado, en una forma muy significativa. Le describió como un hombre que se vestía con la ropa más cara, y que diariamente disfrutaba de los mejores manjares. Le describió en términos de lo que poseía, de lo que se ponía y de lo que comía.

El Señor no mencionó nunca qué tipo de hombre era, qué logros había alcanzado, ni qué nivel de conocimiento había acumulado. Cristo le describió utilizando sólo unas cuantas cosas externas: posesiones, ropa y comida. Aparentemente, este hombre rico no tenía ningún carácter ni profundidad, y todo le era superficial, y, ciertamente, no tenía una relación espiritual con Dios.

El Señor narró cómo la muerte del rico fue acompañada de un elegante funeral, digno de un hombre de su opulencia y de sus hábitos ostentosos. Pero su alma fue inundada instantáneamente por un estado de angustia indescriptible, remordimientos y desesperación.

Hay un sinnúmero de personas que nunca llegarán a entender el valor de sus almas eternas, mientras no hayan pasado a través de la experiencia irreversible de la muerte. ¡Pero, entonces, será demasiado tarde!

El tiempo terminó
Piensen en toda la energía y en todos los días de vida que muchas personas han malgastado en cosas vanas, tales como posesiones, ropa, lujos pasajeros, para descubrir al final que lo único que han hecho es desperdiciar la eternidad. Al otro lado de la muerte, todas las cosas cambian por completo. Este es el gran principio enseñado por el Señor Jesucristo. Dejamos atrás los valores de este mundo y los valores que contarán serán únicamente los espirituales.

Pero, ¿qué sucede si nosotros no tenemos estos valores espirituales? ¿Qué ocurrirá si nosotros somos de aquellos que nunca han querido tener nada que ver con Dios, si nunca le hemos buscado ni le hemos conocido? El hombre rico mencionado en la enseñanza del Señor oró por primera vez en su vida cuando ya estaba aislado lejos de Dios y cuando ya era demasiado tarde. Igualmente descubrió muy tarde que hay un gran abismo entre el cielo (la presencia eterna de Dios), y el lugar de las almas reprobadas.

La Biblia enseña que, algún día, todos tendrán que enfrentarse con Cristo, que todos serán aceptados o rechazados por Él en el día del juicio final. Es interesante notar que este asunto no es señalado sólo por la Biblia. Es un hecho innegable que todos nosotros tenemos una fuerte conciencia y el instinto de que esta vida nos conducirá al día en el que rendiremos cuenta de nosotros mismos. Tenemos una conciencia de que fuimos creados por Dios, de que somos responsables delante de Él, que además está grabada en lo más profundo de nuestro ser.

Cada pueblo y nación tienen algún sistema de juicio que es manifiesto en su forma de comportamiento, en su literatura y en su pensamiento. Esto es un reflejo del conocimiento profundamente arraigado en nuestra alma, de que el mal debe ser juzgado. Cada individuo sabe esto. Todos tenemos una conciencia. Todos sienten la culpa y la vergüenza aunque muchos traten de evadirla. Todos temen en gran manera a la muerte, aunque muchos los niegan.

El temor a la muerte que todos poseen, no es simplemente un temor racional que surge del deseo de no perder el disfrute de esta vida. Es un temor mucho más grande porque aun las personas que odian cada instante de su vida, temen el momento de la muerte, a menos que estén sufriendo de una depresión que los induzca al suicidio.

Consciente
El temor que rodea a la muerte es algo que no se puede explicar, excepto por el hecho de que tenemos una conciencia, profundamente implantada, de que habrá un día cuando tendremos que rendir cuentas. Nuestro ser interior conoce que hay algo más al término de esa vida que hemos de temer. Hay una eternidad incierta y un Dios a quien tendremos que enfrentar.

En el mundo natural que nos rodea, hay otra evidencia de la realidad del juicio venidero. La manera en que las criaturas vivas fueron diseñadas, demuestra que hay una meta final hacia la cual cada ser vivo se dirige constantemente. Todos los seres vivos fueron creados para cumplir un propósito definido y para seguir un curso de vida predeterminado.

Tomemos, por ejemplo, el caso de la célula con la cual da inicio la vida de cada ser humano. Implantada en esa célula microscópica está toda la información para la formación de un adulto maduro. Hay un registro completo de la futura personalidad, las aptitudes físicas e intelectuales, y también la apariencia física. Es casi como si fuese una parábola acerca del destino futuro de la persona. El proceso de crecimiento desde la niñez es como un viaje hacia algo definido.

Dondequiera que uno mira, se observan en este mundo numerosos indicadores de orden y destino. Todas las cosas tienen un futuro definido que está desarrollándose. ¿Cómo podemos caminar por la vereda de esta vida como si no existiera ningún sentido ni destino definido, cuando estamos rodeados de una gran evidencia de que viajamos hacia algún lugar?

La enseñanza de la Biblia es que tiene que haber un día de juicio, debido a que Dios es un Dios absolutamente santo. Dios es santo y perfecto, por lo tanto, está obligado a juzgar y castigar el pecado. Todo el egoísmo, el orgullo, el engaño, la impureza que existen en cada uno de nosotros, tiene que ser erradicado de la presencia de Dios algún día, juntamente con todos los actos pecaminosos, palabras y pensamientos que nuestra condición pecaminosa genera.

Pero debido a que Dios es también un Dios de amor y de misericordia, ha hecho un camino de escape para nosotros, que debemos buscar mientras estemos en la tierra. El Señor Jesucristo, quien es Dios y un miembro de la Deidad, vino a este mundo para hacer que el escape fuera posible. Dejó las mansiones celestiales y tomó un cuerpo de carne. Sufrió y murió con una agonía indescriptible para llevar el castigo del pecado de todas aquellas personas que buscan y encuentran Su perdón.

Habiendo realizado esta obra, Cristo tienen el derecho y el poder de perdonar y convertir a los millones de personas que en el transcurso de la historia, son conducidas a buscarle para perdón y nueva vida.

Memoria oculta
¿Qué nos sucederá en el último día de vida, cuando la luz de este mundo sea apagada? En aquel día, nadie podrá esconderse porque todos tienen que comparecer tal como son ante el Juez de toda la tierra.

Vivimos en la época del video y de la “repetición instantánea”. Cuando comparezcamos ante el trono del juicio, la totalidad de nuestras vidas será repetida en unos cuantos segundos. Estaremos conscientes de cada pecado que hayamos cometido. Veremos la clase de personas que realmente éramos. Seremos conscientes de nuestra culpa en una forma que no nos podíamos imaginar mientras estuvimos en la tierra. Cuando nuestras almas estén desnudas ante el Dios Todopoderoso, nos acordaremos de todas las cosas sin excepción.

A veces sin darnos cuenta llegamos a experimentar la sorprendente capacidad de nuestra memoria. Todos hemos experimentado alguna vez los trucos asombrosos de la memoria. Cuando hemos estado soñando despiertos, súbitamente nos acordamos de algo que pasó en nuestra niñez, que llega a nuestra mente de una forma extraña e inesperada. Quizás fuera algún acontecimiento de poca importancia, sin embargo, ha regresado a nosotros con gran exactitud y detalle, como si acabara de ocurrir. A veces esto resulta tan real como pudiéramos saborear la atmósfera de un evento que pasó hace ya muchos años. Cuán extraña y realista es la capacidad de nuestra memoria.

Tales experiencias nos dan una idea de la cantidad asombrosa de datos que han sido registrados en nuestras mentes, la deslumbrante precisión con que los eventos están grabados y archivados. Algún día todo será repasado y cada evento se manifestará. Mientras comparecemos ante Él, toda la historia de nuestra vida pasará frente a nuestros ojos.

¿Nos damos cuenta de que si no nos hemos arrepentido del pecado y buscado el perdón que es en Cristo Jesús, no tendremos ninguna defensa ni nada qué decir? Quedaremos con nuestra boca cerrada ante Dios, mientras nos percatamos de que en forma sistemática y voluntaria pecamos durante la totalidad de nuestras vidas.

Dios nos mostrará en aquel día, en cuántas ocasiones Él llamaba a nuestros corazones, hablaba a nuestras conciencias y nos exhortaba a buscarlo y encontrarlo. No obstante, cada vez le desechamos y no hicimos caso de estas influencias, escogiendo andar en nuestros propios caminos.

Para incontables personas, la muerte significará que su espíritu será introducido en un terrible viaje de eterna perdición, lejos de la presencia del Dios sabio y amoroso. En aquel trágico momento, todas las cosas buenas deberán ser retiradas de sus almas porque todas las cosas buenas son sólo un préstamo de parte de Dios.

Estas almas desechadas, jamás se encontrarán nuevamente con la belleza ante sus ojos, ningún sonido de felicidad alegrará oídos. Jamás volverán a sentir paz en su mente ni en sus corazones. Sus almas serán poseídas de un temor inimaginable, como aquellos que mueren en rebeldía contra Dios y sentirán un horror indecible porque ahora están bajo la justa condenación del juez de toda la tierra.

Tienen que pasar a la oscuridad de las tinieblas morales, al pantano eterno del egoísmo, la mentira, la angustia y la desesperación. Deberán cargar con su propio castigo. Aprenderán el valor eterno de un alma, pero cuando ya sea demasiado tarde.

El último viaje
Pero si estamos entre el gran número de personas que han buscado y encontrado a Cristo, que le conocen y viven por Él, entonces todo será muy diferente.

Cuando el momento final llegue, nuestras lamas serán abrumadas con una anticipación inexpresable de gloria. Excitación es una palabra demasiado pequeña para expresar esto. El viaje a la eternidad será millones de veces más espectacular y asombroso que cualquier experiencia que pudimos conocer en la tierra.

Nuevas visiones y sonidos, todo el paisaje fascinante de la esfera de la eternidad, nos conmoverá hasta el éxtasis. Nos encontraremos repentinamente llenos de un flujo de conocimiento y entendimiento. Conoceremos el verdadero propósito de la vida.

Todo el dolor y las incapacidades desaparecerán, y estaremos llenos de emociones que nunca hubiéramos imaginado: verdadera realización, paz, felicidad, amor y seguridad. Estaremos en la presencia de todo el pueblo de Dios de todos los tiempos y tendremos compañerismo con ellos.

Nos será quitado todo pecado y debilidad, veremos y escucharemos a nuestro Salvador, el Señor Jesucristo, a quien llegamos a conocer y amar mientras estuvimos en la tierra. La muerte no sólo será una experiencia consciente, sino además será la puerta a la vida eterna.

Iglesia Bautista de la Gracia
Ciudad Netzahualcóyotl
México.
http://www.graciaaudio.com/

miércoles, 11 de febrero de 2009

Hans Küng: la justificación

Esto afirma el notabilísimo teólogo católico Hans Küng, en su libro titulado La iglesia católica, una breve historia, en relación a la justificación por fe según Pablo:
"Como su Señor Jesús, Pablo estaba firmemente convencido de que el pecador (como el cobrador de impuestos en el templo) era justificado por Dios sobre la base de una confianza incondicional, sin haber ganado tal gracia por sus propios méritos ni haberla ganado por las obras piadosas de la ley."

La traducción es de Allan Román.
Hans Küng es un sacerdote católico suizo, que estudió en instituciones élite de la iglesia católica, tales como el Collegium Germanicum et Hungaricum, institución en la que no fue aceptado el actual Papa Benedicto XVI, luego estudió en la Pontificia Universidad Gregoriana y obtuvo su doctorado en Teología en el Instituto Católico de Paris. Fungió como asesor durante el Concilio Vaticano II.
El libro del cual hemos extractado este texto, se titula: The Catholic Church, A Short History, The Modern Library, New York.

Spurgeon: piensen en algo creativo

Un querido amigo, que ahora está en el cielo, y que solía adorar en este lugar, tenía un hijo que había sido un gran bribón incorregible, y que seguía llevando, de hecho, una vida viciosa. El hijo había estado alejado de su padre por mucho tiempo, y el padre no sabía qué hacer para que regresara a casa, pues el hijo le había tratado muy mal, había estropeado su consuelo y había arruinado su hogar. Pero, cuando yo estaba predicando una noche, vino a la cabeza del padre este pensamiento: “voy a investigar, mañana por la mañana, dónde está mi hijo, e iré donde se encuentra.” El padre sabía que el hijo estaba muy enojado con él, y que sentía mucha amargura en su contra, así que pensó en cierta fruta que le gustaba mucho al hijo, y le envió a la mañana siguiente una canasta llena de esas frutas; cuando la recibió el hijo, se dijo: “quiere decir que mi padre siente todavía algún afecto por mí.” Al día siguiente del envío, el padre visitó a su hijo, y al otro día también llegó a verle, y ese fue el medio de llevar a su hijo al Salvador. El hijo se había consumido en los vicios, y murió pronto, pero su padre me contó que fue un gran gozo para su corazón pensar que podía tener una buena esperanza en relación a su hijo. Si el hijo hubiera muerto lejos del hogar si el padre no le hubiera buscado, no se lo habría perdonado nunca. Ahora, él hizo eso por Cristo. ¿No podrían algunos de ustedes hacer algo similar por la misma razón?
Sermón: Escarnecido por los soldados. C. H. Spurgeon.




martes, 10 de febrero de 2009

Un sermón impactante

Leía hoy, una parte de un sermón galés, que me impactó mucho. El predicador decía: “todos los que están en esta congregación deben confesar a su ‘señor’ real. Primero voy a solicitarles a los siervos del demonio que le brinden un reconocimiento. Él es un admirable señor y alguien glorioso a quien servir, y su servicio es puro gozo y deleite; todos los que le sirven, digan ahora: ‘¡Amén, gloria al demonio!’ Díganlo.” Pero nadie habló. “Vamos”, -dijo el predicador- “no se avergüencen de reconocer a aquél a quien han servido cada uno de los días de su vida; declaren su posición, y digan: ‘¡gloria a mi señor, el demonio!’, o, de lo contrario, callen para siempre.” Pero nadie habló tampoco esta vez, así que el ministro dijo: “entonces, yo espero que hablen cuando les pida que glorifiquen a Cristo.” Y, en efecto, hablaron, hasta que la capilla retumbó cuando clamaron: “¡gloria a Cristo!”Eso fue bueno.
Sermón: Escarnecido por los soldados. C. H. Spurgeon

sábado, 7 de febrero de 2009

Cartas desde el sufrimiento - No.18

Westwood, Beulah Hill, Upper Norwood
9 de Enero de 1881

Mis queridos amigos:

La semana pasada estuvo llena de desilusión y angustia. Mi dolor me sobrevino en furiosas rachas y me abatió cuando yo pensaba que estaba a la vista de la costa.

Me imagino que he soportado todo lo que un pobre cuerpo pueda soportar; pero, bendito sea Dios, la furia de la tormenta parece haber cedido esta mañana. Oren por mí, para que se me permita recuperarme rápidamente.

Nuestra reunión familiar y la visita de los diáconos en nuestras bodas de plata tuvieron que ser pospuestas debido a que mi salud empeoró. ¡Ah, Dios mío! Esta es una verdadera tribulación: este dolor y este abatimiento. Pero, gracias a sus oraciones, pasará y Aquel que es la salud de mi rostro y mi Dios, se me aparecerá.

La amabilidad de los amigos, tanto del Tabernáculo como de otros lugares ha sido sobrecogedora. Si no puedo describir mis dolores, tampoco puedo contar mis misericordias. El Señor es bueno y bendito sea Su nombre.

Reciban mi amor agradecido.

Suyo en Cristo Jesús

C. H. Spurgeon

Nota: habiendo celebrado los veinticinco años como Pastor del Tabernáculo en 1879, Charles y Susana celebraban ahora sus bodas de plata. Susana Spurgeon estuvo muy enferma desde la edad de treinta y tres años. El famosísimo cirujano Sir James Simpson la operó, pero su condición de salud permaneció siendo muy delicada, lo que la orilló a no poder asistir a los servicios del Tabernáculo durante años. Sin embargo, servía al Señor a través del Fondo de Libros que ella estableció para suministrar buena literatura a pastores de escasos recursos. Sólo pudo acompañar a Spurgeon durante su último viaje a Menton en 1891-92, y estuvo a su lado en sus últimos momentos.

lunes, 2 de febrero de 2009

Spurgeon: jubilosas transformaciones

El señor Spurgeon nos relata:
'Yo recuerdo muy bien que una noche, habiendo predicado en una aldea retirada, venía caminando solo de regreso a casa por un sendero solitario. No sé qué era lo que me aquejaba, pero estaba propenso a alarmarme, cuando vi algo que estaba parado junto al seto, espantoso, del tamaño de un gigante con los brazos extendidos. Seguramente, pensé, esta vez me he topado con lo sobrenatural; aquí está algún espíritu inquieto efectuando su marcha de media noche bajo la luna, o algún demonio del infierno. Deliberé conmigo mismo por un momento, y como no creía en los fantasmas, cobré valor, y decidí resolver el misterio. El monstruo permanecía al otro lado de la zanja, justo junto al vallado. Salté sobre la zanja, y me encontré sujetándome a un viejo árbol, que algún individuo bromista se había molestado en pintar de blanco, con miras a asustar a los incautos. Ese viejo árbol me ha sido muy útil con mucha frecuencia, pues he aprendido a saltar sobre las dificultades, y he descubierto que se desvanecen o se convierten en triunfos'.
C. H. Spurgeon. Sermón: 847 - Jubilosas transformaciones.