domingo, 30 de octubre de 2011

"Un día, vi a un hombre sentado a una mesa, con su servilleta debajo de su barbilla, disfrutando de su comida; él escuchó, desde su lugar, una observación que yo hice acerca de un pecador; entonces intervino diciendo: “yo nunca he tenido una sensación espiritual en mi vida, y yo no creo que haya nada espiritual en este mundo”. Ahora, si yo hubiera estado parado junto a una pocilga, y un cerdo me hubiera hecho esa observación, yo no le habría contradicho. Y yo no contradije a aquel hombre, pues pensé que había dicho la verdad; creí en verdad que ese hombre no había experimentado nunca una sensación espiritual en su vida".
C. H. Spurgeon - La Gran Comida de Navidad

miércoles, 26 de octubre de 2011

Se nos dice a continuación que Cristo vino para redimir a los que estaban bajo la ley; es decir, el nacimiento de Jesús, Su venida bajo la ley y Su cumplimiento de la ley, han liberado de la ley a los creyentes como un yugo de esclavitud. Ninguno de nosotros desea ser libre de la ley como una regla de vida; nos deleitamos en los mandamientos de Dios, que son santos, justos y buenos. Deseamos poder guardar cada precepto de la ley, sin una sola omisión ni transgresión. Nuestro sincero deseo es el de alcanzar una perfecta santidad, pero no miramos en esa dirección para nuestra justificación ante Dios. Si se nos preguntara hoy: ¿esperan ser salvados por medio de ceremonias? Respondemos: “Dios no lo quiera”. Algunos parecieran fantasear que el bautismo y la Cena del Señor han reemplazado a la circuncisión y a la Pascua, y que si bien los judíos eran salvados por una forma de ceremonial, nosotros hemos de ser salvos por medio de otra. Nunca demos cabida a esa idea; no, ni siquiera por una hora. El pueblo de Dios es salvo, no por ritos externos, ni formas, ni supercherías sacerdotales, sino debido a que “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley”, y Él guardó la ley de tal manera que, por fe, Su justicia cubre a todos los creyentes y no somos condenados por la ley. En cuanto a la ley moral, que es la norma de equidad para todo tiempo, no es un camino de salvación para nosotros. Una vez estuvimos bajo esa ley, y nos esforzábamos por guardarla con el objeto de ganar el favor divino; pero ahora no tenemos un tal motivo. La palabra era: “Haz esto, y vivirás”, y por tanto, nosotros nos esforzábamos como esclavos para escapar del látigo, y ganar nuestro salario; pero ya no es más así. Luego nos esforzamos por cumplir la voluntad del Señor para que Él nos amara, y para que fuésemos recompensados por lo que hicimos; pero ahora no tenemos el designio de comprar ese favor, pues lo disfrutamos segura y libremente sobre una base muy diferente. Dios nos ama por pura gracia y nos ha perdonado nuestras iniquidades gratuitamente, y esto por una bondad gratuita. Ya somos salvos, y eso no por obras de justicia que hayamos hecho, o por actos santos que esperamos realizar, sino enteramente por la gracia inmerecida. Y si es por gracia, ya no es por obras, y es nuestro gozo y gloria que sea todo por gracia de principio a fin. La justicia que nos cubre fue obrada por Aquel que nació de mujer, y el mérito por el cual entramos en el cielo es el mérito, no de nuestras propias manos o de nuestros propios corazones, sino de Aquel que nos amó y se entregó por nosotros. Entonces somos redimidos de la ley porque nuestro Señor fue nacido bajo la ley; y nos volvemos hijos y ya no más siervos porque el grandioso Hijo de Dios se hizo siervo en lugar nuestro.
C. H. Spurgeon - El Gran Cumpleaños, sermón #1815
El reconocido escritor C. S. Lewis, en un libro muy solicitado todavía, titulado Mere Christianity, toma prestado del griego dos palabras para distinguir entre dos tipos de vida: Bios y Zoe. Bios se refiere a la vida que todo mundo tiene, la vida biológica que es sustentada por los alimentos, el aire, el agua, pero que invariablemente termina en la muerte. Zoe, por otra parte, es la vida espiritual, el tipo de vida que Dios da cuando nacemos de nuevo, una vida que dura para siempre. Lewis nos informa que estos dos tipos de vida no solamente son diferentes, sino que son antagonistas, se oponen la una a la otra. Bios, está centrada en el yo, mientras que Zoe está centrada en Dios y en el prójimo, en los demás. La regeneración es el mismísimo principio del proceso de la salvación.

Entonces podemos decir que la regeneración es el comienzo de la vida espiritual en la persona, implantada en el ser humano por el Espíritu Santo, que le capacita para arrepentirse y creer. Y posteriormente es la primera manifestación de la nueva vida implantada.

También podemos definir la regeneración de esta manera: “es un cambio radical de la muerte espiritual a la vida espiritual, un cambio generado en nosotros por el Espíritu Santo, un cambio en el que el hombre es un ente completamente pasivo. Este cambio implica una renovación interior de nuestra naturaleza, es el fruto de la gracia soberana de Dios y tiene lugar en unión con Cristo”.

También mencionamos la justificación. Podemos definir la justificación como un acto judicial y de gracia de Dios, por medio del cual declara a los pecadores creyentes: ‘justos’ sobre la base de la justicia de Cristo que les es acreditada a los pecadores, perdona todos sus pecados, los adopta como hijos, y les da el derecho a la vida eterna.

La doctrina de la justificación presupone un reconocimiento de la realidad de la ira de Dios.
Es una acto de Dios por medio del cual declara judicialmente justo al pecador. No es un proceso.
La justificación es recibida estrictamente por la fe, y no es un mérito conseguido por las buenas obras de los seres humanos.
La justificación tiene su raíz en la unión con Cristo. Es debido a que somos uno con Cristo que Su justicia puede sernos acreditada.
La justificación está basada en la obra sustitutiva de Cristo. Cristo intercambia lugares con nosotros y soporta el castigo de la ira de Dios que nuestros pecados merecían.
La justificación implica la imputación de la justicia de Cristo a nosotros.
En la justificación se reúnen la misericordia y la justicia. Es totalmente inmerecida.
La justificación tiene tanto un aspecto negativo como un aspecto positivo. En el aspecto negativo significa el perdón de nuestros pecados. En el lado positivo incluye nuestra adopción como hijos de Dios y la recepción del derecho a la vida eterna.
La justificación tiene implicaciones escatológicas. Significa que el veredicto que Dios pronunciará para nosotros en el Día del Juicio ha sido traído al presente. Por tanto no necesitamos temer al Día del Juicio.
Aunque la justificación nunca ha de ser separada de la santificación, esas dos bendiciones son distintas.

Elaborado por Allan Román




lunes, 24 de octubre de 2011

No hay nada que pueda causar mayor daño a la Iglesia y anular con tanta eficacia los músculos de su fuerza, como la falta de santidad de sus miembros.
C. H. Spurgeon, sermón no. 441 – Vol.8

jueves, 20 de octubre de 2011

Oh, hombre inconverso, el tiempo de soltar tus cables se acerca; está incluso a la puerta. En breve has de izar tus velas hacia un país lejano. ¡Ah!, entonces el tuyo no es el viaje de un pasajero hacia un clima más dulce, hacia un hogar más feliz y con una perspectiva más brillante a la vista. Tu partida es el destierro de un convicto con una colonia penal destacándose en la distancia; el miedo es algo dominante y la esperanza está ausente, pues el término de tu destierro es interminable. Me temo que hay algunos que han de partir pronto llenos de tenebrosidad, con una temerosa espera del juicio y de la indignación de fuego. Me parece ver al ángel de la muerte aleteando sobre mi audiencia. Podría, tal vez, seleccionar como su víctima a un alma inconversa. Si así fuera, detrás de ese ángel de la muerte está presente algo mucho más sombrío. El infierno sigue a la muerte para las almas que no aman a Cristo. ¡Oh, apresúrense, apresúrense, apresúrense! Busquen a Cristo. Aférrense a la vida eterna; y que la misericordia infinita los salve, por Jesucristo nuestro Señor. Amén y Amén.
C. H. Spurgeon - Una Última Advertencia
Recuerden, queridos amigos, que es posible que cualquiera que mantenga una decente profesión cristiana durante cincuenta años, sea, después de todo, un hipócrita; que es posible ocupar un oficio en la iglesia de Dios, incluso de los más altos, y con todo, ser un Judas; y uno podría no sólo servir a Cristo, sino sufrir por Él también, y no obstante, como Demas, podría no perseverar hasta el fin, pues no todo lo que parece gracia es gracia. Donde hay verdadera gracia, la habrá siempre; pero donde está sólo la semblanza de ella, desaparecerá con frecuencia súbitamente. Escudríñate, buen hermano; ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás. ¿Tienes tú la fe de los elegidos de Dios? ¿Estás edificado sobre Cristo? ¿Ha sido renovado tu corazón? ¿Eres verdaderamente un heredero del cielo? Yo exhorto a todo hombre y a toda mujer en este recinto –puesto que el tiempo de su partida podría estar más cercano de lo que piensan, que evalúen la situación, y hagan su cálculo, y vean si son de Cristo o no.
C. H. Spurgeon - Una Última Advertencia

"El tiempo de mi partida está cercano".

En un cierto sentido, cada cristiano podría decir eso, pues prescindiendo de la longitud de tiempo que pudiera interponerse entre nosotros y la muerte, ¡cuán extremadamente breve es! ¿Acaso no tienen todos ustedes un sentido de que el tiempo fluye más rápido de lo que lo hacía antes? En nuestros días infantiles pensábamos que un año era un largo lapso; era toda una época en nuestra carrera; ahora, ¡cuán difícil es contar las semanas! Pareciera que vamos viajando en un tren expreso, que vamos volando a una velocidad tal que difícilmente podemos contar los meses. Vamos, nos pareció que el año pasado entró por una puerta y salió por la otra; ¡finalizó tan pronto…!
C. H. Spurgeon - Una Última Advertencia

domingo, 16 de octubre de 2011

Cuando podemos decirle a la gente: “Hemos contemplado Su gloria, y por lo tanto, podemos hablar de ella. No hablamos de algo que nos han contado, antes bien, hemos visto al Rey en Su gloria”. ¡Qué majestuosa posición ocupamos! Nuestro poder para atraer a los hombres a Cristo brota principalmente de la plenitud de nuestro gozo personal y de la intimidad de nuestra comunión personal con Él. El rostro que más refleja a Cristo, y que brilla más con Su amor y gracia, es el más capacitado para atraer la mirada de un mundo indiferente y aturdido, y para ganar a las almas inquietas, apartándolas de las fascinaciones del amor y la belleza mundanos. Un ministerio lleno de poder tiene que ser fruto de una intimidad santa, apacible y amorosa con el Señor.
Horatius Bonar (1808-1889) reconocido pastor escocés.

sábado, 15 de octubre de 2011

Tomamos los sermones de Whitefield o de Berridge o de Edwards para estudiarlos o para usarlos como modelo, pero son los individuos mismos los que tenemos que tomar como principal ejemplo; el espíritu de esos hombres, más que sus obras, es lo que tenemos que absorber si hemos de imitar un ministerio tan poderoso y victorioso como el suyo. Esos eran hombres espirituales que caminaban con Dios. Es la comunión viviente con un Salvador viviente lo que nos transforma a Su imagen y nos capacita para poder ser ministros del Evangelio competentes y exitosos.

Sin eso, ninguna otra cosa da resultado. Sin eso, ni la ortodoxia, ni el aprendizaje, ni la elocuencia, ni el poder de los argumentos, ni el celo, ni el fervor lograrán nada. Eso es lo que da poder a nuestras palabras y persuasión a nuestros argumentos, haciéndolos como el bálsamo de Galaad para el espíritu herido o como flechas afiladas del Poderoso para la conciencia del acérrimo rebelde. Parece que brotan una virtud y una fragancia benditas de quienes caminan con Él en una relación santa y feliz dondequiera que van. La cercanía a Él, la intimidad con Él, la asimilación de Su carácter: esos son los elementos de un ministerio poderoso.

Horatious Bonar (1808-1889) ganador de almas.

lunes, 10 de octubre de 2011

“También tengo otras ovejas” –dijo Cristo- “que no son de este redil; aquéllas también debo traer”, y por ello, nosotros predicamos, porque esas ovejas deben ser traídas.
C. H. Spurgeon, sermón # 3358 – Vol. 59

miércoles, 5 de octubre de 2011

El capellán de una cárcel, un querido amigo mío, me contó una vez el sorprendente caso de una conversión en el que un conocimiento del pacto de gracia fue el principal instrumento usado por el Espíritu Santo. Mi amigo tenía bajo su cargo a un hombre sumamente mañoso y brutal. Era singularmente repulsivo, incluso en comparación con otros convictos. Había sido renombrado por su arrojo, y por la completa ausencia de todo sentimiento al cometer sus actos de violencia. Creo que había sido llamado “el rey de los estranguladores”. El capellán le había hablado varias veces, pero no había tenido éxito en obtener respuesta alguna. El hombre estaba ásperamente en contra de toda instrucción. Finalmente expresó un deseo por un cierto libro, pero como no estaba disponible en la biblioteca, el capellán le señaló la Biblia que estaba colocada en su celda, y le preguntó: “¿Has leído alguna vez ese Libro?” El hombre no respondió pero miró al capellán como si quisiera matarlo. El capellán repitió la pregunta amablemente, con la seguridad de que descubriría que valía la pena leerlo. “Amigo” –replicó el convicto- “no harías esa pregunta si supieras quién soy. ¿Qué tengo yo que ver con un Libro de esa clase?” El capellán le dijo que conocía muy bien su carácter, y que por esa razón le recomendaba la Biblia como el Libro que sería apropiado para su caso. “No me haría ningún bien”, -exclamó- “pues soy completamente insensible”. Cerrando su puño golpeó la puerta de hierro de la celda, y dijo: “Mi corazón es tan duro como este hierro; no hay nada en ningún libro que me pudiera tocar jamás”. “Bien” –dijo el capellán- “Tú necesitas un nuevo corazón. ¿Leíste alguna vez algo sobre el pacto de gracia?” A lo cual el hombre respondió malhumoradamente preguntando qué quería decir con esas palabras. Su amigo replicó: “Escucha estas palabras: ‘Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros’”. Las palabras dejaron al hombre sumido en el asombro, hasta donde le era posible; pidió que el capellán le encontrara ese pasaje en la Biblia. Leyó las palabras una y otra vez; y cuando el capellán vino a visitarlo al día siguiente, la fiera salvaje había sido domada. “Oh, amigo” –le dijo- “¡nunca soñé con una promesa así! Nunca creí posible que Dios hablara así a los hombres. Si Él me diera un nuevo corazón sería un milagro de la misericordia; y, con todo, yo pienso que” –dijo- “Él va a obrar ese milagro en mí, pues la propia esperanza de una nueva naturaleza está comenzando a tocarme como nunca antes fui tocado”. Ese hombre se volvió de modales amables, obediente a la autoridad, y semejante a un niño en espíritu.
C. H. Spurgeon - La Sangre Derramada por Muchos