lunes, 30 de julio de 2007

Anécdotas de Spurgeon

Una interesante anécdota le ocurrió a Spurgeon cuando viajaba en un tren a un cierto lugar. Después de un rato de que el tren partió, Spurgeon súbitamente descubrió que había perdido su boleto; más aún, se dio cuenta que había salido de casa sin un centavo en su bolsillo. Un pasajero sentado a su lado, expresó su preocupación por su aprieto, pero Spurgeon simplemente le declaró: "voy viajando en los asuntos del Señor y estoy seguro que todo estará bien, que todo saldrá bien. He experimentado tantas intervenciones de la Divina Providencia, tanto en asuntos pequeños como en otros muy grandes, que siento que independientemente de lo que me suceda, voy a terminar cayendo a Sus pies agradecido."
Cuando el tren llegó finalmente a su destino, el responsable de verificar los boletos, entró al compartimiento en que se encontraba Spurgeon. Cuando el recolector miró a la persona que estaba junto a Spurgeon, hizo una venia mostrando evidencias de que se conocían. Entonces el acompañante de Spurgeon le dijo: 'todo está bien'. El recolector inmediatamente dio la vuelta y salió, sin pedir los boletos. En la providencia de Dios, resulta que el compañero de viaje de Spurgeon era el gerente del ferrocarril.
Ambos, él y Spurgeon, consideraron el incidente como una prueba divina de la provisión y el cuidado de Dios para aquellos que confían en Él, tanto en los pequeños detalles como en los grandes asuntos de la vida.
Tomado del Libro: Spurgeon, Prince of Preachers, de Lewis Drummond.

Una anécdota de Music Hall

Debemos recordar que cuando Spurgeon predicaba en Royal Surrey Gardens Music Hall, lo hacía a multitudes que promediaban las diez mil personas.
Un día, tres jóvenes entraron al salón cuando Spurgeon se encontraba predicando allí, y se sentaron en un lugar muy conspicuo, y se quedaron con sus sombreros puestos. Algunos líderes de la iglesia les pidieron que se quitaran sus sombreros, pero ellos no hicieron caso. Eventualmente, Spurgen los vio, y desvió su sermón para comentar el respeto que todos está obligados a rendir por los sentimientos y costumbres de otras personas. 'El otro día', -dijo- 'fui a una sinagoga judía, y naturalmente descubrí mi cabeza, pero mirando a mi alrededor, percibí que todo el resto de los presentes llevaban sus sombreros puestos, así que, no deseando ofender lo que supuse que era su práctica reverente, -aunque contraria a la mía- me adpaté al uso judío, y me volví a poner el sombrero. Ahora, les voy a pedir a esos tres jóvenes judíos que están sentados en aquel balcón, que muestren alguna deferencia a nuestra práctica cristiana en la casa de Dios, así como yo estuve presto a mostrarla hacia los judíos cuando visité su sinagoga, y que se quiten sus sombreros'. Por supuesto que después de esta súplica amable y sensible, no pudieron hacer otra cosa que cumplir con la petición.

sábado, 28 de julio de 2007

La Boda de Charles Spurgeon

A los dos años de su estadía en Londres, Spurgeon casó con Susana Thompson. Ella participaba con su familia en los cultos de la Capilla New Park Street, pero la condición espiritual de la Capilla antes de la llegada de Spurgeon, se había deteriorado bastante. Cuando Spurgeon llegó a predicar el 18 de Diciembre de 1853, la primera impresión que ella se formó de Spurgeon no fue muy buena. Ella pertenecía a una familia acomodada londinense, era educada, hablaba el francés a la perfección, vestía con elegancia y se expresaba con finura. Enfrente tenía a un campesino vestido en forma estrafalaria, con una forma extraña de expresarse para la gente culta de la ciudad de Londres. En sus propias palabras tenemos esta descripción:
'Yo no estaba del todo fascinada por la elocuencia del joven orador, y su forma de ser campesina y su forma de hablar, motivaban más pena que reverencia. . . .,el pelo largo y mal cortado, el gigantesco corbatín de raso negro, el pañuelo azul de grandes puntos blancos, todo esto atrajo más mi atención y me divertía a lo grande.'
Susana se dijo: '¡así que esta es la famosa elocuencia! No me impresiona para nada. Si dejara de hacer gestos con ese bendito pañuelo. . .Y ese cabello. . .Parece ayudante de barbero'.
Su padre era un próspero comerciante, y ella era una chica culta. El acercamiento se dio a través del diácono Thomas Olney y su esposa, quienes eran muy amigos de los padres de Susana y se reunían con frecuencia. Olney comenzó a invitar a Charles a estas reuniones. Susana no se había convertido por entonces. Se fueron conociendo poco a poco. Spurgeon le regalaba libros, entre ellos, El Progreso del Peregrino, visitaban juntos con frecuencia el Palacio de Cristal, se hicieron novios, se comprometieron en matrimonio y terminaron casándose el día 8 de Enero de 1856.
En una ocasión, durante el noviazgo, Charles llevó a Susana a un servicio de predicación que estaba abarrotado, y en el que él sería el predicador. Tan pronto llegaron, Charles, totalmente inmerso en su mensaje y en el servicio, se olvidó de Susana. Ella tuvo que valerse por sí misma. Al término del sermón ella se fue sola a su casa. Voló a su casa, e iba sumamente molesta. Ella misma confesó: 'yo estaba sumamente molesta'. Su madre trató de calmarla y de asegurarle del amor de Charles. Cuando el joven predicador se dio cuenta, cuando vino en sí mismo, y advirtió que se había olvidado por completo de su novia, salió corriendo a Brixton, donde vivía Susana, lleno de disculpas. Entró corriendo a la casa y preguntó: '¿dónde está Susie? La he estado buscando por todos lados sin poder encontrarla.' La madre de Susana le contó toda la historia; se reconciliaron y el romance floreció. Pero Susana aprendió que su futuro esposo, como siervo de Dios, debía poner el servicio de Cristo en primer lugar, y además, se estaba convirtiendo en un hombre muy famoso.
La ceremonia tuvo lugar a las 8 de la mañana, y era un día muy gris, húmedo y frío. Sin embargo, miles de personas llegaron para presenciar la ceremonia y muchos tuvieron que quedarse fuera, aguantando el frío. Tuvo que llegar una fuerza especial de la policía de Londres, la Fuerza M, para controlar la situación y el flujo de las multitudes.
En su luna de miel, la pareja atravesó el Canal de la Mancha y pasaron doce días de luna de miel en París. Visitaron palacios históricos, iglesias y museos. Como Susana hablaba perfecto francés, no tuvieron problemas. Ella le decía cariñosamente Tirshatha, una palabra del antiguo persa que significa su reverencia.
Cuando Charles se iba de gira, ella sufría mucho. En una de esas ocasiones se desconsoló tanto, que Charles le preguntó: '¿tú piensas que cuando alguno de los hijos de Israel traía un cordero al altar de Dios como una ofrenda, se quedaba allí llorando amargamente por el cordero que había traído?' Susana respondió: 'por supuesto que no'. Entonces Charles le dijo: 'bien, ¿no ves que me estás entregando a Dios al dejarme ir a predicar el Evangelio a los pobres pecadores, y te parece que a Dios le agrada verte llorar por tu sacrificio?' Eso tuvo el efecto de un sedante.
La situación económica de ellos era a veces un problema, porque Charles era muy generoso y cooperaba abundantemente para varias necesidades. Su generosidad a menudo excedía sus recursos. Una vez tenía que pagar unos impuestos y no tenía fondos. Pero ambos formaban una pareja de gran fe. Oraron y en ese preciso momento llegó una carta anónima que contenía 20 libras esterlinas. Su fe fue correspondida y sus necesidades resueltas.

viernes, 27 de julio de 2007

Anécdotas de algunos sermones de Spurgeon

El siguiente incidente está narrado por el propio Spurgeon:
"Al concluir uno de nuestros servicios," -dijo- "una pobre mujer, acompañada por dos de sus vecinos, vino a mi oficina en medio de profunda turbación. Su esposo había huido del país, y en su dolor, ella asistió a la casa de Dios, y algo que yo mencioné en el sermón la condujo a pensar que yo estaba personalmente familiarizado con su caso. Por supuesto, yo no sabía absolutamente nada acerca de ella. Yo había dado un ejemplo general que se aplicaba precisamente a su caso. Me contó su historia, y por cierto era muy triste. Yo le dije: 'no hay nada que podamos hacer, excepto ponernos de rodillas y clamar al Señor pidiendo la inmediata conversión de tu marido'. Nos pusimos de rodillas, y oré para que el Señor tocara el corazón del desertor, conviertiera su alma, y lo trajera de regreso a casa. Cuando nos pusimos de pie, yo le dije a la pobre mujer: 'No te angusties por este asunto. Tengo la certeza que tu esposo regresará a casa, y que se vinculará a nuestra iglesia.'

"Ella se fue y yo me olvidé del asunto. Algunos meses después, reapareció con sus vecinos y con un hombre, a quien me presentó como su esposo. En efecto, había regresado, y había vuelto como un hombre convertido. Al investigar y verificar notas, descubrimos que el día preciso en el que oramos por su conversión, él, estando en ese momento a bordo de un barco en mares lejanos, tropezó inesperadamente con una copia extraviada de uno de mis sermones. Lo leyó; la verdad penetró en su corazón; se arrepintió y buscó al Señor; y tan pronto como le fue posible, regresó a casa, se reunió con su esposa y resumió su trabajo. Fue admitido como miembro del Tabernáculo Metropolitano, y su esposa, que hasta aquel momento no se había unido a la iglesia, fue recibida también en la membrecía con nosotros.

"Esa mujer", -agregó el predicador- "no tiene la menor duda del poder de la oración. Ni todos los infieles del mundo podrían hacer tambalear su convicción de que hay un Dios que oye y responde las súplicas de Su pueblo."

Efectos de los sermones de Spurgeon

Una mujer escocesa, que tenía la determinación, en la medida de lo posible, de no tener que ver nada con la religión, arrojó al fuego su Biblia y toda la literatura religiosa que pudo encontrar en su casa. Un folleto cayó fuera de las llamas, y la mujer rápidamente lo volvió a meter en el fuego. Volvió a caer fuera una segunda vez, y nuevamente la mujer lo entregó a las llamas. La mitad del folleto fue consumido por el fuego, pero la otra mitad volvió a quedar fuera de las llamas. La mujer, alzándola, exclamó: "Seguramente el demonio está en este opúsculo, pues no se quema." Movida por la curiosidad, miró el papel, descubrió que era uno de los sermones de Charles Haddon Spurgeon, leyó la parte que sobrevivió al fuego, y fue convertida por ese medio