jueves, 28 de octubre de 2010

Cartas desde el sufrimiento - No.56

Menton
10 de Diciembre de 1891

Queridos amigos:

Cada mensaje que recibo de casa tocante a la obra del Tabernáculo, me consuela. La unidad de corazón y el espíritu de oración de ustedes, son un gozo para mí. Cuánto me gustaría poder ver sus rostros y dirigirlos en oración hasta el trono de la gracia celestial.

Sin embargo, me alegro de no estar todavía sobre la plataforma en medio de ustedes intentando dirigir una oración pública o un mensaje, pues la emoción me embargaría y pronto me vería sumamente exhausto. Sometí ésto a una prueba práctica intentando ofrecer una oración con unos seis o siete amigos, pero me vi derrotado y pasó algún tiempo antes de que pudiera recuperarme. Pero la mente está dispuesta todavía, y el organismo físico debe encontrar la senda de la restauración a su debido tiempo. Verdaderamente me siento mejor, y no tengo duda de que en el tiempo oportuno estaré tan fuerte como antes.

Yo no tengo el poder de apresurar el proceso de recuperación de mi fortaleza; ésto ha de llegar gradualmente, conforme al Señor le agrade concederla. Oren por mí pidiendo que el tiempo no sea muy largo.

Quiero que todos aquellos que se interesan en la obra del Tabernáculo vean que los fondos son los correctos al término del año. Mi ausencia ha puesto a prueba mucho la causa de casa y yo espero que cada quien resuelva evitar que se presente alguna deficiencia en cosa alguna, pues eso representaría una gran aflicción para mí. Sean juiciosamente generosos justo ahora y eso será sumamente oportuno. Nunca hemos de permitir que los fondos de la casa se vean restringidos mientras nosotros recibamos tan magnánimamente la gracia de Dios.

La señora Spurgeon y yo estamos felices por tener el privilegio de estar juntos en esta soleada tierra; ambos estamos llenos de gratitud al poder contar el uno con el otro, y ambos estamos agradecidos con ustedes por recordarnos en sus oraciones.

Que el Señor bendiga a cada uno de ustedes

Suyo de todo corazón

C. H. Spurgeon

Diario de Spurgeon

7 de Mayo – 1850

Otra vez tengo que confesar mi tibieza. Temo estar perdiendo mi primer amor. La frialdad y la inercia parecieran ser naturales en mí. Carezco de calor interno. Todo proviene del Sol de justicia a través de la rica y gratuita gracia soberana. ¡Qué misericordia es que no me haya quedado completamente muerto de frío, ni que hubiera sido entregado a la muerte estando pecaminosamente distanciado de Dios! ¡Señor, ayúdame a seguirte, y que Tu diestra me sostenga! ¡Oh, Señor, yo necesito fuerzas! No quisiera temer sino confiar en Tu omnipotencia.

viernes, 22 de octubre de 2010

A propósito de enfermedades

Arrumbados. ¿Por qué?

Por C. H. Spurgeon


Las visitas de la enfermedad son misteriosas. Cuando el Señor está usando a un hombre para Su gloria, es muy singular que le hiera súbitamente, y suspenda Su utilidad. Tiene que ser algo bueno, pero, la razón de ello no se ve por ningún lado cerca de la superficie. Al pecador cuyos actos contaminan a la sociedad en la que se mueve, se le permite frecuentemente, año tras año, derrochar su vigor inagotable infectando a todos los que se le acercan. Ninguna enfermedad lo aparta de su ministerio mortal, ni siquiera durante una hora; siempre está en su puesto, siempre está lleno de energía en su misión de destrucción. ¿Cómo es que un corazón ávido del bienestar de los hombres y de la gloria de Dios, se ve obstaculizado por una constitución enfermiza, y ve sofocada su máxima utilidad por causa de los ataques de una dolorosa enfermedad? Podríamos hacernos esa pregunta si la hiciéramos sin murmurar, pero, ¿quién nos la respondería? Cuando el avance de un cuerpo de soldados es detenido por un fuego hostil que esparce dolorosas heridas por todos lados, entendemos que esto es sólo uno de los incidentes naturales de la guerra; pero si un comandante detuviera a sus tropas en medio de la batalla y procediera con su propia mano a eliminar a algunos de sus más celosos guerreros, ¿acaso no nos quedaríamos desconcertados tratando de entender sus motivos? Felizmente para nosotros, nuestra dicha no depende de nuestro entendimiento de la providencia de Dios: somos capaces de creer aquello que no somos capaces de explicar, y nos contentamos con dejar mil misterios sin resolver antes que tolerar una sola duda en cuanto a la sabiduría y la bondad de nuestro Padre celestial. La penosa dolencia que pone al ministro cristiano hors de combat (fuera de combate) cuando es más necesitado en el conflicto, es un tipo de mensajero del Dios de amor y ha de ser recibido como tal: esto lo sabemos, pero, pero no podríamos explicarnos con precisión por qué es así.

Hemos de considerar esto más detenidamente. ¿Acaso no es bueno que nos veamos perplejos y confundidos y como resultado nos veamos forzados a ejercitar la fe? ¿Sería bueno para nosotros que las cosas fueran tan ordenadas, que nosotros mismos pudiéramos ver la razón de cada dispensación? ¿Podría ser en verdad el designio del amor divino, suprema e infinitamente sabio, que pudiéramos medirlo con nuestra corta cinta métrica de la razón? Si todas las cosas fueran ordenadas de conformidad a nuestro criterio de lo que es conveniente y adecuado, ¿caso no permaneceríamos siendo tan necios y soberbios como niños mimados y malcriados? ¡Ah, es bueno que seamos sacados de nuestra ignorancia, para hacernos nadar en las dulces aguas del amor poderoso! Nosotros sabemos que es supremamente bienaventurado ser compelidos a abandonar el ego, a renunciar al deseo y a la opinión, y a quedarnos tranquilos en las manos de Dios.

Es de suma importancia que seamos conservados siendo humildes. La conciencia de la importancia propia es un odioso engaño, pero es un engaño en el que caemos tan naturalmente como crecen las hierbas sobre un muladar. Nosotros no podemos ser usados por el Señor cuando soñamos también con nuestra grandeza personal, cuando nos consideramos indispensables para la iglesia, y cuando sentimos que somos pilares de la causa y cimientos del templo de Dios. No somos nada ni somos alguien, pero es muy evidente que no lo consideramos así, pues tan pronto como somos arrumbados, comenzamos a preguntarnos ansiosamente: “¿Cómo progresará el trabajo sin mí?” Es como si la mosca que viaja en el coche del correo preguntara: “¿Cómo serán transportadas las cartas sin mí?” Hombres mucho mejores han sido depositados en la tumba sin haber llevado la obra del Señor a su culminación, y, ¿nos vamos a enojar e irritar porque por un breve tiempo debemos permanecer sobre el lecho de la languidez? Si fuéramos arrinconados solamente cuando se puede prescindir de nosotros, no constituiría ninguna reprensión para nuestro orgullo; pero si nuestra fuerza se debilita en el camino en la precisa ocasión en que nuestra presencia pareciera ser más necesaria, es la manera más segura de enseñarnos que no somos necesarios para la obra de Dios, y que cuando somos más útiles, Él puede fácilmente prescindir de nosotros. Si esta es la lección práctica, la aspereza de la enseñanza puede ser soportada fácilmente, pues, con toda seguridad, es más que deseable que el ego sea humillado y únicamente el Señor sea engrandecido.

¿No podría nuestro clemente Señor proponerse un doble honor cuando envía un doble conjunto de tribulaciones? “En trabajos más abundante” es un excelso grado, pero “sufridos en la tribulación” no lo es menos. Algunos creyentes han sobresalido en el servicio activo, pero han sido escasamente probados en el otro e igualmente honorable campo de la paciencia sumisa; aunque son veteranos en la obra, han sido sólo un poco mejor que bisoños reclutas en cuanto a la paciencia, y, debido a esto, se han desarrollado sólo a medias en su hombría cristiana en algunos aspectos. ¿Acaso no puede tener el Señor designios especiales para algunos de Sus siervos, queriendo perfeccionarlos en ambas formas de la imitación de Cristo? No parece haber alguna razón natural del por qué las dos manos de un hombre no pudieran ser igualmente útiles, pero pocos individuos se vuelven en realidad ambidiestros, porque la mano izquierda no es ejercitada de la misma manera. Los zurdos que figuran en la Escritura eran realmente hombres que tenían dos diestras, y eran capaces de usar ambas extremidades con igual destreza. La paciencia es la mano zurda de la fe, y si el Señor requiere de un Aod para herir a Eglón, o un benjamita que tire piedras con la honda a un cabello, y no errar, pudiera ser que alterne con él, y ejercite su paciencia así como también su diligencia. Si esto ha de ser así, ¿quién desearía evitar el favor divino? Sería mucho más sabio recordar que esa guerra en dos frentes requerirá de doble gracia, e implicará una responsabilidad correspondiente.

Un cambio en el modo de nuestros ejercicios espirituales puede ser altamente beneficioso, y puede prevenir males desconocidos pero serios. La obstrucción engendrada por el mucho servicio, como un parásito en la corteza de un árbol frutal, puede volverse dañina y, por tanto, el Padre, que es el labrador, quita al parásito dañino con los filosos instrumentos del dolor. Grandes caminadores nos han aseverado que se cansan más pronto en terreno plano pero que, al escalar las montañas y descender a los valles, algunos músculos nuevos son ejercitados, y la variedad del ejercicio y el cambio de escenario les permite mantener el paso con menor fatiga: los peregrinos que van al cielo probablemente puedan confirmar este testimonio. El continuo ejercicio de una sola virtud, exigido por circunstancias peculiares, es sumamente encomiable; pero si otras gracias se quedan sin uso, el alma podría quedar torcida, y el bien se exageraría al punto de quedar teñido por el mal. Las actividades santas son un instrumento de bendición para una gran parte de nuestra naturaleza, pero hay otras porciones de nuestra humanidad nacida de nuevo, que son igualmente preciosas y que no son visitadas por su influencia. La lluvia temprana y tardía puede bastar para el trigo, y para la cebada y el lino, pero los árboles que producen las fragantes gomas arábigas han de llorar primero con los rocíos nocturnos. El viajero de tierra firme contempla la mano de Dios por todos lados, y se llena de santa admiración, pero no ha completado su educación mientras no haya probado el otro elemento; pues “Los que descienden al mar en naves, y hacen negocio en las muchas aguas, ellos han visto las obras de Jehová, y sus maravillas en las profundidades”. Y su ventaja no está limitada a lo que ven, pues la anchura del océano les infunde salud, y sus aguas los limpian de las contaminaciones de la costa. Es bueno que un hombre lleve el yugo del servicio, y no es un perdedor cuando éste es intercambiado por el yugo del sufrimiento.

¿Acaso no puede corresponderles una severa disciplina a ciertas personas para capacitarlos para su oficio de obreros? No podemos hablar con una autoridad consoladora acerca de una experiencia que no hemos conocido nunca. Los que sufren conocen a aquellos que han tenido la misma experiencia, y su olor es como el olor de un campo que el Señor ha bendecido. Las “palabras al cansado” sólo las aprenden las orejas que han sangrado mientras la lesna las ha horadado junto al dintel de la puerta. La vida completa del pastor será un epítome de las vidas de las personas de su congregación, que se volverán a su predicación, como se vuelven los hombres hacia los Salmos de David, para verse a sí mismos y a sus aflicciones, como en un espejo. Sus necesidades serán las razones para sus aflicciones. En cuanto al Señor mismo, el perfecto equipo para Su trabajo llegó únicamente a través del sufrimiento, y lo mismo ha de suceder con quienes son llamados a seguirle vendando a los corazones quebrantados y soltando a los prisioneros. Hay almas que permanecen todavía en nuestras iglesias, cuya experiencia profunda y oscura nunca podremos ministrar mientras no seamos sumergidos en el abismo donde todas las olas de Jehová pasen sobre nosotros. Si este es el caso –y estamos seguros de que lo es- entonces podemos dar la bienvenida de corazón a todo lo que nos haga canales más aptos de bendición. Será un gozo soportar todas las cosas por causa de los elegidos; llevar una parte de “lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia”, será una bienaventuranza para nosotros.

¡Ay, podría haber causas mucho más humillantes para nuestras aflicciones corporales! El Señor podría ver en nosotros lo que le desagrada y le provoca a usar la vara. “Hazme entender por qué contiendes conmigo” debería ser la pronta petición del corazón celoso. “¿No hay alguna causa?” Nunca podría ser superfluo humillarnos e implementar el autoexamen, pues incluso si caminamos en nuestra integridad y podemos alzar nuestro rostro sin vergüenza en este asunto, en cuanto al pecado real, sin embargo, nuestras deficiencias y omisiones deben provocar que nos sonrojemos. ¡Cuánto más santos debimos haber sido, y pudiéramos haber sido! ¡De qué manera más prevaleciente pudimos haber orado! ¡Con cuánta mayor unción pudimos haber predicado! Aquí hay un espacio sin fin para una tierna confesión delante del Señor. Sin embargo, no es bueno atribuir cada enfermedad y cada prueba a alguna falta real, como si estuviésemos bajo la ley, o pudiéramos ser castigados de nuevo por aquellos pecados que Jesús cargó en Su propio cuerpo en el madero. Sería poco generoso para otros si miráramos al mayor ser sufriente como necesariamente el mayor pecador; todo mundo sabe que sería injusto y no cristiano juzgar en relación a nuestros hermanos cristianos, y, por tanto, seríamos muy poco sabios si nos aplicáramos un regla tan errónea y nos condenáramos mórbidamente cuando Dios no condena. Justo ahora, cuando la angustia llena el corazón, y los espíritus son magullados con un dolor y un trabajo muy pesados, no es la mejor estación para formar un juicio íntegro de nuestra propia condición, o de cualquier otra cosa; debemos dejar que la facultad de juzgar repose, y nosotros, con las lágrimas de una amorosa confesión, debemos arrojarnos en el pecho de nuestro Padre, y mirando a Su rostro, debemos creer que nos ama con todo Su infinito corazón. “He aquí, aunque él me matare, en él esperaré”, ha de ser nuestra invariable resolución, y que el Espíritu eterno obre en nosotros una perfecta conformidad a toda la voluntad de Dios, cualquiera que ella sea.

Fuente: La Espada y la Cuchara, Mayo de 1876.

Diario de Spurgeon

6 de Mayo – 1850

Asistí a la reunión de oración. Por la tarde, tuvimos otra reunión sobre el tema de la gloria del reino de Cristo, con fines misioneros. “Preciso es que él reine”. ¡Salvador, ven y extiende Tu reino sobre todo el mundo; blande Tu cetro sobre todos los corazones! ¡Haz que yo sea Tu templo, y hónrame haciéndome un instrumento de bien en Tus manos! Señor, sálvame del orgullo y de la pereza que son mis dos grandes enemigos. ¡Guárdame, oh, guárdame y presérvame! Yo soy una oveja descarriada. Es en Tu poder que yo confío y en Tu fortaleza me apoyo. Yo soy menos que nada; sostenme con Tu propia diestra.
Hoy nos enfrentamos con espíritus malignos, no buscando a alguien con el don de poderes para echarlos fuera, sino más bien siguiendo las instrucciones de 2 Corintios 2: 10-11 que dicen: “Y al que vosotros perdonáis, yo también; porque también yo lo que he perdonado, si algo he perdonado, por vosotros lo he hecho en presencia de Cristo, para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones”.

También las de Efesios 6: 11-18: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el es escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos…”

Asimismo siguiendo las instrucciones de 2 Timoteo 2: 25-26: “Que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él”.

También siguiendo las instrucciones de Santiago 4: 7: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros”.

Y, finalmente, siguiendo las instrucciones de 1 Pedro 5: 7-9: “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros. Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo”.

Todos esos versículos nos enseñan cómo poder triunfar sobre Satanás.

martes, 19 de octubre de 2010

Un breve aviso a todos los amigos

Por este medio quiero comunicar a todos mis amigos y visitantes, tanto del blog como del sitio de traducciones de Spurgeon, que durante algún tiempo no podré responder sus correos ni sus comentarios como solía hacerlo anteriormente, con la diligencia que todos ustedes merecen.

El 22 de Junio del 2006 me hicieron una lobectomía pulmonar izquierda, que en castellano simple quiere decir que me quitaron aproximadamente un 80% del pulmón izquierdo por un adenocarcinoma moderadamente diferenciado primario de pulmón. En aquella ocasión los médicos me daban de tres a seis meses de vida. El Señor me ha dado más de cuatro años sin que el tumor, definido como sumamente agresivo, regresara.

El 30 de Agosto de este año fue descubierto un nuevo tumor, ahora en el bronquio izquierdo y en varios ganglios a ambos lados del mediastino, región ubicada entre los dos pulmones. El tratamiento será largo, e incluirá dosis agresivas inciales de quimioterapia, seguidas de unas 25 sesiones de radioterapia acompañadas de una dosis semanal de quimioterapia, un poco menos agresiva en su etapa posterior.

Le solicito sus valiosas oraciones para que en todo momento cumpla yo la voluntad del Señor en todo este proceso. Debemos recordar siempre que 'a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados'.

Un cordial saludo para todos ustedes.

Allan Román

viernes, 8 de octubre de 2010

¿Acaso no hay que exorcizar a los demonios?

Los poderes demoníacos asaltaron a la iglesia en el primer siglo y, presumiblemente, continúan haciéndolo en esta época. A la luz de ésto, ¿no es válido y necesario el ministerio carismático del exorcismo?

Echar fuera a los demonios es ciertamente una característica central de la actividad carismática, pero, en realidad, se contrapone a muchos pasajes de la Escritura. Para comenzar, la Biblia enseña que desde el advenimiento de Cristo, las personas no pueden ser poseídas por demonios en contra de su voluntad, sino sólo como el resultado de su intervención y cooperación voluntarias con el mundo de los espíritus. Así, la posesión demoníaca se ha visto grandemente reducida en frecuencia, y está virtualmente confinada a los círculos dedicados al ocultismo.

Sin embargo, los carismáticos ven posesiones demoníacas por todas partes, y expulsan demonios fuera de personas que no manifiestan ninguno de los ‘síntomas’ presentes en las descripciones bíblicas de posesión, aparte de la reacción histérica ‘programada’ que es vista algunas veces en adherentes carismáticos que están siendo exorcizados.

Brevemente, el caso bíblico en contra de la posesión demoníaca ‘involuntaria’ es como sigue:

1) Jesús enseñó que Su venida conduciría a un severo cese de los poderes de Satanás para poseer a las almas (Lucas 11: 20-22; Juan 12: 31).

2) Los propios demonios estaban conscientes del inminente fin de su libertad para poseer almas (Lucas 8: 28; Marcos 1: 24).

3) Se describe a los demonios como estando bajo cautiverio desde el Calvario, pues Cristo los ha despojado de su poder irrestricto para poseer las mentes y las almas de las personas (Efesios 4: 8; Salmo 68: 18).

4) Ninguna abierta manifestación de Satanás (ni de los demonios) será permitida sino hasta el fin de los tiempos. Él debe operar principalmente recurriendo al sigilo y a la clandestinidad y hacerlo por medio de la tentación y de las mentiras. El diablo es forzado a permanecer invisible en su operación. Ese no sería el caso si a los demonios les fuera permitido “encarnarse” virtualmente en grandes números de personas y hacerlo a su capricho (2 Tesalonicenses 2: 6-8).

5) Las actividades realizadas por los demonios son descritas de manera bastante concisa en varios pasajes del Nuevo Testamento, y la ocupación de las almas no es una actividad registrada. Ellos mienten, tientan, provocan discordia en la iglesia, hacen la guerra a la iglesia, persiguen y buscan constantemente plantar doctrinas falsas (por ejemplo: 1 Timoteo 4: 1; Santiago 3: 14-15; 1 Juan 4: 1-6; Apocalipsis 12: 17).

6) Nosotros tenemos ciertamente el registro de los exorcismos que fueron realizados como señales milagrosas por el Señor y Sus apóstoles, pero no hay ni una sola palabra de mandato o de instrucción que fuera dirigida a los ministros ordinarios y a los creyentes dándoles autoridad para exorcizar demonios. Tampoco se menciona nada en las Epístolas Pastorales, ni en los extensos pasajes de Romanos, Gálatas y Efesios que tratan con la actividad satánica y con la tentación.

Concluimos que la posesión demoníaca es una forma comparativamente rara de la tragedia humana. Si fuéramos confrontados con un raro caso de posesión, ¿qué deberíamos hacer? Deberíamos seguir el principio de que Cristo, el Señor, es el único capaz de liberar al alma explotada y poseída, y debemos exhortar a esa persona a que acuda a Cristo para ser liberada. ¡Somos tan incapaces de liberar a un alma poseída por el demonio, como de regenerar a un alma! Nosotros no podemos hacer nada, excepto exhortar a hombres y mujeres que acudan a Cristo –el único Sumo Sacerdote- para todas las aflicciones del alma.

Ningún creyente debería arrogarse para sí los poderes sacerdotales de Cristo, buscando efectuar algún tipo de liberación. Ningún creyente debería intentar interactuar personalmente jamás con un demonio, pues hacerlo es una grave violación del mandamiento de Dios que prohíbe comerciar y dialogar con las fuerzas de las tinieblas (Levítico 20: 27; Deuteronomio 18: 10-12).


La enseñanza del Nuevo Testamento es que nuestra lucha contra Satanás y sus huestes es un conflicto indirecto. Nosotros no tocamos, ni sentimos, ni hablamos, ni nos enfrentamos directamente con el enemigo, sino que luchamos usando la armadura y el armamento que Dios provee (ver Efesios 6: 10-18). Cuando nos tiente, nosotros debemos practicar los deberes espirituales que nos protegen, y nos defendemos, no repartiendo golpes verbalmente a los demonios, sino esparciendo el Evangelio y ganando así los corazones de hombre y mujeres.

Muchos sanadores carismáticos piensan que el exorcismo es una parte necesaria de la actividad de sanar, porque Satanás (o algún demonio opresor) está detrás de toda enfermedad. Pero en ninguna parte del Nuevo Testamento se dice que Satanás o los demonios son responsables de la enfermedad, excepto en el caso de aquellas personas que fueron plenamente poseídas por el demonio. En todos estos asuntos la ‘nueva teología’ de los maestros carismáticos es extremadamente superficial y los jóvenes creyentes necesitan ser advertidos de ello.

¡Tenemos que recordar que la principal actividad de los demonios en contra del pueblo de Dios ahora es inficionar las iglesias con doctrinas inventadas por demonios! ¡Qué terrible ironía es que mientras Satanás obre sin obstáculos esparciendo la falsa enseñanza, muchos miembros del pueblo de Dios estén combatiendo en la batalla de hace 2,000 años ‘echando fuera’ a demonios imaginarios!

Tomado y traducido de: The Charismatic Phenomenon de Peter Masters.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Cartas desde el sufrimiento - No.55

Menton
12 de Noviembre de 1891

Amados amigos:

No puedo reportarles un sorprendente progreso, pero siento que debo de estar mejor, sin importar lo que los signos pudieran decir. Con todo, los sentimientos son evidencias dudosas; y una cosa es forzada diariamente en mi mente, es decir, que soy débil como el agua, y que reconstruirse es más lento que derrumbarse.

Mientras tanto, la paciencia ha de tener su obra completa, y yo puedo sentirme apaciguado con jubilosa sumisión al recibir esos felices relatos acerca de las labores de mi querido amigo, el doctor Pierson. Si nada sufre mengua por mi ausencia, la tribulación de estar lejos no me resulta agobiante. Si el Señor bendice a mi sustituto más de lo que me ha bendecido a mí, me alegraré por haber sido dejado de lado por un tiempo. Ahora, en este asunto, mucho depende de cada miembro personalmente. El Señor los bendecirá a través de ustedes mismos. El espíritu misionero arde en el corazón del doctor Pierson; el señor Stott pareciera estar siempre en llamas; otras personas entre sus líderes son celosos por las almas; ¡que todo el grupo se inflame con fuego celestial! Entonces veremos a la congregación y a la vecindad circundante ardiendo con el interés del Evangelio, y finalmente derretida en arrepentimiento por el calor de la gracia divina.

Estoy muy tranquilo acerca del testimonio de mi púlpito, pues nuestro amigo el doctor Pierson no se arredra si tiene que defender la verdad o enfrentar a la falsa doctrina. De todo lo que escucho, juzgo que el error prolifera como siempre, y es muy tolerado por la comunión de hombres buenos con quienes lo promueven. Si yo no hubiera presentado mi protesta antes, me vería constreñido a presentarla ahora. ‘Los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor’. En cuanto a nosotros, amados, hemos de permanecer en lo que el Espíritu Santo nos ha enseñado, ¡y que lo que ha escrito en el Libro sea escrito también por Su propia mano en todos nuestros corazones! ¡Que el propio Señor los bendiga!

Suyo de todo corazón

C. H. Spurgeon

Más reflexiones de George Müller sobre la fe

Los siguientes lineamientos ayudarán al creyente a consolidar su fe:

1. Lee cuidadosamente la Palabra y medita en ella. A través de la lectura de la Palabra de Dios, y especialmente a través de su meditación, el creyente se informa sobre la naturaleza y el carácter de Dios. Además de la santidad y de la justicia de Dios, percibe que Él es un Padre sumamente amable, amoroso, clemente, misericordioso, poderoso y sabio. Por tanto, en pobreza, aflicción, muerte de seres queridos, dificultad en el servicio, o necesidad financiera, el creyente descansará en la habilidad de Dios para ayudarle. Ha aprendido por la Palabra que Dios es omnipotente en poder, infinito en sabiduría, y que está dispuesto a ayudar y a liberar a Su pueblo. Leer la Palabra de Dios, y meditarla, es un excelente medio para fortalecer la fe.

2. Tenemos que mantener un corazón recto y una buena conciencia y no debemos consentir, a sabiendas o de manera habitual, las cosas que son contrarias a la mente de Dios. ¿Cómo podría continuar actuando con fe si contristara al Señor y no le diera toda la gloria y la honra que le es debida? Toda mi confianza en Dios y toda mi dependencia de Él, desaparecerían en la hora de la tribulación si yo tuviera una conciencia culpable y continuara todavía en el pecado. Si yo no puedo confiar en Dios debido a una conciencia culpable, mi fe se ve debilitada. Con cada nueva prueba, la fe crece al confiar en Dios y recibir Su ayuda o decrece por no confiar en Él. Un hábito de intentar depender de uno mismo es derrotado o promovido. Si confiamos en Dios, no confiamos en nosotros mismos, ni en nuestros semejantes, ni en las circunstancias, ni en ninguna otra cosa. Si efectivamente confiamos en una o en algunas de estas cosas, entonces no confiamos en Dios.

3. Si deseamos que nuestra fe sea fortalecida, no deberíamos rehuir las oportunidades en las que la fe pudiera ser probada. Mientras más estoy en una posición para ser probado en la fe, más tendré la oportunidad de ver la ayuda y la liberación de Dios. Cada nueva instancia en la que Él me ayuda y me libra, incrementará mi fe. El creyente no ha de rehuir las situaciones, posiciones, o circunstancias en las que su fe pudiera ser probada, sino que debería abrazarlas alegremente, como oportunidades para ver la mano de Dios extendida para ayudar y liberar. Su fe se verá así fortalecida.

4. El último punto importante para el fortalecimiento de nuestra fe es que dejemos que Dios obre por nosotros y no intentemos una autoliberación. Cuando llega una prueba de fe, estamos naturalmente inclinados a desconfiar de Dios y a confiar en nosotros mismos, en nuestros amigos o en las circunstancias. Preferiríamos realizar una autoliberación que mirar simplemente a Dios y esperar Su ayuda. Pero si no esperamos pacientemente la ayuda de Dios o si intentamos realizar una autoliberación, entonces, en la siguiente prueba de nuestra fe, tendríamos el mismo problema. Nuevamente estaríamos inclinados a intentar liberarnos según nuestros medios. Con cada nueva prueba, nuestra fe decrecerá. Por el contrario, si permaneceos firmes para ver la salvación de Dios, y confiamos únicamente en Él, nuestra fe aumentará. Cada vez que vemos la mano de Dios extendida en favor nuestro en la hora de la tribulación, nuestra fe se ve incrementada aún más. Dios demostrará Su disposición para ayudar y para liberar en el momento perfecto.

Se pueden utilizar principios escriturales para vencer las dificultades en los negocios o en cualquier llamamiento terrenal. Los hijos de Dios, que son forasteros y peregrinos en la tierra, deben esperar tener dificultades en el mundo, pues aquí no están en casa. Pero el Señor nos ha provisto con promesas en Su Palabra, para hacer que triunfemos sobre las circunstancias. Todas las dificultades pueden ser vencidas actuando conforme a la Palabra de Dios.

Traducción realizada tomada directamente del libro: The Autobiography of George Müller. Whitaker House.