lunes, 30 de noviembre de 2009

Una maravillosa fuente de poder

Amados míos en el Señor, compañeros soldados en Cristo, ¿cuál ha sido la fuente y el secreto de nuestra fuerza, como iglesia, hasta este momento? Ha sido nuestra oración. ¡Cuán bien recuerdo aquellas reuniones de oración que tuvieron lugar en la Capilla de Park Street! Cuando comenzamos, éramos sólo unas cuantas criaturas débiles que, en la mayoría de las reuniones de oración que tuvimos, nos reuníamos en una pequeña sacristía; pero pronto tuvimos que abrir nuestras puertas de par en par, y pasar a la capilla, y nunca hemos regresado a la sacristía desde entonces. Y, ¡oh, el poder que el Señor graciosamente nos concedió en oración! Sentí allí, y muchos de ustedes lo sintieron, que parecía que por nuestra súplica hacíamos descender la bendición de Dios sobre nosotros; y entonces nuestros números se vieron rápidamente incrementados, las almas fueron convertidas y Dios fue glorificado.

Sermón no.2288 - El lugar vacío. Charles Haddon Spurgeon

La medida de la influencia de una iglesia

La riqueza de la iglesia radica en el poder de intercesión. La medida de la influencia de la iglesia se descubrirá que está en una exacta proporción a la cantidad de oración que presentan sus miembros; si no hay mucha oración, no puede haber mucho poder.

Sermón no.2288 - El lugar vacío. Charles Haddon Spurgeon

Diario de Spurgeon

Una de las facetas del pastor Spurgeon que ha sido poco estudiada es su carácter místico. Su serie de sermones sobre el Libro del Cantar de los Cantares de Salomón nos descubre esa parte de su personalidad que todavía no ha sido analizada debidamente. Algunos de esos sermones podrán encontrarlos en Temas, en la sección titulada El Lugar Santísimo, el lugar para el trato íntimo con Dios en el sitio http://www.spurgeon.com.mx/. Ese rasgo místico ya es evidente en este Diario que fue escrito siendo un recién convertido y antes de cumplir los dieciséis años de su edad.

22 de Abril – 1850

El Señor no me ha abandonado. Asistí esta noche a la reunión de oración, y oré. ¿Por qué habría de tener miedo de hablar sobre mi único Amigo? No seré tímido ya más, y confío que el Señor me ha ayudado en esto y me ayudará también en otras cosas. El espíritu está más vivo hoy, y se remonta más alto y está más encantado con ese Salvador quien es la vida de todo mi gozo. La fe es el precioso don de Dios, y el amor es Su don; todo nos viene de Dios de principio a fin.


sábado, 28 de noviembre de 2009

"Hermanos y hermanas, la gracia de Dios no ha venido a nosotros simplemente para mantenernos alejados de unos cuantos vicios notables, sino para liberarnos completamente del poder de las tinieblas. Y si, ocasionalmente, yo pudiera entregarme al pecado, simplemente para darme el gusto de un placer, eso demostraría que desconozco la liberación que Jesús concede a Su pueblo llamado y regenerado”.

Charles Haddon Spurgeon, sermón no.3366, Vol.59

Jesús, el Rey de la Verdad

En el referido mensaje, el pastor Spurgeon nos pide que hagamos una pausa. Tenemos que interrumpir el desarrollo del sermón para escuchar unas cuantas preguntas y tratar de responderlas, como ante Dios, con toda sinceridad. ¿Soy de la Verdad? ¿Es Dios el Señor de mi corazón? Hemos de recordar que la sentencia: "Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas", es válida desde la perspectiva divina. El Señor no acepta un corazón dividido. Pero desde la perspectiva del corazón artero y traicionero del hombre, se puede servir hasta veinte o más señores.... He aquí al pastor Spurgeon de nuevo:

"Hagamos una pausa aquí. Cristo es rey, un rey por la fuerza de la verdad en un reino espiritual; con este propósito nació; por esta causa vino al mundo. Alma mía, hazte esta pregunta: ¿Ha sido cumplido en ti este propósito del nacimiento y de la vida de Cristo? Si no es así, ¿cuál es el provecho de la Navidad para ti? Los miembros del coro cantarán: "Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado." ¿Es cierto eso para ti? ¿Cómo podría serlo a menos que Jesús reine en ti, y sea tu Salvador y tu Señor? Los que verdaderamente pueden regocijarse en Su nacimiento son aquellos que le conocen como el Señor de sus corazones, que gobierna su entendimiento por la verdad de su doctrina, su admiración por la verdad de Su vida, y sus afectos por la verdad de Su persona. Para esa gente, Él no es un personaje que deba ser retratado con una corona de oro y un manto de púrpura, como los reyes comunes y teatrales de los hombres, sino ¡Alguien más resplandeciente y más celestial, cuya corona es real, cuyo dominio es incuestionable, que gobierna con verdad y amor! ¿Conocemos a este rey?

viernes, 27 de noviembre de 2009

Diario de Spurgeon

Seguimos publicando las entradas del diario de Spurgeon, escrito cuando no cumplía todavía los 16 años. Ese detalle es lo asombroso de este Diario.

21 de Abril – 1850

Esta mañana, el señor S. predicó sobre el versículo 2 Tesalonicenses 3: 3, “Pero fiel es el Señor, que os afirmará y guardará del mal”. Esta es la gran esperanza de un cristiano y el principal consuelo de mi vida: que el Señor lo hará. Por la tarde, Mateo 9: 22, “Pero Jesús, volviéndose y mirándola, dijo: Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado. Y la mujer fue salva desde aquella hora”. Otra vez el Señor está obrando aquí; los médicos terrenales no podrían hacerlo. ¡Bendito eres, oh Dios, por esta gran salvación! Por la noche, 3 Juan 4, “No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad”. No estoy muy interesado en estos sermones predicados dos veces. En general, he disfrutado mucho este día. Poco lo he merecido, es más, no lo he merecido en absoluto. No hay ningún mérito en mí, estoy seguro; el más vil de los viles, durante mucho tiempo he cerrado mis ojos a esta gran salvación y a este glorioso estado del pueblo de Dios.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Jesús, el Rey de la Verdad

Quisiera seguir invitando a la lectura del sermón del mismo título porque contiene reflexiones fundamentales para todo tiempo y en particular para estas fechas, en las que el mundo nos invita a celebrarlas de una manera que difiere mucho del propósito de la venida de nuestro Señor. Hay frases que son lapidarias y se verían muy bien escritas en letras doradas sobre un paño de terciopelo negro. Para ejemplo Spurgeon nos dice: 'La verdad venida en carne y sangre tiene poder sobre carne y sangre'. Esto nos lleva nuevamente al tema del poder del Evangelio, a no modificarlo, ni interpretarlo de tal manera que se adapte a nuestros gustos y a nuestros protervos corazones, sino a confiar en que el Evangelio tiene la fuerza para cambiarnos. He aquí las palabras del pastor Spurgeon:

"Además, la verdad no ejerce nunca tanto poder como cuando se encarna. La verdad hablada puede ser derrotada, pero la verdad actuada en la vida de un hombre es omnipotente, por medio del Espíritu de Dios. Ahora, Cristo no habló simplemente la verdad, sino que Él era la verdad. Si hubiera sido la verdad venida en una forma angélica, habría poseído muy poco poder sobre nuestros corazones y nuestras vidas; pero la verdad perfecta en una forma humana, tiene un regio poder sobre la humanidad regenerada. La verdad venida en carne y sangre tiene poder sobre carne y sangre. De aquí que nació para este propósito.

"Así que cuando oigan las campanas que tañen en la Navidad, piensen en el motivo por el que nació Cristo. No sueñen con que vino a aderezar sus mesas y a llenar sus copas. En su júbilo, miren por encima de todas las cosas terrígenas. Cuando oigan que en ciertas iglesias hay pomposas celebraciones y espectáculos eclesiásticos, no piensen que Jesús nació para este propósito. No; sino que miren dentro de sus corazones, y piensen que para esto nació: para ser Rey, para gobernar por medio de la verdad en las almas de un pueblo que es, por gracia, conducido a amar la verdad de Dios".

Tomado del sermón Jesús, el Rey de la verdad.

martes, 24 de noviembre de 2009

Jesús, el Rey de la Verdad

La traducción de cada sermón del pastor Spurgeon involucra para mí repetidas lecturas que suman cinco al menos. Pareciera que ese proceso debería bastar para captar la esencia del sermón, pero he descubierto que no es el caso. Mucho tiempo después de haberlo traducido, vuelvo a leer algún sermón y descubro pepitas de oro y de otros metales preciosos que permanecieron ocultas en todo el primer escrutinio. A veces, un solo párrafo puede constituir en sí mismo un sermón, una enseñanza que nos abre los ojos a profundas realidades espirituales. Uno de esos memorables sermones es la La mano seca, no.1485, que nos ayuda a entener el arrepentimiento y la fe, tanto como una responsabilidad del hombre como un don de Dios. Es un sermón de una instrucción fenomenal. Es un sermón que leo y releo con frecuencia. Otro sermón cargado de instrucción es la Serpiente de bronce, no.1500, que explica de manera maravillosa el nuevo nacimiento. Y así podríamos proseguir analizando cada sermón y llegaríamos a concluir que los 3561 sermones que quedaron registrados contienen una enseñanza fenomenal.

Pero ahora hemos estado hablando del sermón Jesús, el Rey de la Verdad, no.1086, que nos explica de manera sencilla el reinado de Cristo en la tierra. Quisiera mostrar ahora un par de párrafos con el fin de comprobar lo esencial de la enseñanza en un mundo que sigue desorientado en cuanto al reinado de Cristo. Dice el pastor Spurgeon:

"Recordemos en este punto que cuando nuestro Señor le dijo a Pilato: "tú dices que yo soy rey," no se estaba refiriendo a Su dominio divino. Pilato no estaba pensando en eso para nada, ni tampoco nuestro Señor se refiría a eso, creo yo; sin embargo, no se olviden de que, como divino, Él es el Rey de reyes y Señor de señores. No debemos olvidar nunca que, aunque como hombre murió en debilidad, vive eternamente y gobierna como Dios. Tampoco creo que se refiriera a Su soberanía mediadora que posee sobre la tierra en relación a Su pueblo, pues al Señor toda potestad le es dada en el cielo y en la tierra, y el Padre le ha dado potestad sobre toda carne para que dé vida eterna a todos los que le fueron dados. Pilato no estaba aludiendo a eso, por un lado, ni nuestro Señor tampoco.

Él se estaba refiriendo a ese gobierno que ejerce personalmente en las mentes de los fieles, a través de la verdad. Ustedes recordarán el dicho de Napoleón: "yo he fundado un imperio mediante la fuerza, y se ha desvanecido. Jesucristo estableció Su reino en el amor, y permanece hasta este día y permanecerá para siempre." Ese es el reino al que se refiere la palabra del Señor, el reino de la verdad espiritual en el que Jesús reina como Señor sobre aquellos que son de la verdad. Él afirmaba ser un rey, y la verdad que reveló y de la cual era la personificación, es, por lo tanto, el cetro de Su imperio. Él gobierna mediante la fuerza de la verdad sobre aquellos corazones que sienten el poder de la rectitud y de la verdad, y por tanto, que se someten voluntariamente a Su guía, creen en Su palabra, y son gobernados por Su voluntad. Cristo reclama soberanía sobre los hombres como Señor espiritual; Él es rey de las mentes de los que le aman, de los que confían en Él y le obedecen, porque ven en Él la verdad que desean sus almas con vehemencia. Otros reyes gobiernan nuestros cuerpos, pero Cristo gobierna nuestras almas; aquellos gobiernan por la fuerza, pero Él gobierna por los atractivos de la justicia; la de aquellos reyes es, en gran medida, una realeza ficticia, pero la Suya es verdadera y encuentra su fuerza en la verdad".

Es un muy buen sermón navideño.

lunes, 23 de noviembre de 2009

El poder del Evangelio

Nos aproximamos velozmente a las celebraciones de la Navidad. Me gustaría recomendar para estos días la lectura de un soberbio sermón del pastor Spurgeon, cuyo tema no guarda aparentemente ningún vínculo con la Navidad, pero que fue predicado precisamente en estas fechas para que la gente pueda reflexionar sobre la verdad. "Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Juan 8: 31). Pero en este sermón vemos a la verdad desnuda, sin ninguna pompa real, humillada, y esa Verdad proclama entonces: "Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí". Es triste ver que hay muchos grupos cristianos que se esfuerzan inútilmente por traer el reino de Cristo a este mundo, habiendo dicho Él mismo: "Mi reino no es de este mundo". La forma en que podemos ayudar a la extensión del reino de Dios, es mediante la predicación del verdadero Evangelio, creyendo en el poder del Evangelio para cambiar a la gente, y no dulcificando el evangelio ni adaptándolo al protervo corazón de los hombres para que se dignen aceptarlo. Por sí mismos, no cambiarán jamás. Sólo el poder del verdadero Evangelio puede cambiarlos. En el conocido poema de Rubén Darío -ese excepcional poeta nicaragüense- titulado Los motivos del lobo, el bardo pone en boca de Francisco estas palabras fidedignas: "En el hombre existe mala levadura. Cuando nace, viene con pecado. Es triste. Mas el alma simple de la bestia es pura".

Estas son algunas consideraciones impactantes del pastor Spurgeon en el sermon al que hago referencia:

"Hasta este día, en su apariencia externa, el cristianismo puro es igualmente un objeto sin ningún atractivo que muestra en su superficie pocas señales de realeza. Es sin parecer ni hermosura, y cuando los hombres lo ven, no encuentran una belleza deseable para ellos. Cierto, hay un cristianismo nominal que es aceptado y aprobado por los hombres, pero el Evangelio puro, es despreciado y desechado todavía. El Cristo real de hoy, es desconocido e irreconocible entre los hombres, de la misma manera que lo fue en Su propia nación hace mil ochocientos años. La doctrina evangélica está en rebaja, la vida santa es censurada, y la preocupación espiritual es escarnecida. "¿Qué," preguntan ellos, "llamas tú verdad regia a esta doctrina evangélica? ¿Quién la cree en nuestros días? La ciencia la ha refutado. No hay nada grandioso acerca de ella; podría proporcionar consuelo a las viejas y a todos aquellos que no tienen suficiente capacidad para pensar libremente, pero Su reino ha terminado, y no regresará jamás." En cuanto a vivir separados del mundo, califican eso de Puritanismo, o algo peor. Cristo en doctrina, Cristo en espíritu, Cristo en la vida: en estas áreas, el mundo no puede soportarlo como rey. El Cristo alabado con himnos en las catedrales, el Cristo personificado por prelados altaneros, el Cristo rodeado por quienes pertenecen a las casas reales, ese sí es aceptable; pero al Cristo que debe ser honestamente obedecido, seguido y adorado en simplicidad, sin pompa ni liturgias deslumbrantes, a ese Cristo no le permitirían que reine sobre ellos. Pocas personas, hoy en día, estarán de parte de la verdad por la que dieron la vida sus antepasados. El día del compromiso de seguir a Jesús en medio de la maledicencia y de la vergüenza, ha pasado. Sin embargo, aunque los hombres se nos acerquen para preguntarnos: "¿acaso llaman a su Evangelio divino? ¿Son ustedes tan ridículos como para creer que su religión viene de Dios y que someterá al mundo?" Nosotros respondemos valerosamente: "¡sí!" ¡Así como debajo del vestido de un campesino y del rostro pálido del Hijo de María podemos discernir al Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, así también bajo la sencilla forma de un Evangelio despreciado, percibimos los regios lineamientos de la verdad divina. A nosotros no nos importa la ropa o la morada externa de la verdad; la amamos por ella misma. Para nosotros, los palacios de mármol y las columnas de alabastro no tienen importancia. Valoramos mucho más el pesebre y la cruz. Estamos satisfechos de que Cristo reine donde Él quiere reinar, y ese lugar no es en medio de los grandes de la tierra, ni entre los poderosos y los sabios, sino entre lo vil del mundo y lo que no es, que deshará lo que es, pues a estos ha elegido Dios, desde el principio, para que sean Suyos".

Recomiendo ampliamente la lectura del sermón El Rey de la Verdad, que está en espera de muchos ávidos lectores.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

El poder del Evangelio

Seguimos tratando el tema del poder del Evangelio. Pablo volvía reiteradamente a ese tema, y decía: “Pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios”, y “Mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios”, y también “Para que vuestra sabiduría no esté fundada en sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”. Creo que conocemos los textos, y algunos los podrían repetir de memoria, sin duda. Sin embargo, los hombres que quieren dedicarse al ministerio, aspiran a ser Gamaliel e incluso Nicodemo, el maestro de Israel. De inmediato nos muestran la colección de doctorados obtenidos en los mejores seminarios y universidades, los años de docencia, los reconocimientos… Sin embargo, nuestro Señor no llamó al ministerio a Gamaliel, ni a Nicodemo ni a Caifás, ni a los principales sacerdotes. “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios…”

La pregunta que espera una respuesta sincera es: ¿qué tanto creemos en el poder del Evangelio? Hoy por la mañana, platicaba con un médico, y me comentaba sus estrategias para introducir el tema de la Biblia, el tema del Evangelio en algunas de sus conversaciones con sus amigos. “Debemos revestirnos de mucha prudencia”, me decía. Yo me preguntaba: ¿que no tiene poder el Evangelio para abrirse paso sin importar la circunstancia?

Cuando Spurgeon predicaba, había todo un grupo de miembros del Tabernáculo que oraba en los sótanos, pidiendo al Señor que infundiera poder, en el instante de su predicación, a la palabra que había dado al pastor para esa ocasión. El mismo Spurgeon decía: lo que salva a las almas es la cita de algún versículo bíblico dentro del sermón, más que la explicación que da el predicador. “Arrepentíos”, es un mandamiento del Señor. Y quien no se arrepienta es culpable. Pero para algunas personas, el “arrepentíos”, lleva un don que lo llevará al arrepentimiento ya sea en el instante, o en cualquier otro momento posterior.

Una forma que tengo para explicarme esto es que la Palabra de Dios es como una bomba de tiempo, que hará su efecto en el preciso instante en que el Señor ha determinado que explote. En el caso de Spurgeon, la explosión fue inmediata. En el caso de otras muchas personas puede implicar todo un proceso, a veces de años, pero explotará… “Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”. Pero es el Señor quien pone la dinamita en la palabra.

Cuando los apóstoles descubrieron que los gentiles estaban siendo llamados al arrepentimiento, no consideraron que lo hacían por sí mismos, sino que dijeron: “¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” Entonces, cuando se les predicó: “Arrepentíos”, en la orden iba el don.

Es a la luz de estas consideraciones que quiero recordar estas palabras del pastor Spurgeon, vinculadas con el poder del Evangelio:

"Pablo dijo expresamente: 'Así que, teniendo tal esperanza, actuamos con mucha confianza' y dijo también: 'Ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder.' El apóstol Pablo era un pensador profundo, un hombre de un gran discernimiento y de una mente sutil. Tenía tal potencia mental que pudo haber sido un filósofo de primer rango, o un místico discernidor de las más profundas tinieblas; pero fue en contra de su inclinación natural y dedicó todas sus energías a explicar el Evangelio. Exigió una renuncia sublime de su parte, dejar a un lado toda su lógica incluida entre todas las demás cosas que consideró como pérdida para Cristo, puesto que dice: "Porque me propuse no saber nada entre vosotros, sino a Jesucristo, y a él crucificado." Él "se propuso", tenía la determinación, tenía el convencimiento de hacerlo o no lo habría logrado. Él es el hombre que escribió algunas de las cosas más difíciles de entender, según lo menciona Pedro, pero cuando se trataba del Evangelio, únicamente lo presentaba de manera muy sencilla. Era tierno con sus oyentes como una nodriza lo es con su niño, y se hizo a sí mismo instructor de bebés, entregando la palabra con la sencillez que los niños requieren.

El verdadero hombre de Dios no le pondrá al Evangelio el velo de los ritos ni de las ceremonias. Un consejo: observa a los que hacen esto y evítalos. Vemos en algunas iglesias al sacerdote, con qué reverencia camina hacia la derecha o hacia la izquierda con sus manos enlazadas, repitiendo frases en latín que son desconocidas para el pueblo. Da vueltas, hace una reverencia, y vuelve a dar vueltas. Por momentos vemos su rostro y luego sólo vemos su espalda. Supongo que todo eso tiene por fin la edificación; pero yo, pobre criatura, no puedo encontrar la menor instrucción en ello, ni, hasta donde sé, ninguna de las personas que miran podría hacerlo. ¿Cuál es el significado de los monaguillos vestidos con túnicas elegantes y echando tanto humo? ¿Y qué significan esas flores y esas imágenes en el altar? ¡Cuán espléndida es esa cruz que adorna la espalda del sacerdote! Parece ser hecha de rosas. La gente mira, y algunos se preguntan dónde consigue esos ornamentos, mientras otros hacen especulaciones acerca de la cantidad de cera que se consume cada hora; y eso es todo. Cristo está escondido tras los velos de las señoras, si en verdad está allí. Conozco a muchos sacerdotes que no quisieran hacer todo eso, pero sin embargo esconden al Señor en un lenguaje rebuscado. Es algo grandioso remontarse a las alturas sobre las alas de la elocuencia y desplegar la gloria del discurso, hasta que te deshaces, en medio de una espléndida perorata, en meros fuegos artificiales, tal como finalizan muchas exhibiciones.

Pero esto no es lo que conviene a los predicadores del Señor Jesús. Siempre les digo a nuestros jóvenes que uno de sus mandamientos debe ser: "No dirás peroratas." Intentar usar un lenguaje diferente al lenguaje sencillo cuando predicamos la salvación, es abandonar nuestro propio trabajo. Nuestra única obligación es explicar el evangelio de manera sencilla. Nuestro negocio es el alimento, no las flores. Que los ornamentos llamativos queden para el teatro o para el bar, donde los hombres buscan distraerse, o donde debaten para ganar algo; o dejemos que todas estas pobres tonterías queden para el Senado, lugar donde los hombres defienden causas o denuncian, de acuerdo a lo que convenga a su partido. No nos toca a nosotros convertir al peor argumento en el mejor, ni esconder la verdad bajo montañas de palabras. En lo que a nosotros toca, debemos escondernos detrás de la cruz, y hacer saber a los hombres que Jesucristo vino para salvar a los perdidos, y que si creen en Él, serán salvos de manera inmediata y para siempre. Si no les hacemos saber esto, entonces no habremos dado en el blanco, sin importar la manera grandiosa en que nos hayamos comportado. ¡Qué! ¿Habríamos de convertirnos en acróbatas de palabras, o malabaristas que hacen maravillas? De esa manera Dios es insultado, su evangelio es degradado y las almas son abandonadas a su perdición".


Sermón no.1663 - C. H. Spurgeon

lunes, 16 de noviembre de 2009

El poder del Evangelio

Es harto conocido el relato de la conversión de Spurgeon. En la providencia de Dios, en aquella fría mañana de Enero, le correspondería predicar a un hombre ignorante, sin educación, sin preparación, que carecería de palabras que ofrecer a su escaso auditorio, excepto este versículo de Isaías: 'Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más'. Por su misma falta de preparación, no pudo sino repetir este versículo una y otra vez, hasta que por fin, viendo a Spurgeon, se dirigió a él y le dijo: 'jovencito, veo que tienes serios problemas; Dios te dice: Mirad a mí'. Y Spurgeon nos comenta: 'miré y vi al instante'.

¿Quiere decir esto que Spurgeon recorrió en un instante todos los tratados de teología de los puritanos que había leído? ¿Que recordó todos los oficios de Cristo, Su venida a la tierra, Su vida, Su muerte, Su resurrección, Su ascensión y Su intercesión en la gloria? No lo creo. No tuvo tiempo para eso.

Yo creo que en la palabra de Dios: 'Mirad a mí' iba la fuerza que Spurgeon requería para mirar, así como cuando Jesús le dijo al ciego de nacimiento: 'Pues le has visto, y el que habla contigo, él es'. Y en ese mismo instante lo quitó la vendas que le producían la ceguera espiritual y los tapones de los oídos que le producían la sordera espiritual, y en ese instante, y sólo en ese instante le respondió: 'Creo, Señor; y le adoró'. A aquel ciego, el grandiosísimo milagro de la devolución de su vista le había dejado indiferente. Lo sabemos porque, después de recuperar la vista, regresó de inmediato a su casa y cuando los vecinos le preguntaron: '¿Dónde está él?', les respondió: 'No sé'.

Jesús tuvo que hallarlo como se halla a una oveja perdida y cuando le preguntó: '¿Crees tú en el Hijo de Dios'? el ciego a su vez le preguntó: '¿Quién es, Señor, para que crea?'

Vemos entonces que en las palabras 'Pues le has visto, y el que habla contigo, él es', iba la fuerza, iba el poder del Evangelio que le llevó a ver y oír y decir: 'Creo, Señor'.

Lo mismo le sucedió a Spurgeon. En las palabras: 'Mirad a mí' iba la fuerza que le hizo mirar en un instante. El ciego de nacimiento que era Spurgeon, dijo en aquel instante: 'Creo, Señor'

Por esta razón, Spurgeon predicaba con fe en el poder del Evangelio, porque lo había experimentado. Por eso supo hablar así:

"El predicador debe hablar en nombre de Dios o mejor callar. Hermano mío, si el Señor no te ha enviado con un mensaje, vete a la cama, o a la escuela o dedícate a tus cultivos; porque ¿qué importa lo que tú tengas que decir si sólo sale de ti? Si el cielo te ha dado un mensaje, proclámalo como tiene que hacerlo quien es llamado a ser la boca de Dios. Si inventamos nuestro propio evangelio en el camino, producto de nuestras cabezas, y componemos nuestra propia teología, como los boticarios preparan sus compuestos de medicinas, tenemos una tarea inacabable frente a nosotros, y el fracaso nos mira a la cara. ¡Ay de la debilidad del ingenio humano y de la falacia del razonamiento de los mortales! Pero si tenemos que entregar lo que Dios declara, tenemos una simple tarea que nos llevará a grandiosos resultados, pues el Señor ha dicho: "Así será mi palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía."

¿Dónde aprendió el apóstol a hablar de manera tan positiva? En el primer versículo de este capítulo nos dice: "Por esto, teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que nos fue dada, no desmayamos." Él mismo había sido una vez un perseguidor; y había sido convencido de su error cuando se le apareció el Señor Jesús. Este fue un gran acto de misericordia. Ahora él sabía que sus pecados le habían sido perdonados; sentía en su propio corazón que era un hombre regenerado, cambiado, limpiado, creado de nuevo y esto era para él una evidencia contundente de que el Evangelio era de Dios. Para él, de cualquier manera, el Evangelio era una verdad comprobada, que no necesitaba ninguna otra demostración fuera del efecto maravilloso que había ejercido sobre él. Habiendo recibido, él mismo, la misericordia, juzgaba que otros hombres también necesitaban esa misericordia igual que él, y que el mismo Evangelio que había traído luz y consuelo a su propia alma, les traería la salvación también a ellos. Esto le animaba para su trabajo. Esta conciencia que tenía le impulsaba a hablar como alguien que tiene autoridad. No dudaba en lo más mínimo, pues hablaba de lo que había experimentado.

Ah, amigos, nosotros no solamente entregamos un mensaje que creemos que es de Dios, sino que decimos lo que ha sido probado y comprobado dentro de nuestras propias almas. Para un predicador no convertido debe ser un aprieto terrible, pues no tiene la evidencia de la verdad que proclama. Un hombre que no conoce el efecto del evangelio en su propio corazón debe soportar mucha ansiedad cuando predica el evangelio. ¿En realidad, qué sabe del Evangelio si nunca ha sentido su poder? Pero si ha sido convertido por su mediación entonces tiene mucha confianza y no será perturbado por las preguntas y estratagemas de los que se le oponen. Su conciencia más íntima lo fortalece durante la predicación del mensaje. Nosotros debemos sentir también la influencia de la palabra para que podamos decir lo que conocemos, y dar testimonio de lo que hemos visto. Habiendo recibido misericordia no podemos sino hablar de esa misericordia positivamente, como una cosa que hemos probado y experimentado: y sabiendo que es Dios quien nos ha dado la misericordia, no podemos sino hablar deseando ansiosamente que otros también puedan participar de la gracia divina".

El poder del Evangelio

En esta época, en la que se habla tanto de la 'inculturización' del Evangelio, en la que los evangelistas y los predicadores se preocupan en gran manera en cambiar el Evangelio para adaptarlo a los protervos corazones de los hombres en vez de confiar que el poder del Evangelio puede cambiar los protervos corazones de los hombres, es bueno reflexionar sobre las palabras de un predicador que predicó con mucho poder en el siglo XIX simplemente porque creía, al lado del apósotol Pablo, en el poder de la palabra de Dios.

Cito a continuación algunos párrafos que considero pertinentes para el tema de esta meditación:

"Observen de entrada la confianza con la que Pablo habla. Es evidente de manera categórica que no tiene la menor duda de que el Evangelio que proclama es verdaderamente cierto; más aún, que es verdadero, de manera tan manifiesta, que si los que lo han escuchado no lo aceptan, tiene que ser porque el dios de este mundo ha cegado sus mentes. El acento de la convicción hace que cada palabra sea muy enfática. Pablo cree y está seguro y plenamente convencido de que aquellos que no creen están bajo la esclavitud del diablo.

Este no es el estilo ordinario en que el Evangelio es predicado hoy en día. Escuchamos a muchos hombres que se disculpan cortésmente por afirmar algo como cierto, pues temen que se piense de ellos que son fanáticos y de mente estrecha: tratan de demostrar cosas que son tan claras como la luz del día, y de apoyar con argumentos lo que el propio Dios ha dicho; como si el sol necesitara de velitas para ser visto, o como si Dios necesitara del apoyo del razonamiento humano. Él apóstol no asumió una posición defensiva de ninguna manera: llevó la guerra a las filas enemigas y puso sitio a los incrédulos. Traía una revelación de Dios, y cada una de sus palabras planteaba un reto a los hombres: 'Esta es la palabra de Dios, tienen que creerla; porque si no lo hacen incurrirán en pecado, y probarán que están perdidos, y que están bajo la influencia del diablo.' Cuando el Evangelio era predicado en ese estilo real, prevalecía con poder y aniquilaba toda oposición. Por supuesto que algunos ponían objeciones. '¿Qué va a decir este charlatán?' era una pregunta común; pero los mensajeros de la cruz ponían un alto a los que objetaban, pues simplemente seguían declarando el Evangelio glorioso. Su única palabra era: 'Esto viene de Dios: si creen serán salvos, si lo rechazan serán condenados'. No mostraban escrúpulos al respecto, antes bien hablaban como hombres que creían en su mensaje, y estaban convencidos de que el mensaje dejaba a los incrédulos sin ninguna excusa. Nunca alteraron su doctrina o suavizaron el castigo por rechazarlo. Como fuego en medio de la hojarasca, el Evangelio consumía todo lo que estaba a su alrededor cuando se predicaba como la revelación de Dios. Hoy no se propaga con la misma velocidad porque muchos de sus maestros han adoptado, según ellos, métodos más sofisticados: tienen menos certidumbre y más indiferencia, y por lo tanto razonan y argumentan allí donde deberían proclamar y afirmar".
Esta cita la he tomado del sermón no.1663, El verdadero Evangelio no es un evangelio encubierto. C. H. Spurgeon

Diario de Spurgeon

20 de Abril – 1850

Anduve repartiendo opúsculos, pero no pude sentir el Espíritu del Señor en mí. Me pareció que tenía una traba en mi pie y un impedimento en mi lengua. He merecido esto con creces, pues no he orado, ni estudiado mi Biblia como debo hacerlo. Confieso mi iniquidad, y mi pecado está siempre delante de mí. ¡Misericordia, todo es misericordia! ¡Lávame de nuevo, oh Salvador, en Tu sangre que expía el pecado!

“Firme como la tierra es Tu Evangelio,
Mi Señor, mi esperanza, mi confianza”.

No puedo perecer si Dios me protege. No puedo hacer nada. Soy un gusano débil y pecador”.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Diario de Spurgeon

19 de Abril - 1850

No vivo lo suficientemente cerca de Dios. Tengo que lamentar mi frialdad e indiferencia en los caminos del Señor. ¡Oh Dios de gracia restauradora, visita a Tu siervo en la mitad de los días! He de confiar en Él; no puedo dudar de Su poder o Su amor.

“Sí, Te amo y Te adoro,
¡Y anhelo más gracia para amarte más!”

Recibiré aún otra visita y veré de nuevo Su sonriente rostro. “Todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará”.

Diario de Spurgeon

18 de Abril – 1850

Confío en que la nube ya se haya disuelto. He visto hoy algunos rayos de luz del sol. Voy a seguir adelante en Su fuerza, ya sea que tenga que hacerlo en medio de las nubes o no. Fui a la capilla; había allí muy pocas personas. Se me ha concedido que renueve mi fuerza. ¡Que me fuera concedido ahora poder correr en los caminos del Señor! Comienzo a preguntarme por qué no me ha escrito mi padre; tendrá alguna buena razón para no hacerlo, sin duda. ¡Señor, fortalece a Tu pueblo y vivifica a Tu Iglesia por medio de Tu gracia vivificadora!

jueves, 5 de noviembre de 2009

Si el diablo predicara la verdad

Hermanos, es de suma importancia en la obra del ministerio que el predicador sea un hombre iluminado por Dios. No se trata de que la educación deba ser despreciada; por el contrario, no podemos esperar que el Espíritu Santo en estos días dé a los hombres el conocimiento de las lenguas si pueden adquirirlo mediante un perseverante estudio. La regla divina es: No obrar nunca un milagro superfluo. Con las facultades y poderes que poseemos, tenemos que presentar nuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Entonces, en lo que concierne a la educación del hombre, nosotros creemos que Dios nos delega eso, pues si podemos hacerlo, no hay necesidad de que se obre ningún milagro; pero aunque el hombre esté educado de manera excelente, sigue siendo, en esa condición, una masa de barro; Dios tiene que soplar en su nariz el aliento de vida espiritual como predicador, pues de lo contrario no podría prestar ningún servicio y sería más bien un peso muerto para la Iglesia de Dios.

¿Qué diremos, entonces, de esos hombres que pasan al púlpito porque la subsistencia familiar es endeble, o porque, tal vez, siendo grandísimos ineptos ya sea para el ejército o para la ley, necesariamente tienen que ser colocados allí donde su manutención puede ser obtenida con mayor facilidad, en la iglesia?

¡Cuán deplorable es este pecado en nuestros tiempos: que las manos episcopales se posen sobre los hombres, declarando que son guiados al ministerio por el Espíritu Santo, cuando ni siquiera saben si hay un Espíritu Santo, en lo tocante a cualquier conocimiento práctico de Su poder en sus propios corazones! El día declina, eso espero, en el que los hombres son más diestros para la cacería del zorro que para pescar un alma y, en general, Dios está levantando en esta tierra un espíritu de decisión en cuanto a este punto: el cristiano tiene que ser un hombre que conozca prácticamente, en su propia alma, las verdades que pretende predicar.

Es verdad que Dios podría convertir almas por medio de un mal predicador. Vamos, si el diablo predicara, no me sorprendería que se convirtieran algunas almas, si el diablo predicara la verdad. Es la verdad y no el predicador. Los cuervos, aun siendo pájaros inmundos, le llevaron a Elías su pan y su carne: y los ministros inmundos pueden llevar algunas veces a los siervos de Dios su alimento espiritual; pero a pesar de ello, Dios dice a los impíos: “¿Qué tienes tú que hablar de mis leyes?” El ministro tiene que ser un hombre enseñado por Dios, cuyos ojos han debido ser abiertos por el Espíritu Santo. Esto, al menos, es la regla en vigor, sin importar cuántas excepciones pudieran ser argumentadas.
Sermón No.570, Charles Haddon Spurgeon