jueves, 23 de agosto de 2007

Spurgeon: La Doctrina de la Expiación

Ahora, queremos repetir nuevamente ante ustedes esa importantísima doctrina que reconocemos como la piedra angular del sistema evangélico, la mismísima piedra angular del Evangelio, esa importantísima doctrina de la expiación de Cristo, y luego, sin intentar justificarla -pues eso hemos hecho cientos de veces-, sacaremos enseñanzas prácticas de esa verdad que ciertamente sigue siendo válida entre nosotros. Como el hombre pecó, la justicia de Dios requería que se aplicara el castigo. Dios había dicho: "El alma que pecare morirá"; y a menos que Dios pudiera equivocarse, el pecador debe morir. Más aún, la santidad de Dios lo requería, pues el castigo estaba basado en la justicia. Era justo que el pecador muriera. Dios no había aplicado una pena más severa que la que debía aplicar. El castigo es el resultado justo de la ofensa. Por tanto, hay dos alternativas: o Dios deja de ser santo o el pecador debe ser castigado. La verdad y la santidad imperiosamente requerían que Dios levantara Su mano y golpeara al hombre que había quebrantado Su ley y ofendido su majestad. Sin embargo, Cristo Jesús, el segundo Adán, la cabeza federal de los elegidos, se interpuso como mediador. Se ofreció para sufrir el castigo que los pecadores debían sufrir; se comprometió a cumplir y honrar la ley que ellos habían quebrantado y deshonrado. Se ofreció para ser el árbitro, la fianza, el sustituto, tomando el lugar, el puesto y la condición de los pecadores. Cristo se convirtió en el vicario de Su pueblo al sufrir de manera vicaria en lugar de ellos; cumpliendo de forma vicaria lo que ellos no tenían la fortaleza de cumplir por la debilidad de la carne a consecuencia de la caída. Lo que Cristo se comprometió a hacer, fue aceptado por Dios.A su tiempo Cristo realmente murió y llevó a cabo lo que había prometido hacer. Asumió cada pecado de Su pueblo y sufrió cada golpe de la vara a causa de esos pecados. Sorbió en un solo horrible trago todo el castigo de los pecados de todos los elegidos. Tomó la copa, la puso en sus labios, sudó como gruesas gotas de sangre cuando dio el primer sorbo de esa copa, pero no desistió, sino que siguió bebiendo y bebiendo y bebiendo hasta la última gota, y volteando la copa hacia abajo, dijo: "¡Consumado es!", y en un solo sorbo de amor, el Señor Dios de la salvación había borrado completamente la destrucción. No quedó ni un solo vestigio, ni siquiera el menor residuo; Él sufrió todo lo que se debió haber sufrido; terminó con la transgresión y puso un fin al pecado. Más aún, Él obedeció la ley del Padre en todos sus alcances; Él cumplió esa voluntad sobre la cual había dicho desde tiempos antiguos: "Anhelo tu salvación, oh Jehová, y tu ley es mi delicia."
El Púlpito del Tabernácul Metropolitano, Sermón 446, La Vieja, Vieja Historia.

miércoles, 15 de agosto de 2007

Spurgeon y la Capilla de New Park Street

La Capilla Bautista de New Park Street gozaba de una fascinante historia. En el momento en que el diácono Olney se quejaba con Gould que no tenían pastor en 1853, ya tenía unos doscientos años de ministerio. Nos tenemos que remontar al año 1650, 30 años después que los peregrinos viajaron a América, y más o menos por el tiempo en que el Parlamento acababa de prohibir las reuniones de los grupos bautistas, en el año de 1645. Sus raíces comenzaron en una congregación que se tuvo que enfrentar a una constante persecución, y que se reunía clandestinamente en una casa en Kennington que pertenecía a la Viuda Colfe. El grupo creció rápidamente con su primer pastor, William Rider, quien aparentemente murió por causa de la plaga de Londres en el año de 1665. Casi nada se conoce de su ministerio.
Luego, en la línea sucesoria, vino Benjamin Keach, sastre de profesión, pastor de 1668 a 1704, sirvió durante 36 años, famoso por sus libros que todavía tienen demanda, que explican los milagros, las parábolas y las metáforas de la Biblia. Un prominente líder entre los Bautistas, fue pastor de la iglesia en medio de mucha persecución, y construyó su primera capilla cerca de Tower Bridge, (el Puente de la Torre de Londres), tan pronto como los bautistas recuperaron la libertad de congregarse, en el año de 1688.
A continuación siguió Benjamin Stinton, pastor de 1704 a 1718, sirvió durante 14 años, quien era yerno de Keach. De él comentó Spurgeon: ‘él será recordado por su celosa participación en movimientos tendientes al bien general: en las áreas religiosa, social y educativa.'
Luego vino John Gill, pastor de 1720 a 1771, es decir, sirvió durante 51 años, cuyos comentarios sobre la Biblia también permanecen siendo publicados al día de hoy. Gill fue uno de los eruditos bíblicos más grandes de su tiempo. Durante su ministerio la iglesia apoyó fuertemente la predicación de George Whitefield en una iglesia cercana, en Kennington Common. Allí, en el año de 1739, los primeros sermones del Gran Avivamiento llevaron a miles de personas a la experiencia del nuevo nacimiento.
Después del doctor Gill vino el doctor John Rippon, pastor de 1773 a 1836, es decir, sirvió 63 años, formando una iglesia tan grande que llegó a ser la congregación bautista más grande de Inglaterra. En 1830 le correspondió a Rippon la construcción de una casa de oración que se conoció como la Capilla de New Park Street. Parece extraño que una congregación que era muy próspera construyera un nuevo edificio en tan desagradable lugar para ahorrar unas cuantas libras esterlinas, pero lo hicieron así. No podía haber una peor ubicación. Un antiguo pastor había dicho de la ubicación de la iglesia: “Nunca he explorado una región más sucia, desagradable y repelente que esa donde la capilla está situada. Es una calle estrecha, y sombría, rodeada de casas pequeñas y sucias.” Spurgeon mismo comentó que “la región parecía más apropiada para el negocio de colar sebo que para una capilla . . . Si se hubieran dedicado 30 años para buscar algo con la intención de enterrar viva a una iglesia, no habrían tenido más éxito.” También dijo que le recordaba el “hoyo negro de Calcuta.”
Le siguió en el pastorado Joseph Angus, que fue pastor de 1837 a 1839, dos años, con mucho éxito de conversiones. Dejó su puesto porque fue invitado a ocupar un alto cargo en la Sociedad Misionera Bautista. Posteriormente se convirtió en Rector de Stepney College. Fue autor de varios libros, y perteneció a un comité de revisión de la traducción del Nuevo Testamento.
El siguiente ministro fue James Smith, que fue pastor de 1841 a 1850, es decir, sirvió ocho años y medio. Su ministerio fue muy bendecido con la conversión de muchos pecadores. A su muerte, el mejor tributo que pudieron rendirle fue el comentario: “el suyo fue un ministerio de conversiones.”
Cuando se fue Smith, le siguió en el cargo William Walters, que fue pastor de 1851 a 1853, dos años. Los diáconos le indicaron que su ministerio no era aceptable, y entonces presentó su renuncia.
Estos breves pastorados, en un tiempo muy corto, no ayudaron a la iglesia a recuperar su antigua gloria. La situación era tal que en un edificio con una capacidad para 1,200 personas sentadas, un simple puñado de adoradores se reunía para el servicio dominical. Tal era la escena cuando Spurgeon vino a predicar el domingo 18 de Diciembre de 1853, según comentó él mismo, “a una congregación mucho más pequeña que la que se congregaba en Waterbeach.” Había sido el ministro de esa congregación con mucho éxito durante dos años.
Ese día predicó en la mañana sobre Santiago 1: 17, y su sermón se tituló “El Padre de las Luces.” No había preparado un sermón especial, para impresionar. Tenía la determinación de predicar exactamente como predicaba en Waterbeach. No podía ser acusado de pretender. Quería que los londinenses lo vieran tal como era. No improvisó el sermón. Escribió una parte de él. Predicó de una manera dramáticamente diferente. Su estilo era extemporáneo. El estilo de predicación aceptado y aceptable a mediados del siglo 19 en Inglaterra se centraba en la preparación de un manuscrito completo y de estilo literario, y lo leían enfatizando cuidadosamente las palabras escogidas de manera pedante y meticulosa. Muchos de los sermones eran unas extraordinarias obras literarias, pero sin un mensaje bíblico profundo y práctico. Toda la intención parecía ser la predicación de un sermón elocuente y pesado que atrajera la atención hacia la habilidad de escribir y la erudición del predicador, más bien que en el mensaje mismo. Desde el siglo dieciocho, la predicación en la mayoría de las iglesias británicas tenía una formalidad casi gótica. Esta verbosidad estirada no se limitaba a la Iglesia de Inglaterra; los no-conformistas los imitaban. Los únicos que representaban una excepción eran los metodistas primitivos. La mayoría de los pastores tradicionales tenían una apariencia sobrecogedora, aislada e inalcanzable. Spurgeon representaba una bocanada de aire fresco en esta atmósfera pesada, casi opresiva de la predicación. Debido a que era algo diferente, libre y comunicativa, la predicación de Spurgeon motivaba a la gente con su mensaje. En el púlpito, voló como un águila que había estado cautiva y había sido puesta en libertad. Un mensaje ardía en su corazón, y por encima de todo, quería comunicarlo eficazmente a la gente. Las iglesias necesitaban grandemente este espíritu libre, y este enfoque renovado. El viejo estilo altisonante había atontado a las iglesias.
Cuando Charles subió las gradas del púlpito de la iglesia de New Park Street esa mañana del dieciocho de Diciembre de 1853, con miras a convertirse en el noveno pastor de la iglesia, la congregación no sabía qué pensar. Allí estaba frente a ellos un niño, con una cara redonda que lo hacía parecer todavía más joven que los diecinueve años. No era alto y era rollizo, como los holandeses, y tenía una gran cabeza. Sus dientes eran salidos y no eran parejos. Conforme se metía en su mensaje, sacaba su pañuelos de color azul de lunares blancos, y lo sacudía de un lado a otro, luciendo una figura un poco cómica. ¡Pero cómo predicaba! Con vigor entusiasta y verdadero poder espiritual, tuvo una gran influencia en la gente. Spurgeon estaba consciente que tenía que predicar con el corazón, si habría de generarse algún bien. La gente estaba sentada en mitad de sus asientos, antes de que Charles hubiera llegado a la mitad del sermón. Nunca habían oído una predicación tan poderosa. Su punzante y coloquial vocabulario anglosajón tenía arrobada a la gente. No a mucha gente le gustaba ese lenguaje, pero Spurgeon estaba estableciendo una transición del estilo de oratoria latinizante, de mucho ornato, en boga desde Samuel Johnson, al estilo comunicativo y natural anglosajón. Spurgeon habría estado de acuerdo de todo corazón con lo que dijo muchos años después Sir Winston Churchill: “no hay nada más noble que una frase en lenguaje anglosajón.”
En el servicio matutino no habrían más de 80 personas, en una iglesia con una capacidad de 1200 asientos. Terminó el servicio y la gente salió gozosa. En la tarde se corrió la voz por el sur de la ciudad de Londres invitando a los amigos para el servicio vespertino. Decían: “¡debes venir a la Calle New Park Street para oír al jovencito venido de Waterbeach!” Un gran número de personas se congregó por la tarde. La señora Unity Olney, esposa de Thomas Olney, el diácono que había invitado a Spurgeon, sufría de invalidez y permanecía confinada en su hogar la mayoría del tiempo. Su esposo, el diácono, se decidió a llevarla a la iglesia esa noche. Después de oír a Charles simplemente dijo: “¡Él lo logrará! ¡Él lo logrará!” Expresó lo que todos habían sentido virtualmente. La gente quedó tan impresionada con la predicación nocturna, que no querían abandonar el edificio hasta que los diáconos les aseguraran que harían todo lo posible para convencer a Spurgeon para que regresara. Charles estuvo de acuerdo en regresar. El día terminó de una manera muy diferente de como había comenzado.
El Llamado al Pastorado
Hasta ese momento ningún predicador había sido invitado a regresar una segunda vez a la Capilla de New Park Street, pero los diáconos invitaron a Charles para que predicara el 1, el 8, y el 29 de Enero de 1854. Habiendo sido recibido tan entusiastamente, el 29 de Enero los diáconos propusieron a Spurgeon que predicara por un período de seis meses, con miras a quedarse como pastor permanente. Pero Charles no estaba muy convencido, por su falta de preparación. Pero cuando les comentó eso a los diáconos, ellos le respondieron: “eso es para nosotros una recomendación muy especial, pues no tendrías tanta unción ni sabor, si tuvieras esa preparación.” También le hacía dudar su congregación de Waterbeach, su pequeño “Huerto del Edén.” La perspectiva de vivir en Londres tampoco era muy atractiva para Charles. La criminalidad era tremenda. Cien mil niños no podían asistir a la escuela. La epidemia del cólera con frecuencia arrasaba la ciudad. Las condiciones de los barrios bajos eran deplorables. El novelista Charles Dickens no exageró la condiciones de la ciudad en las descripciones que hizo en su bien conocida novela Oliver Twist. Y la parte sur de la ciudad, donde estaba situada la Capilla New Park Street era una de las partes más pobres de la ciudad.
Pero el llamamiento que se le hizo a Charles sólo contó con cinco votos en contra, de una membresía de unas trescientas personas. Charles comentó: “me sorprende mucho que ese número no haya sido mayor.” En una carta a su padre escribió: “estaban tan hambrientos (los miembros de la iglesia), que un bocado del Evangelio fue un banquete para ellos. Muchos de ellos comentaron que Rippon había regresado.” Todo eso lo conmovió, y comenzó a atraerlo a Londres. “Dios así lo quiere,” dijo.
Pero el período de prueba ni siquiera llegó a los tres meses. Una petición a los diáconos fue firmada por 50 miembros de la congregación para que se convocara a una reunión, para invitar a Spurgeon a que aceptara el cargo permanente de pastor. Así que el 19 de Abril de 1854, dos meses antes de que cumpliera los veinte años de edad, la iglesia se reunió para pedirle que aceptara de inmediato el cargo.
El 2 de Marzo de 1854 le escribió a un tío: “ya te has enterado que ahora soy londinense, y que me he convertido en algo así como una celebridad. Ninguna universidad me habría brindado una situación superior. Nuestra capilla es uno de los pináculos de esta denominación.” Los diáconos le cambiaron su forma de vestir. La reacción de los miembros de las iglesias bautistas de Londres fue inicialmente muy fría. Ni siquiera escribían bien su nombre, cuando se referían a él por escrito. En una de las primeras reuniones grupales de las iglesias bautistas, un líder oró por Charles, y pidió a Dios que bendijera a “nuestro joven amigo que tiene tanto que aprender, y tanto que desaprender.” Sin embargo, desde los primeros meses, algunos percibieron el genio del joven predicador. El señor James Sheridan Knowles, un dramaturgo irlandés, actor, y doctor, había gozado de mucho éxito en la escena dramática. Posteriormente se convirtió y fue bautizado. Dejó el teatro y se dedicó al ministerio bautista, como tutor del Stepney College, la institución a la que hubiera asistido Spurgeon. Knowles había sido descrito como “posiblemente el mejor de los dramaturgos trágicos” de su día. En Mayo de 1854, Knowles visitó la iglesia de New Park Street. Cuando regresó a Stepney College le preguntó a la clase: “muchachos, ¿han escuchado al jovencito de Cambridge?” Por supuesto que ninguno de ellos lo había oído todavía. Knowles continuó:
“Vayan y escúchenlo tan pronto puedan. Su nombre es Charles Spurgeon. Es solamente un muchacho, pero es el predicador más maravilloso del mundo. Su oratoria es absolutamente perfecta; y, además de eso, domina el arte de la actuación. No tiene nada que aprender de mí ni de nadie más. Es simplemente perfecto. Lo sabe todo. Puede hacer lo que quiera. Si yo siguiera a cargo del Teatro Drury Lane, le ofrecería una fortuna para que actuara una temporada en las tablas de ese teatro. Vamos, muchachos, él puede hacer lo que quiera con su audiencia; puede hacerlos reír y llorar y reír de nuevo en cinco minutos. Su poder es sin igual. Ahora, fíjense bien en lo que les digo, ese jovencito se convertirá en uno de los más grandes predicadores de esta época o de cualquier otra. Llevará más almas a Cristo que ningún otro hombre que haya proclamado jamás el Evangelio, sin excluir al apóstol Pablo. Su nombre será conocido por doquier, y sus sermones serán traducidos a muchas lenguas del mundo.
A pesar de todos estos elogios, Spurgeon no siempre convencía a todo el mundo. Recibía también muchas críticas. Un viento nuevo comenzó a soplar a todo lo largo de Southwark, disipando la vieja niebla londinense del desánimo espiritual y de las dudas. “El último de los puritanos” comenzaba a manifestarse, y toda Inglaterra pronto comenzó a fijar sus ojos en él. Alguien comentó: “había mucho del viejo profeta hebreo en él.”

Spurgeon y la Vieja Cocinera Mary King

Después de un año de estudios en Maidstone, Charles y su hermano viajaron en Agosto de 1849, rumbo al norte, a Newmarket, para asistir a una escuela ubicada allí, en el Distrito de Cambridge. El Director de la escuela era John Swindell. Spurgeon pasó dos años en esa institución, donde además de estudiar, se convirtió en un maestro que enseñaba en un papel secundario, un ayudante de maestro.
Durante sus días escolares en Newmarket, Spurgeon comenzó a adquirir un nuevo entendimiento teológico, y, extraño es decirlo, fue de una vieja cocinera de la escuela. Mary King, o “la cocinera,” como la llamaban todos los estudiantes, era un alma buena y vieja, que poseía una buena percepción de la fe cristiana. Era una mujer grande y robusta, amada por todos los estudiantes, y que impresionaba a todos, y especialmente a Charles. Era miembro de la Iglesia Bautista Estricta de Betesda, y eso la convirtió en una calvinista de profunda convicción. Los bautistas estrictos eran firmes creyentes de los “cinco puntos del Calvinismo.”
Mary no tenía un entrenamiento teológico formal, pero tenía un enfoque muy claro y lógico de la teología, y poseía un entendimiento muy profundo de las Escrituras. Ella se consideraba un “ama de llaves” en la escuela, no simplemente una cocinera. Leía 'El Estándar del Evangelio' regularmente, y aprendía mucha teología en esas páginas.
Mary King sentía un especial afecto por Charles y pasaba horas junto a él, instruyéndole en la sana doctrina calvinista. Más tarde en la vida, cuando se encontraba en una situación económica muy estrecha, Spurgeon la ayudó durante años, hasta la muerte de Mary.
Charles escribió acerca del impacto que ella tuvo en su vida, lo siguiente:
“Las primeras lecciones de teología que recibí jamás, provinieron de una vieja cocinera en la escuela de Newmarket, donde yo fungía como ayudante de maestro. Era una buena y vieja mujer, que leía frecuentemente 'El Estándar del Evangelio. Ciertamente le gustaba algo muy dulce: la sólida y buena doctrina calvinista. Vivía intensamente, y también se alimentaba intensamente. Muchas veces comentamos juntos el pacto de la gracia, y hablamos sobre la elección personal de los santos, su unión con Cristo, la perseverancia final, y el significado de la piedad vital; y yo verdaderamente creo que aprendí más de ella, de lo pude haber aprendido de seis doctores de teología del tipo que se da ahora. Hay algunos cristianos que gustan, y ven, y se gozan de la religión en sus propias almas, y que llegan a un mayor conocimiento de ella de lo que los libros pudieran darles, aunque investigaran en ellos toda su vida. La cocinera de Newmarket era una piadosa mujer experimentada, de quien aprendí más que del ministro de la capilla a la que asistíamos.
En una ocasión le pregunté: ‘¿por qué asistes a ese lugar?’ Ella respondió: ‘pues, no hay ningún otro lugar de adoración al que pueda asistir.’ Yo le dije: ‘pero debe ser mejor permanecer en casa que oír esa palabrería.’ ‘Tal vez así es,’ replicó; ‘pero me gusta salir para adorar al Señor aun si no obtengo nada cuando voy. Algunas veces ves a una gallina rascando sobre un montón de basura, tratando de encontrar algún alimento. No obtiene nada, pero nos indica que está buscando, y que está usando los medios para obtenerlo, y luego, además, el ejercicio la hace entrar en calor.’ Así que la anciana dijo que escarbar en los pobres sermones que escuchaba, era bendición para ella, porque eso ejercitaba sus facultades espirituales y calentaba su espíritu. En otra ocasión le dije que no había encontrado ni una migaja de pan en todo el sermón, y le pregunté cómo le había ido a ella. ‘¡Oh!, respondió, ‘a mí no me fue mal hoy, pues a todo lo que dijo el predicador, le puse un no, y eso convirtió su plática en un verdadero evangelio.’
Tomado de The Young Spurgeon by Peter Jeffery, Evangelical Press. El Joven Spurgeon, de Peter Jeffery.

martes, 14 de agosto de 2007

Spurgeon: Mirar a Cristo

Todo el proceso de la salvación puede ser explicado brevemente así: el Espíritu de Dios nos encuentra con corazones inmundos, y viene y proyecta una luz divina al interior nuestro, para que veamos que los corazones son perversos. Luego nos muestra que, siendo pecadores, merecemos ser el blanco de la ira de Dios, y nos damos cuenta de que lo merecemos. Entonces nos dice: "Pero esa ira fue soportada por Jesucristo a nombre de ustedes." Él abre nuestros ojos, y vemos que "Cristo murió por nosotros", en nuestro sitio, y en lugar nuestro, y por nuestra causa. Lo miramos a Él, creemos que murió como nuestro Sustituto, y nos confiamos a Él. Entonces sabemos que nuestros pecados son perdonados por causa de Su nombre, y nos invade el gozo por el perdón del pecado con una emoción que no habíamos experimentado nunca; y en el siguiente instante, el pecador perdonado clama: "ahora que soy salvo, ahora que soy perdonado, Señor mío Jesucristo, seré Tu siervo para siempre. Voy a matar los pecados que te mataron a Ti; y si Tú me das la fortaleza de hacerlo, ¡te serviré mientras viva!"La corriente del alma del hombre corría antes hacia el mal; pero al momento que descubre que Jesucristo murió por él, y que sus pecados le son perdonados por causa de Cristo, el torrente entero de su alma fluye en dirección contraria, hacia lo que es recto; y aunque todavía tiene una lucha contra su vieja naturaleza, a partir de ese día el hombre es de limpio corazón; es decir, su corazón ama la pureza, su corazón busca la santidad, su corazón ansía la madurez. Ahora es un hombre que ve a Dios, ama a Dios, se deleita en Dios, anhela ser semejante a Dios, y ávidamente anticipa el tiempo cuando esté con Dios, y lo vea cara a cara. Ese es el proceso de purificación; ¡que todos ustedes lo experimenten a través de la obra eficaz del Espíritu Santo! Si están deseosos de experimentarlo, es proclamado gratuitamente para ustedes. Si anhelan verdaderamente el corazón nuevo y el espíritu recto, les serán dados gratuitamente. No es necesario que se preparen para recibirlos. Dios tiene la capacidad de obrarlos en ustedes en esta misma hora. El que despertará a los muertos con el sonido de la trompeta de la resurrección, puede cambiar su naturaleza con la simple volición de Su mente llena de gracia. Él puede, mientras estás sentado en este templo, crear en ti un nuevo corazón, renovar un espíritu recto dentro de ti, y enviarte de regreso como un hombre diferente de lo que eras cuando entraste, como si fueras un hijo recién nacido.
Extracto del sermón No.3159, La Sexta Bienaventuranza

Spurgeon y la prosperidad

Spurgeon y la prosperidad
“Que ningún hombre se deje engañar por la idea de que si hace lo bueno, por la gracia de Dios, prosperará en este mundo a consecuencia de ello. Es muy probable que, al menos por algún tiempo, su conciencia se interponga en el camino de su prosperidad. Dios no convierte invariablemente el hacer el bien en un medio de ganancia pecuniaria para nosotros. Por el contrario, sucede frecuentemente que durante un tiempo los hombres experimentan grandes pérdidas por su obediencia a Cristo. Pero la Escritura habla siempre del largo plazo; resume la vida entera: allí promete las verdaderas riquezas.
Si quieres prosperar, apégate a la Palabra de Dios, y a tu conciencia, y tendrás la mejor prosperidad. No la verás en una semana, ni en un mes, ni en un año, pero la gozarás antes de que pase mucho tiempo.”
Tomado de Palabras de Consejo para Obreros Cristianos, Pilgrim Publications, Pasadena, Texas. Del Capítulo titulado: Obediencia.

lunes, 13 de agosto de 2007

Spurgeon: Gigantes y Enanos

En esta época contamos solamente con unos cuantos gigantes en la gracia que sobrepasan de hombros arriba la estatura del común de la gente, hombres que nos sirvan de guías en hechos de heroísmo y en esfuerzos de fe inconmovible. Después de todo, la obra de la iglesia cristiana, aunque deba ser realizada por todos, a menudo debe su cumplimiento a individuos solitarios de notable gracia. En este tiempo de corrupción, nos semejamos mucho a lo que era Israel en los días de los Jueces, pues hay líderes que han sido levantados en medio de nosotros que juzgan a Israel, y son el terror de sus enemigos. Oh, si la Iglesia tuviese en su seno una raza de héroes; si nuestras operaciones misioneras pudieran ser acompañadas por la santa hidalguía que marcó a la Iglesia primitiva; si contáramos con los apóstoles y los mártires, o incluso con gente como Carey y Judson, ¡cuántas maravillas serían llevadas a cabo! Nos hemos convertido en una raza de enanos, y estamos contentos, en gran medida, con ser así.
Hubo una vez en Londres un club de hombres pequeños, cuyo requisito de membresía consistía en no sobrepasar un metro y medio de estatura; estos enanos sostenían, o pretendían sostener la opinión que ellos estaban más cerca de la perfección de la humanidad que los demás, pues argumentaban que los hombres primitivos habían sido mucho más gigantescos que la raza actual, y, por consiguiente, la vía del progreso consistía en crecer menos y menos, y que cuando la raza humana fuese perfeccionada se volvería tan diminuta como lo eran ellos.
En Londres podría establecerse un club de cristianos de carácter similar, y su membresía alcanzaría un número muy grande desde el principio sin ningún problema; pues la noción común es que nuestro cristianismo enano es después de todo la norma, e incluso muchos se imaginan que los cristianos más nobles son unos entusiastas, fanáticos y apasionados; en cambio, piensan, nosotros somos tibios porque somos sabios, y somos indiferentes porque somos inteligentes. El hecho es que la mayoría de nosotros somos sustancialmente inferiores a los primeros cristianos que, según entiendo, fueron perseguidos porque eran plenamente cristianos, y nosotros no sufrimos persecución porque difícilmente somos cristianos del todo.
Tomado de Words of Counsel for Christian Workers, por C. H. Spurgeon, Pilgrim Publications, Pasadena, Texas. (Palabras de Consejo para Obreros Cristianos, del Capítulo titulado: Gigantes y Enanos)

jueves, 2 de agosto de 2007

Fuérzalos a entrar

Spurgeon nos comenta:
"Yo recuerdo la gran queja que surgió en contra de un sermón mío: 'Fuérzalos a entrar', en el que hablé a las almas con mucha ternura. Se dijo que ese sermón era arminiano y que no contenía sana doctrina. No me importa mucho ser juzgado por el juicio de los hombres, pues mi Señor puso Su sello en ese mensaje; no he predicado nunca un sermón por el cual se hayan ganado tantas almas para Dios, como ese, como pueden atestiguarlo los testimonios recibidos en nuestra iglesia; y en todo el mundo donde el sermón ha sido diseminado, los pecadores han sido salvados por su instrumentalidad, y, por tanto, si es algo vil exhortar a los pecadores, me propongo ser todavía más vil. Yo soy un firme creyente en las doctrinas de la gracia, como el que más, y un verdadero calvinista según el orden del propio Juan Calvino; pero si se considera algo malo pedirle a los pecadores que se aferren a la vida eterna, yo seré más vil en ese respecto, al imitar a mi Señor y a Sus apóstoles, quienes, aunque enseñaron que la salvación es por gracia, y solamente por gracia, no temían hablarle a los hombres como seres racionales y agentes responsables, y les pedían que se esforzaran a "entrar por la puerta estrecha," y "Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece." Aférrense a la grandiosa verdad del amor electivo y de la soberanía divina, pero no permitan que estas doctrinas los aprisionen en grilletes cuando, en el poder del Espíritu Santo, se conviertan en pescadores de hombres."
Tomado de Words of Counsel for Christian Workers, Pilgrim Publications, Pasadena, Texas (Palabras de Consejo para Obreros Cristianos, Cap. 2 : Los Ángeles Visitan Sodoma)

Spurgeon y el plagiarismo de sus sermones

Los sermones de Spurgeon podían ser encontrados en todas partes, y eran a menudo usados por otros. En las estaciones de tren en Escocia, los sermones se vendían lado a lado con los periódicos en los puestos de periódicos. Se dice que dos terceras partes de los hogares de Ulster, en Irlanda del Norte, tendrían una o más copias de los sermones.
Como podrán imaginar, el plagiarismo o la copia de sus sermones floreció muy pronto y se volvió algo común. Muchos amigos le escribían reportándole que sus sermones eran regularmente predicados por otros. Spurgeon no se molestaba sino que más bien disfrutaba de esto.
Uno de los incidentes más hermosos y positivos de plagiarismo fue experimentado personalmente por el propio Spurgeon. Como ya es de su conocimiento, a veces caía en estados de decaimiento y de depresión. Su depresión era a veces tan profunda, que comenzaba a cuestionarse su propia relación con Dios, y si verdaderamente era salvo. Una vez, encontrándose en ese estado, entró a una pequeña capilla para pasar una hora de adoración con la gente congregada allí, sin que ninguno de los presentes, incluyendo el pastor, le conocieran.
En la gracia de Dios, el pastor predicó uno de los sermones de Spurgeon sobre la seguridad de la fe. Spurgeon, tocado profunda e intensamente, comentó que 'la predicación hizo que mi pañuelo se inundara de lágrimas' conforme Dios le hablaba a través del mensaje, dándole plena garantía de la fe.
Cuando el servicio concluyó, Spurgeon se acercó al pastor y le expresó cuán profundamente agradecido estaba por el mensaje, y cómo el mensaje había tocado su vida. Entonces el pastor, que era un ingeniero, le preguntó su nombre. Pueden imaginarse la turbación que sintió cuando supo que el visitante era Spurgeon. Spurgeon comentó: 'el pastor se puso de todos colores'. El buen predicador dijo muy tímidamente: 'oh, señor Spurgeon, ese era su sermón.' Spurgeon respondió: 'yo lo sé, pero, ¿acaso no es un acto de gracia que el Señor me alimentara con el alimento que yo preparé para otros?'
Este incidente nos permite echar un vistazo al carácter del hombre y al poder de sus sermones.

Sermones de Spurgeon

Una de las ocurrencias más inusuales concernientes a los sermones de Spurgeon, tuvo lugar en Inglaterra. La moribunda esposa de un publicano dueño de una cantina, dio el siguiente testimonio a uno de los evangelistas de Spurgeon. Cuenta el evangelista: "se me pidió que fuera a una cantina a ver a la esposa del dueño del lugar, que estaba a punto de morir. La encontré regocijándose en Cristo como su Salvador. Le pregunté cómo había encontrado al Señor. 'Leyendo eso', respondió, entregándome un trozo de periódico roto. Lo miré y me di cuenta que era parte de un periódico de los Estados Unidos que contenía un extracto de uno de los sermones de Spurgeon, que había sido el instrumento de su conversión. ¿Dónde conseguiste este periódico?, pregunté. 'Venía como envoltura de un paquete que me enviaron desde Australia', respondió.
¡Hablemos de la vida escondida de la buena semilla! Piensen en esto: un sermón fue predicado en Londres, luego fue enviado a los Estados Unidos y fue impreso en un periódico allí, ese periódico fue enviado a Australia, parte de ese periódico se rompió (como diríamos, accidentalmente) por causa del paquete enviado a Inglaterra, y después de todas esas vicisitudes, llevó el mensaje de salvación al alma de una mujer inglesa.
La Palabra de Dios no regresará a Él vacía.
Tomado del Libro Spurgeon, Prince of Preachers. De Lewis Drummond.

Distribución de los sermones de Spurgeon

Cuando se llegó al fin de la publicación de los sermones de Spurgeon en el año de 1917, se habían vendido cien millones de copias de los sermones impresos semanalmente. Desde esa fecha han sido reimpresos y republicados en una miríada de formatos, de tal forma que el número es incalculable. En una ocasión, un editor recibió una orden de un millón de copias de un solo sermón. En otra ocasión, alguien compró 250,000 copias de varios sermones para distribuir a estudiantes universitarios, miembros del Parlamento inglés, reyes de Europa y terratenientes irlandeses. La distribución mundial de los sermones de Spurgeon desafía la imaginación.

La ira de Dios

Spurgeon nos dice:
La predicación de la ira de Dios ha llegado a ser mirada con tanto desprecio en nuestros días, que incluso la gente buena se avergüenza a medias de ella; un sentimentalismo sensiblero acerca del amor y de la bondad ha silenciado, en gran medida, las claras reconvenciones y las advertencias del Evangelio. Pero, si esperamos que las almas se salven, debemos declarar resueltamente con toda fidelidad afectuosa, los terrores del Señor. "Bien", -dijo un joven escocés cuando escuchó a un ministro que le dijo a su congregación que no había un infierno, o que al menos sólo había un castigo temporal-, "bien", -dijo él- "no necesito venir a escuchar más a este hombre, pues si es como él dice, todo está bien, y la religión no tiene importancia alguna, y si no es como él dice, entonces no debo escucharlo de nuevo, pues me está engañando." El apóstol dice: "Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres." No permitan que la mojigatería moderna nos impida hablar claro. ¿Acaso debemos ser más suaves que los apóstoles? ¿Acaso seremos más sabios que los inspirados predicadores de la palabra? Mientras no sintamos que nuestras mentes son ensombrecidas por el atroz pensamiento de la condenación de los pecadores, no tendremos la condición adecuada para predicar a los inconversos. No persuadiremos nunca a los hombres si tenemos miedo de hablar del juicio y de la condenación de los impíos. Nadie es tan infinitamente lleno de gracia como lo es nuestro Señor Jesucristo, y sin embargo, ningún predicador expresó jamás palabras de trueno más fieles como Él lo hizo. Fue Él quien habló del lugar "donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga." Fue Él quien dijo: "E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna." Fue Él quien dijo la parábola relativa al hombre en el infierno que ansiaba una gota de agua para refrescar su lengua. Nosotros debemos ser tan claros como Cristo, tan categóricos en honestidad para con las almas de los hombres, o tendremos que rendir cuentas al final por nuestra traición. Si adulamos a nuestros semejantes con sueños afectuosos en cuanto a la pequeñez del futuro castigo, nos detesterán eternamente por haberlos engañado, y en el mundo de su tortura invocarán perpetuas maldiciones sobre nosotros por haber profetizado cosas tranquilas, y no haberles expresado la atroz verdad.
Tomado de: Words of Counsel for Chiristian Workers, por Charles Haddon Spurgeon, Pilgrim Publications. (Palabras de Consejo para Obreros Cristianos)