jueves, 29 de abril de 2010

"¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?"

El cristiano se convierte en un hombre doble, se convierte en dos hombres en uno. Algunos han imaginado que la vieja naturaleza es suprimida en el cristiano. No es así, pues la Palabra de Dios y la experiencia nos enseñan lo contrario; la vieja naturaleza permanece en el cristiano sin ningún cambio, inalterada, y sigue siendo exactamente la misma naturaleza, tan mala como siempre lo fue; en cambio, la nueva naturaleza del cristiano es santa, pura y celestial, y de aquí que surja –como lo habremos de notar a continuación- un conflicto entre las dos.

Ahora quiero que adviertan lo que dice el apóstol acerca de estas dos naturalezas del cristiano, pues estamos a punto de contrastarlas. Primero, el apóstol en nuestro texto llama a la vieja naturaleza: “Este cuerpo de muerte”. ¿Por qué lo llama: “este cuerpo de muerte?”

Algunos suponen que se refiere a estos cuerpos que perecen; pero yo no creo eso. Si no fuera por el pecado, no deberíamos encontrar ningún defecto en nuestros pobres cuerpos. Adán, en el huerto de la perfección, no sintió que el cuerpo fuera un estorbo para él, y si el pecado estuviera ausente, no encontraríamos ninguna falla en nuestra carne y sangre.

Entonces, ¿de qué se trata? Pienso que el apóstol llama a la naturaleza depravada en su interior: ‘un cuerpo’, primero, en oposición a quienes hablan de reliquias de corrupción en el cristiano. Me he enterado de que la gente dice que hay reliquias, residuos y remanentes de pecado en el creyente. Esas personas no saben mucho todavía acerca de ellas mismas. ¡Oh!, lo que permanece no es un hueso ni un andrajo; el cuerpo entero de pecado es el que está allí, íntegramente, “desde su coronilla hasta la planta de su pie”. La gracia no mutila este cuerpo ni corta sus miembros; lo deja entero, aunque bendito sea Dios, lo crucifica, clavándolo a la cruz de Cristo.

Y además, yo pienso que lo llama ‘un cuerpo’ porque es algo tangible. Todos nosotros sabemos que tenemos un cuerpo. Es algo que podemos sentir. Sabemos que está allí. La nueva naturaleza es un espíritu, sutil y difícil de detectar. Algunas veces me cuestiono si está allí del todo. Pero mi vieja naturaleza constituye un cuerpo; nunca me es difícil reconocer su existencia pues es tan evidente como mi carne y mis huesos. Así como nunca dudo de que estoy en la carne y en la sangre, así tampoco dudo de que el pecado está dentro de mí. Es un cuerpo, algo que puedo ver y sentir, y que, para mi dolor, está siempre presente dentro de mí”.

Entiendan, entonces, que la vieja naturaleza del cristiano es un cuerpo; contiene una sustancia, o, como lo expresa Calvino, es una masa de corrupción. No es simplemente un pedazo de tela rasgada, un remanente, un paño del viejo vestido; más bien, toda ella, entera, permanece todavía allí. Si bien está aplastada por el pie de la gracia y ha sido arrojada de su trono, está allí, íntegramente está allí, en toda su triste condición tangible, como un cuerpo de muerte.

Pero, ¿por qué lo llama un cuerpo de muerte? Lo hace simplemente para expresar qué cosa tan terrible es este pecado que permanece en el corazón. Es un cuerpo de muerte. Tengo que usar una figura que siempre está adosada muy apropiadamente a este texto. Era una costumbre de los antiguos tiranos, cuando deseaban someter a los hombres a los más espantosos castigos, atarlos a un cadáver, colocándolos a los dos, espalda contra espalda; y así quedaba el hombre vivo con un cadáver amarrado a su espalda, en estado de putrefacción, pútrido, en estado de descomposición, que tenía que arrastrar dondequiera que iba.

C. H. Spurgeon, sermón #235 - El guerrero languideciente

1 comentario:

Anónimo dijo...

Amen, gracias por sus traducciones que son de gran ayuda espiritual, ya que sus escritos se ajustan a la palabra de Dios.