jueves, 5 de noviembre de 2009

Si el diablo predicara la verdad

Hermanos, es de suma importancia en la obra del ministerio que el predicador sea un hombre iluminado por Dios. No se trata de que la educación deba ser despreciada; por el contrario, no podemos esperar que el Espíritu Santo en estos días dé a los hombres el conocimiento de las lenguas si pueden adquirirlo mediante un perseverante estudio. La regla divina es: No obrar nunca un milagro superfluo. Con las facultades y poderes que poseemos, tenemos que presentar nuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Entonces, en lo que concierne a la educación del hombre, nosotros creemos que Dios nos delega eso, pues si podemos hacerlo, no hay necesidad de que se obre ningún milagro; pero aunque el hombre esté educado de manera excelente, sigue siendo, en esa condición, una masa de barro; Dios tiene que soplar en su nariz el aliento de vida espiritual como predicador, pues de lo contrario no podría prestar ningún servicio y sería más bien un peso muerto para la Iglesia de Dios.

¿Qué diremos, entonces, de esos hombres que pasan al púlpito porque la subsistencia familiar es endeble, o porque, tal vez, siendo grandísimos ineptos ya sea para el ejército o para la ley, necesariamente tienen que ser colocados allí donde su manutención puede ser obtenida con mayor facilidad, en la iglesia?

¡Cuán deplorable es este pecado en nuestros tiempos: que las manos episcopales se posen sobre los hombres, declarando que son guiados al ministerio por el Espíritu Santo, cuando ni siquiera saben si hay un Espíritu Santo, en lo tocante a cualquier conocimiento práctico de Su poder en sus propios corazones! El día declina, eso espero, en el que los hombres son más diestros para la cacería del zorro que para pescar un alma y, en general, Dios está levantando en esta tierra un espíritu de decisión en cuanto a este punto: el cristiano tiene que ser un hombre que conozca prácticamente, en su propia alma, las verdades que pretende predicar.

Es verdad que Dios podría convertir almas por medio de un mal predicador. Vamos, si el diablo predicara, no me sorprendería que se convirtieran algunas almas, si el diablo predicara la verdad. Es la verdad y no el predicador. Los cuervos, aun siendo pájaros inmundos, le llevaron a Elías su pan y su carne: y los ministros inmundos pueden llevar algunas veces a los siervos de Dios su alimento espiritual; pero a pesar de ello, Dios dice a los impíos: “¿Qué tienes tú que hablar de mis leyes?” El ministro tiene que ser un hombre enseñado por Dios, cuyos ojos han debido ser abiertos por el Espíritu Santo. Esto, al menos, es la regla en vigor, sin importar cuántas excepciones pudieran ser argumentadas.
Sermón No.570, Charles Haddon Spurgeon

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