Seguimos tratando el tema del poder del Evangelio. Pablo volvía reiteradamente a ese tema, y decía: “Pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios”, y “Mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios”, y también “Para que vuestra sabiduría no esté fundada en sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”. Creo que conocemos los textos, y algunos los podrían repetir de memoria, sin duda. Sin embargo, los hombres que quieren dedicarse al ministerio, aspiran a ser Gamaliel e incluso Nicodemo, el maestro de Israel. De inmediato nos muestran la colección de doctorados obtenidos en los mejores seminarios y universidades, los años de docencia, los reconocimientos… Sin embargo, nuestro Señor no llamó al ministerio a Gamaliel, ni a Nicodemo ni a Caifás, ni a los principales sacerdotes. “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios…”
La pregunta que espera una respuesta sincera es: ¿qué tanto creemos en el poder del Evangelio? Hoy por la mañana, platicaba con un médico, y me comentaba sus estrategias para introducir el tema de la Biblia, el tema del Evangelio en algunas de sus conversaciones con sus amigos. “Debemos revestirnos de mucha prudencia”, me decía. Yo me preguntaba: ¿que no tiene poder el Evangelio para abrirse paso sin importar la circunstancia?
Cuando Spurgeon predicaba, había todo un grupo de miembros del Tabernáculo que oraba en los sótanos, pidiendo al Señor que infundiera poder, en el instante de su predicación, a la palabra que había dado al pastor para esa ocasión. El mismo Spurgeon decía: lo que salva a las almas es la cita de algún versículo bíblico dentro del sermón, más que la explicación que da el predicador. “Arrepentíos”, es un mandamiento del Señor. Y quien no se arrepienta es culpable. Pero para algunas personas, el “arrepentíos”, lleva un don que lo llevará al arrepentimiento ya sea en el instante, o en cualquier otro momento posterior.
Una forma que tengo para explicarme esto es que la Palabra de Dios es como una bomba de tiempo, que hará su efecto en el preciso instante en que el Señor ha determinado que explote. En el caso de Spurgeon, la explosión fue inmediata. En el caso de otras muchas personas puede implicar todo un proceso, a veces de años, pero explotará… “Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”. Pero es el Señor quien pone la dinamita en la palabra.
Cuando los apóstoles descubrieron que los gentiles estaban siendo llamados al arrepentimiento, no consideraron que lo hacían por sí mismos, sino que dijeron: “¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” Entonces, cuando se les predicó: “Arrepentíos”, en la orden iba el don.
Es a la luz de estas consideraciones que quiero recordar estas palabras del pastor Spurgeon, vinculadas con el poder del Evangelio:
"Pablo dijo expresamente: 'Así que, teniendo tal esperanza, actuamos con mucha confianza' y dijo también: 'Ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder.' El apóstol Pablo era un pensador profundo, un hombre de un gran discernimiento y de una mente sutil. Tenía tal potencia mental que pudo haber sido un filósofo de primer rango, o un místico discernidor de las más profundas tinieblas; pero fue en contra de su inclinación natural y dedicó todas sus energías a explicar el Evangelio. Exigió una renuncia sublime de su parte, dejar a un lado toda su lógica incluida entre todas las demás cosas que consideró como pérdida para Cristo, puesto que dice: "Porque me propuse no saber nada entre vosotros, sino a Jesucristo, y a él crucificado." Él "se propuso", tenía la determinación, tenía el convencimiento de hacerlo o no lo habría logrado. Él es el hombre que escribió algunas de las cosas más difíciles de entender, según lo menciona Pedro, pero cuando se trataba del Evangelio, únicamente lo presentaba de manera muy sencilla. Era tierno con sus oyentes como una nodriza lo es con su niño, y se hizo a sí mismo instructor de bebés, entregando la palabra con la sencillez que los niños requieren.
El verdadero hombre de Dios no le pondrá al Evangelio el velo de los ritos ni de las ceremonias. Un consejo: observa a los que hacen esto y evítalos. Vemos en algunas iglesias al sacerdote, con qué reverencia camina hacia la derecha o hacia la izquierda con sus manos enlazadas, repitiendo frases en latín que son desconocidas para el pueblo. Da vueltas, hace una reverencia, y vuelve a dar vueltas. Por momentos vemos su rostro y luego sólo vemos su espalda. Supongo que todo eso tiene por fin la edificación; pero yo, pobre criatura, no puedo encontrar la menor instrucción en ello, ni, hasta donde sé, ninguna de las personas que miran podría hacerlo. ¿Cuál es el significado de los monaguillos vestidos con túnicas elegantes y echando tanto humo? ¿Y qué significan esas flores y esas imágenes en el altar? ¡Cuán espléndida es esa cruz que adorna la espalda del sacerdote! Parece ser hecha de rosas. La gente mira, y algunos se preguntan dónde consigue esos ornamentos, mientras otros hacen especulaciones acerca de la cantidad de cera que se consume cada hora; y eso es todo. Cristo está escondido tras los velos de las señoras, si en verdad está allí. Conozco a muchos sacerdotes que no quisieran hacer todo eso, pero sin embargo esconden al Señor en un lenguaje rebuscado. Es algo grandioso remontarse a las alturas sobre las alas de la elocuencia y desplegar la gloria del discurso, hasta que te deshaces, en medio de una espléndida perorata, en meros fuegos artificiales, tal como finalizan muchas exhibiciones.
Pero esto no es lo que conviene a los predicadores del Señor Jesús. Siempre les digo a nuestros jóvenes que uno de sus mandamientos debe ser: "No dirás peroratas." Intentar usar un lenguaje diferente al lenguaje sencillo cuando predicamos la salvación, es abandonar nuestro propio trabajo. Nuestra única obligación es explicar el evangelio de manera sencilla. Nuestro negocio es el alimento, no las flores. Que los ornamentos llamativos queden para el teatro o para el bar, donde los hombres buscan distraerse, o donde debaten para ganar algo; o dejemos que todas estas pobres tonterías queden para el Senado, lugar donde los hombres defienden causas o denuncian, de acuerdo a lo que convenga a su partido. No nos toca a nosotros convertir al peor argumento en el mejor, ni esconder la verdad bajo montañas de palabras. En lo que a nosotros toca, debemos escondernos detrás de la cruz, y hacer saber a los hombres que Jesucristo vino para salvar a los perdidos, y que si creen en Él, serán salvos de manera inmediata y para siempre. Si no les hacemos saber esto, entonces no habremos dado en el blanco, sin importar la manera grandiosa en que nos hayamos comportado. ¡Qué! ¿Habríamos de convertirnos en acróbatas de palabras, o malabaristas que hacen maravillas? De esa manera Dios es insultado, su evangelio es degradado y las almas son abandonadas a su perdición".
Sermón no.1663 - C. H. Spurgeon
miércoles, 18 de noviembre de 2009
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