En esta época, en la que se habla tanto de la 'inculturización' del Evangelio, en la que los evangelistas y los predicadores se preocupan en gran manera en cambiar el Evangelio para adaptarlo a los protervos corazones de los hombres en vez de confiar que el poder del Evangelio puede cambiar los protervos corazones de los hombres, es bueno reflexionar sobre las palabras de un predicador que predicó con mucho poder en el siglo XIX simplemente porque creía, al lado del apósotol Pablo, en el poder de la palabra de Dios.
Cito a continuación algunos párrafos que considero pertinentes para el tema de esta meditación:
"Observen de entrada la confianza con la que Pablo habla. Es evidente de manera categórica que no tiene la menor duda de que el Evangelio que proclama es verdaderamente cierto; más aún, que es verdadero, de manera tan manifiesta, que si los que lo han escuchado no lo aceptan, tiene que ser porque el dios de este mundo ha cegado sus mentes. El acento de la convicción hace que cada palabra sea muy enfática. Pablo cree y está seguro y plenamente convencido de que aquellos que no creen están bajo la esclavitud del diablo.
Este no es el estilo ordinario en que el Evangelio es predicado hoy en día. Escuchamos a muchos hombres que se disculpan cortésmente por afirmar algo como cierto, pues temen que se piense de ellos que son fanáticos y de mente estrecha: tratan de demostrar cosas que son tan claras como la luz del día, y de apoyar con argumentos lo que el propio Dios ha dicho; como si el sol necesitara de velitas para ser visto, o como si Dios necesitara del apoyo del razonamiento humano. Él apóstol no asumió una posición defensiva de ninguna manera: llevó la guerra a las filas enemigas y puso sitio a los incrédulos. Traía una revelación de Dios, y cada una de sus palabras planteaba un reto a los hombres: 'Esta es la palabra de Dios, tienen que creerla; porque si no lo hacen incurrirán en pecado, y probarán que están perdidos, y que están bajo la influencia del diablo.' Cuando el Evangelio era predicado en ese estilo real, prevalecía con poder y aniquilaba toda oposición. Por supuesto que algunos ponían objeciones. '¿Qué va a decir este charlatán?' era una pregunta común; pero los mensajeros de la cruz ponían un alto a los que objetaban, pues simplemente seguían declarando el Evangelio glorioso. Su única palabra era: 'Esto viene de Dios: si creen serán salvos, si lo rechazan serán condenados'. No mostraban escrúpulos al respecto, antes bien hablaban como hombres que creían en su mensaje, y estaban convencidos de que el mensaje dejaba a los incrédulos sin ninguna excusa. Nunca alteraron su doctrina o suavizaron el castigo por rechazarlo. Como fuego en medio de la hojarasca, el Evangelio consumía todo lo que estaba a su alrededor cuando se predicaba como la revelación de Dios. Hoy no se propaga con la misma velocidad porque muchos de sus maestros han adoptado, según ellos, métodos más sofisticados: tienen menos certidumbre y más indiferencia, y por lo tanto razonan y argumentan allí donde deberían proclamar y afirmar".
Esta cita la he tomado del sermón no.1663, El verdadero Evangelio no es un evangelio encubierto. C. H. Spurgeon
lunes, 16 de noviembre de 2009
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