Y yo te aconsejo que si alguna vez hicieras una confesión ante un hombre, que sea un confesión general, pero nunca ha de ser una confesión específica. Tú debes confesar ante sus semejantes que has sido un pecador, pero decirle a cualquier hombre en qué sentido has sido un pecador no es sino pecar otra vez, y ayudar a que tus semejantes transgredan. Cuán inmunda ha de ser el alma de ese sacerdote que presta su oído para que sea convertido en una alcantarilla que ha de albergar la inmundicia de los corazones de otras personas. No puedo imaginar ni siquiera que el diablo sea más depravado que el hombre que gasta su tiempo, sentado en un confesionario, con su oído contra los labios de hombres y mujeres que, si confesaran verazmente, le harían un adepto de todos los vicios, y le instruirían en iniquidades que, de otra manera, no habría conocido nunca. Oh, yo te exhorto que nunca contamines a tu prójimo; guárdate tu pecado para ti mismo, y para tu Dios; Él no puede ser contaminado por tu iniquidad; haz una clara y plena confesión de tu pecado delante de Él; pero, ante tu prójimo, no le agregues nada a la confesión general: “¡soy un pecador!
Tomado del sermón Confesión y Absolución, de C. H. Spurgeon, basado en Lucas 18: 13.
domingo, 21 de junio de 2009
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