miércoles, 10 de junio de 2009

Las admoniciones del Espíritu Santo

Se cuenta la historia (y algunos de nosotros podríamos contar muchas historias igualmente impactantes) de un cierto individuo que, una noche, fue motivado a tomar su caballo del establo, y a cabalgar unos diez o doce kilómetros de distancia, hasta una cierta casa en la que vivía una persona a quien nunca había visto. Llegó allí a altas horas de la noche, tocó a la puerta, y le abrió el señor de la casa, quien parecía encontrarse sumido en una gran confusión de mente.

El visitante nocturno le dijo: “Amigo, he sido enviado a ti, no sé por qué razón, pero seguramente el Señor tiene alguna razón para haberme enviado a ti. ¿Hay algo peculiar acerca de tus circunstancias?”

El hombre, pasmado, le pidió que le acompañara, subieron, y allí arriba le mostró una jáquima atada a una viga. Estaba sujetándose la cuerda alrededor del cuello, para suicidarse, en el preciso instante en que un llamado resonó a la puerta, y decidió bajar y responder a la llamada, para después regresar y matarse; pero el amigo, a quien Dios había enviado, habló con él, logró tranquilizarlo, y le ayudó en la dificultad pecuniaria que le avergonzaba, y el hombre vivió y fue un cristiano honorable.

Yo declaro solemnemente que a mí me han guiado admoniciones igualmente poderosas, y sus resultados han sido notables para mí, de cualquier manera. En su mayoría, estos son secretos entre Dios y mi propia alma, y no estoy ansioso de romper el sello y contárselos a otros. Hay muchos cerdos a nuestro alrededor como para ser generosos con nuestras perlas. Si fuéramos obedientes a tales impulsos, aunque no salváramos a los suicidas, podríamos salvar almas, y podríamos ser, a menudo, en las manos de Dios, como ángeles enviados del cielo: pero somos como el caballo y la mula, que no tienen entendimiento, cuya boca ha de ser controlada con el freno y la brida; no somos lo suficientemente tiernos para ser sensibles a la influencia divina cuando nos llega, y así el Señor no se agrada en hablarnos a muchos de nosotros de esta manera tan frecuentemente como lo desearíamos. Sin embargo, es cierto que “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios”, independientemente de cómo los guíe, “éstos son hijos de Dios.”


Tomado del sermón no.1220, La guía del Espíritu, la marca secreta de los hijos de Dios, de Charles Haddon Spurgeon.



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