jueves, 2 de agosto de 2007

La ira de Dios

Spurgeon nos dice:
La predicación de la ira de Dios ha llegado a ser mirada con tanto desprecio en nuestros días, que incluso la gente buena se avergüenza a medias de ella; un sentimentalismo sensiblero acerca del amor y de la bondad ha silenciado, en gran medida, las claras reconvenciones y las advertencias del Evangelio. Pero, si esperamos que las almas se salven, debemos declarar resueltamente con toda fidelidad afectuosa, los terrores del Señor. "Bien", -dijo un joven escocés cuando escuchó a un ministro que le dijo a su congregación que no había un infierno, o que al menos sólo había un castigo temporal-, "bien", -dijo él- "no necesito venir a escuchar más a este hombre, pues si es como él dice, todo está bien, y la religión no tiene importancia alguna, y si no es como él dice, entonces no debo escucharlo de nuevo, pues me está engañando." El apóstol dice: "Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres." No permitan que la mojigatería moderna nos impida hablar claro. ¿Acaso debemos ser más suaves que los apóstoles? ¿Acaso seremos más sabios que los inspirados predicadores de la palabra? Mientras no sintamos que nuestras mentes son ensombrecidas por el atroz pensamiento de la condenación de los pecadores, no tendremos la condición adecuada para predicar a los inconversos. No persuadiremos nunca a los hombres si tenemos miedo de hablar del juicio y de la condenación de los impíos. Nadie es tan infinitamente lleno de gracia como lo es nuestro Señor Jesucristo, y sin embargo, ningún predicador expresó jamás palabras de trueno más fieles como Él lo hizo. Fue Él quien habló del lugar "donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga." Fue Él quien dijo: "E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna." Fue Él quien dijo la parábola relativa al hombre en el infierno que ansiaba una gota de agua para refrescar su lengua. Nosotros debemos ser tan claros como Cristo, tan categóricos en honestidad para con las almas de los hombres, o tendremos que rendir cuentas al final por nuestra traición. Si adulamos a nuestros semejantes con sueños afectuosos en cuanto a la pequeñez del futuro castigo, nos detesterán eternamente por haberlos engañado, y en el mundo de su tortura invocarán perpetuas maldiciones sobre nosotros por haber profetizado cosas tranquilas, y no haberles expresado la atroz verdad.
Tomado de: Words of Counsel for Chiristian Workers, por Charles Haddon Spurgeon, Pilgrim Publications. (Palabras de Consejo para Obreros Cristianos)

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