La Capilla Bautista de New Park Street gozaba de una fascinante historia. En el momento en que el diácono Olney se quejaba con Gould que no tenían pastor en 1853, ya tenía unos doscientos años de ministerio. Nos tenemos que remontar al año 1650, 30 años después que los peregrinos viajaron a América, y más o menos por el tiempo en que el Parlamento acababa de prohibir las reuniones de los grupos bautistas, en el año de 1645. Sus raíces comenzaron en una congregación que se tuvo que enfrentar a una constante persecución, y que se reunía clandestinamente en una casa en Kennington que pertenecía a la Viuda Colfe. El grupo creció rápidamente con su primer pastor, William Rider, quien aparentemente murió por causa de la plaga de Londres en el año de 1665. Casi nada se conoce de su ministerio.
Luego, en la línea sucesoria, vino Benjamin Keach, sastre de profesión, pastor de 1668 a 1704, sirvió durante 36 años, famoso por sus libros que todavía tienen demanda, que explican los milagros, las parábolas y las metáforas de la Biblia. Un prominente líder entre los Bautistas, fue pastor de la iglesia en medio de mucha persecución, y construyó su primera capilla cerca de Tower Bridge, (el Puente de la Torre de Londres), tan pronto como los bautistas recuperaron la libertad de congregarse, en el año de 1688.
A continuación siguió Benjamin Stinton, pastor de 1704 a 1718, sirvió durante 14 años, quien era yerno de Keach. De él comentó Spurgeon: ‘él será recordado por su celosa participación en movimientos tendientes al bien general: en las áreas religiosa, social y educativa.'
Luego vino John Gill, pastor de 1720 a 1771, es decir, sirvió durante 51 años, cuyos comentarios sobre la Biblia también permanecen siendo publicados al día de hoy. Gill fue uno de los eruditos bíblicos más grandes de su tiempo. Durante su ministerio la iglesia apoyó fuertemente la predicación de George Whitefield en una iglesia cercana, en Kennington Common. Allí, en el año de 1739, los primeros sermones del Gran Avivamiento llevaron a miles de personas a la experiencia del nuevo nacimiento.
Después del doctor Gill vino el doctor John Rippon, pastor de 1773 a 1836, es decir, sirvió 63 años, formando una iglesia tan grande que llegó a ser la congregación bautista más grande de Inglaterra. En 1830 le correspondió a Rippon la construcción de una casa de oración que se conoció como la Capilla de New Park Street. Parece extraño que una congregación que era muy próspera construyera un nuevo edificio en tan desagradable lugar para ahorrar unas cuantas libras esterlinas, pero lo hicieron así. No podía haber una peor ubicación. Un antiguo pastor había dicho de la ubicación de la iglesia: “Nunca he explorado una región más sucia, desagradable y repelente que esa donde la capilla está situada. Es una calle estrecha, y sombría, rodeada de casas pequeñas y sucias.” Spurgeon mismo comentó que “la región parecía más apropiada para el negocio de colar sebo que para una capilla . . . Si se hubieran dedicado 30 años para buscar algo con la intención de enterrar viva a una iglesia, no habrían tenido más éxito.” También dijo que le recordaba el “hoyo negro de Calcuta.”
Le siguió en el pastorado Joseph Angus, que fue pastor de 1837 a 1839, dos años, con mucho éxito de conversiones. Dejó su puesto porque fue invitado a ocupar un alto cargo en la Sociedad Misionera Bautista. Posteriormente se convirtió en Rector de Stepney College. Fue autor de varios libros, y perteneció a un comité de revisión de la traducción del Nuevo Testamento.
El siguiente ministro fue James Smith, que fue pastor de 1841 a 1850, es decir, sirvió ocho años y medio. Su ministerio fue muy bendecido con la conversión de muchos pecadores. A su muerte, el mejor tributo que pudieron rendirle fue el comentario: “el suyo fue un ministerio de conversiones.”
Cuando se fue Smith, le siguió en el cargo William Walters, que fue pastor de 1851 a 1853, dos años. Los diáconos le indicaron que su ministerio no era aceptable, y entonces presentó su renuncia.
Estos breves pastorados, en un tiempo muy corto, no ayudaron a la iglesia a recuperar su antigua gloria. La situación era tal que en un edificio con una capacidad para 1,200 personas sentadas, un simple puñado de adoradores se reunía para el servicio dominical. Tal era la escena cuando Spurgeon vino a predicar el domingo 18 de Diciembre de 1853, según comentó él mismo, “a una congregación mucho más pequeña que la que se congregaba en Waterbeach.” Había sido el ministro de esa congregación con mucho éxito durante dos años.
Ese día predicó en la mañana sobre Santiago 1: 17, y su sermón se tituló “El Padre de las Luces.” No había preparado un sermón especial, para impresionar. Tenía la determinación de predicar exactamente como predicaba en Waterbeach. No podía ser acusado de pretender. Quería que los londinenses lo vieran tal como era. No improvisó el sermón. Escribió una parte de él. Predicó de una manera dramáticamente diferente. Su estilo era extemporáneo. El estilo de predicación aceptado y aceptable a mediados del siglo 19 en Inglaterra se centraba en la preparación de un manuscrito completo y de estilo literario, y lo leían enfatizando cuidadosamente las palabras escogidas de manera pedante y meticulosa. Muchos de los sermones eran unas extraordinarias obras literarias, pero sin un mensaje bíblico profundo y práctico. Toda la intención parecía ser la predicación de un sermón elocuente y pesado que atrajera la atención hacia la habilidad de escribir y la erudición del predicador, más bien que en el mensaje mismo. Desde el siglo dieciocho, la predicación en la mayoría de las iglesias británicas tenía una formalidad casi gótica. Esta verbosidad estirada no se limitaba a la Iglesia de Inglaterra; los no-conformistas los imitaban. Los únicos que representaban una excepción eran los metodistas primitivos. La mayoría de los pastores tradicionales tenían una apariencia sobrecogedora, aislada e inalcanzable. Spurgeon representaba una bocanada de aire fresco en esta atmósfera pesada, casi opresiva de la predicación. Debido a que era algo diferente, libre y comunicativa, la predicación de Spurgeon motivaba a la gente con su mensaje. En el púlpito, voló como un águila que había estado cautiva y había sido puesta en libertad. Un mensaje ardía en su corazón, y por encima de todo, quería comunicarlo eficazmente a la gente. Las iglesias necesitaban grandemente este espíritu libre, y este enfoque renovado. El viejo estilo altisonante había atontado a las iglesias.
Cuando Charles subió las gradas del púlpito de la iglesia de New Park Street esa mañana del dieciocho de Diciembre de 1853, con miras a convertirse en el noveno pastor de la iglesia, la congregación no sabía qué pensar. Allí estaba frente a ellos un niño, con una cara redonda que lo hacía parecer todavía más joven que los diecinueve años. No era alto y era rollizo, como los holandeses, y tenía una gran cabeza. Sus dientes eran salidos y no eran parejos. Conforme se metía en su mensaje, sacaba su pañuelos de color azul de lunares blancos, y lo sacudía de un lado a otro, luciendo una figura un poco cómica. ¡Pero cómo predicaba! Con vigor entusiasta y verdadero poder espiritual, tuvo una gran influencia en la gente. Spurgeon estaba consciente que tenía que predicar con el corazón, si habría de generarse algún bien. La gente estaba sentada en mitad de sus asientos, antes de que Charles hubiera llegado a la mitad del sermón. Nunca habían oído una predicación tan poderosa. Su punzante y coloquial vocabulario anglosajón tenía arrobada a la gente. No a mucha gente le gustaba ese lenguaje, pero Spurgeon estaba estableciendo una transición del estilo de oratoria latinizante, de mucho ornato, en boga desde Samuel Johnson, al estilo comunicativo y natural anglosajón. Spurgeon habría estado de acuerdo de todo corazón con lo que dijo muchos años después Sir Winston Churchill: “no hay nada más noble que una frase en lenguaje anglosajón.”
En el servicio matutino no habrían más de 80 personas, en una iglesia con una capacidad de 1200 asientos. Terminó el servicio y la gente salió gozosa. En la tarde se corrió la voz por el sur de la ciudad de Londres invitando a los amigos para el servicio vespertino. Decían: “¡debes venir a la Calle New Park Street para oír al jovencito venido de Waterbeach!” Un gran número de personas se congregó por la tarde. La señora Unity Olney, esposa de Thomas Olney, el diácono que había invitado a Spurgeon, sufría de invalidez y permanecía confinada en su hogar la mayoría del tiempo. Su esposo, el diácono, se decidió a llevarla a la iglesia esa noche. Después de oír a Charles simplemente dijo: “¡Él lo logrará! ¡Él lo logrará!” Expresó lo que todos habían sentido virtualmente. La gente quedó tan impresionada con la predicación nocturna, que no querían abandonar el edificio hasta que los diáconos les aseguraran que harían todo lo posible para convencer a Spurgeon para que regresara. Charles estuvo de acuerdo en regresar. El día terminó de una manera muy diferente de como había comenzado.
El Llamado al Pastorado
Hasta ese momento ningún predicador había sido invitado a regresar una segunda vez a la Capilla de New Park Street, pero los diáconos invitaron a Charles para que predicara el 1, el 8, y el 29 de Enero de 1854. Habiendo sido recibido tan entusiastamente, el 29 de Enero los diáconos propusieron a Spurgeon que predicara por un período de seis meses, con miras a quedarse como pastor permanente. Pero Charles no estaba muy convencido, por su falta de preparación. Pero cuando les comentó eso a los diáconos, ellos le respondieron: “eso es para nosotros una recomendación muy especial, pues no tendrías tanta unción ni sabor, si tuvieras esa preparación.” También le hacía dudar su congregación de Waterbeach, su pequeño “Huerto del Edén.” La perspectiva de vivir en Londres tampoco era muy atractiva para Charles. La criminalidad era tremenda. Cien mil niños no podían asistir a la escuela. La epidemia del cólera con frecuencia arrasaba la ciudad. Las condiciones de los barrios bajos eran deplorables. El novelista Charles Dickens no exageró la condiciones de la ciudad en las descripciones que hizo en su bien conocida novela Oliver Twist. Y la parte sur de la ciudad, donde estaba situada la Capilla New Park Street era una de las partes más pobres de la ciudad.
Pero el llamamiento que se le hizo a Charles sólo contó con cinco votos en contra, de una membresía de unas trescientas personas. Charles comentó: “me sorprende mucho que ese número no haya sido mayor.” En una carta a su padre escribió: “estaban tan hambrientos (los miembros de la iglesia), que un bocado del Evangelio fue un banquete para ellos. Muchos de ellos comentaron que Rippon había regresado.” Todo eso lo conmovió, y comenzó a atraerlo a Londres. “Dios así lo quiere,” dijo.
Pero el período de prueba ni siquiera llegó a los tres meses. Una petición a los diáconos fue firmada por 50 miembros de la congregación para que se convocara a una reunión, para invitar a Spurgeon a que aceptara el cargo permanente de pastor. Así que el 19 de Abril de 1854, dos meses antes de que cumpliera los veinte años de edad, la iglesia se reunió para pedirle que aceptara de inmediato el cargo.
El 2 de Marzo de 1854 le escribió a un tío: “ya te has enterado que ahora soy londinense, y que me he convertido en algo así como una celebridad. Ninguna universidad me habría brindado una situación superior. Nuestra capilla es uno de los pináculos de esta denominación.” Los diáconos le cambiaron su forma de vestir. La reacción de los miembros de las iglesias bautistas de Londres fue inicialmente muy fría. Ni siquiera escribían bien su nombre, cuando se referían a él por escrito. En una de las primeras reuniones grupales de las iglesias bautistas, un líder oró por Charles, y pidió a Dios que bendijera a “nuestro joven amigo que tiene tanto que aprender, y tanto que desaprender.” Sin embargo, desde los primeros meses, algunos percibieron el genio del joven predicador. El señor James Sheridan Knowles, un dramaturgo irlandés, actor, y doctor, había gozado de mucho éxito en la escena dramática. Posteriormente se convirtió y fue bautizado. Dejó el teatro y se dedicó al ministerio bautista, como tutor del Stepney College, la institución a la que hubiera asistido Spurgeon. Knowles había sido descrito como “posiblemente el mejor de los dramaturgos trágicos” de su día. En Mayo de 1854, Knowles visitó la iglesia de New Park Street. Cuando regresó a Stepney College le preguntó a la clase: “muchachos, ¿han escuchado al jovencito de Cambridge?” Por supuesto que ninguno de ellos lo había oído todavía. Knowles continuó:
“Vayan y escúchenlo tan pronto puedan. Su nombre es Charles Spurgeon. Es solamente un muchacho, pero es el predicador más maravilloso del mundo. Su oratoria es absolutamente perfecta; y, además de eso, domina el arte de la actuación. No tiene nada que aprender de mí ni de nadie más. Es simplemente perfecto. Lo sabe todo. Puede hacer lo que quiera. Si yo siguiera a cargo del Teatro Drury Lane, le ofrecería una fortuna para que actuara una temporada en las tablas de ese teatro. Vamos, muchachos, él puede hacer lo que quiera con su audiencia; puede hacerlos reír y llorar y reír de nuevo en cinco minutos. Su poder es sin igual. Ahora, fíjense bien en lo que les digo, ese jovencito se convertirá en uno de los más grandes predicadores de esta época o de cualquier otra. Llevará más almas a Cristo que ningún otro hombre que haya proclamado jamás el Evangelio, sin excluir al apóstol Pablo. Su nombre será conocido por doquier, y sus sermones serán traducidos a muchas lenguas del mundo.
A pesar de todos estos elogios, Spurgeon no siempre convencía a todo el mundo. Recibía también muchas críticas. Un viento nuevo comenzó a soplar a todo lo largo de Southwark, disipando la vieja niebla londinense del desánimo espiritual y de las dudas. “El último de los puritanos” comenzaba a manifestarse, y toda Inglaterra pronto comenzó a fijar sus ojos en él. Alguien comentó: “había mucho del viejo profeta hebreo en él.”
miércoles, 15 de agosto de 2007
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