En esta época contamos solamente con unos cuantos gigantes en la gracia que sobrepasan de hombros arriba la estatura del común de la gente, hombres que nos sirvan de guías en hechos de heroísmo y en esfuerzos de fe inconmovible. Después de todo, la obra de la iglesia cristiana, aunque deba ser realizada por todos, a menudo debe su cumplimiento a individuos solitarios de notable gracia. En este tiempo de corrupción, nos semejamos mucho a lo que era Israel en los días de los Jueces, pues hay líderes que han sido levantados en medio de nosotros que juzgan a Israel, y son el terror de sus enemigos. Oh, si la Iglesia tuviese en su seno una raza de héroes; si nuestras operaciones misioneras pudieran ser acompañadas por la santa hidalguía que marcó a la Iglesia primitiva; si contáramos con los apóstoles y los mártires, o incluso con gente como Carey y Judson, ¡cuántas maravillas serían llevadas a cabo! Nos hemos convertido en una raza de enanos, y estamos contentos, en gran medida, con ser así.
Hubo una vez en Londres un club de hombres pequeños, cuyo requisito de membresía consistía en no sobrepasar un metro y medio de estatura; estos enanos sostenían, o pretendían sostener la opinión que ellos estaban más cerca de la perfección de la humanidad que los demás, pues argumentaban que los hombres primitivos habían sido mucho más gigantescos que la raza actual, y, por consiguiente, la vía del progreso consistía en crecer menos y menos, y que cuando la raza humana fuese perfeccionada se volvería tan diminuta como lo eran ellos.
En Londres podría establecerse un club de cristianos de carácter similar, y su membresía alcanzaría un número muy grande desde el principio sin ningún problema; pues la noción común es que nuestro cristianismo enano es después de todo la norma, e incluso muchos se imaginan que los cristianos más nobles son unos entusiastas, fanáticos y apasionados; en cambio, piensan, nosotros somos tibios porque somos sabios, y somos indiferentes porque somos inteligentes. El hecho es que la mayoría de nosotros somos sustancialmente inferiores a los primeros cristianos que, según entiendo, fueron perseguidos porque eran plenamente cristianos, y nosotros no sufrimos persecución porque difícilmente somos cristianos del todo.
Tomado de Words of Counsel for Christian Workers, por C. H. Spurgeon, Pilgrim Publications, Pasadena, Texas. (Palabras de Consejo para Obreros Cristianos, del Capítulo titulado: Gigantes y Enanos)
lunes, 13 de agosto de 2007
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