miércoles, 5 de octubre de 2011

El capellán de una cárcel, un querido amigo mío, me contó una vez el sorprendente caso de una conversión en el que un conocimiento del pacto de gracia fue el principal instrumento usado por el Espíritu Santo. Mi amigo tenía bajo su cargo a un hombre sumamente mañoso y brutal. Era singularmente repulsivo, incluso en comparación con otros convictos. Había sido renombrado por su arrojo, y por la completa ausencia de todo sentimiento al cometer sus actos de violencia. Creo que había sido llamado “el rey de los estranguladores”. El capellán le había hablado varias veces, pero no había tenido éxito en obtener respuesta alguna. El hombre estaba ásperamente en contra de toda instrucción. Finalmente expresó un deseo por un cierto libro, pero como no estaba disponible en la biblioteca, el capellán le señaló la Biblia que estaba colocada en su celda, y le preguntó: “¿Has leído alguna vez ese Libro?” El hombre no respondió pero miró al capellán como si quisiera matarlo. El capellán repitió la pregunta amablemente, con la seguridad de que descubriría que valía la pena leerlo. “Amigo” –replicó el convicto- “no harías esa pregunta si supieras quién soy. ¿Qué tengo yo que ver con un Libro de esa clase?” El capellán le dijo que conocía muy bien su carácter, y que por esa razón le recomendaba la Biblia como el Libro que sería apropiado para su caso. “No me haría ningún bien”, -exclamó- “pues soy completamente insensible”. Cerrando su puño golpeó la puerta de hierro de la celda, y dijo: “Mi corazón es tan duro como este hierro; no hay nada en ningún libro que me pudiera tocar jamás”. “Bien” –dijo el capellán- “Tú necesitas un nuevo corazón. ¿Leíste alguna vez algo sobre el pacto de gracia?” A lo cual el hombre respondió malhumoradamente preguntando qué quería decir con esas palabras. Su amigo replicó: “Escucha estas palabras: ‘Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros’”. Las palabras dejaron al hombre sumido en el asombro, hasta donde le era posible; pidió que el capellán le encontrara ese pasaje en la Biblia. Leyó las palabras una y otra vez; y cuando el capellán vino a visitarlo al día siguiente, la fiera salvaje había sido domada. “Oh, amigo” –le dijo- “¡nunca soñé con una promesa así! Nunca creí posible que Dios hablara así a los hombres. Si Él me diera un nuevo corazón sería un milagro de la misericordia; y, con todo, yo pienso que” –dijo- “Él va a obrar ese milagro en mí, pues la propia esperanza de una nueva naturaleza está comenzando a tocarme como nunca antes fui tocado”. Ese hombre se volvió de modales amables, obediente a la autoridad, y semejante a un niño en espíritu.
C. H. Spurgeon - La Sangre Derramada por Muchos

1 comentario:

Fer Conde dijo...

Cómo siempre... extraordinario extracto. Bendiciones.