domingo, 12 de julio de 2009

Predicar a Cristo crucificado

Hay una palabra que todo verdadero siervo de Cristo debe ser capaz de explicar muy claramente; y esa palabra es: sustitución. Yo creo que ‘sustitución’ es la palabra clave para toda la teología: Cristo ocupa el lugar de los pecadores, y es contado entre los transgresores por causa de las transgresiones de ellos, no las Suyas propias; Cristo paga nuestras deudas y salda todos nuestros pasivos. Esta verdad involucra, por supuesto, que nosotros tomamos el lugar de Cristo cuando Él toma el nuestro, de tal forma que todos los creyentes son amados, aceptados, hechos herederos de Dios y en el tiempo señalado, serán glorificados con Cristo para siempre.

Hermanos ministros, si no predican otra cosa, hagan que sus oyentes entiendan siempre, claramente, que hay un Sustituto divino y suficiente en todo para los pecadores, y que, todos los que ponen su confianza en Él serán salvados eternamente.

Cuando hemos predicado a Cristo así, debemos predicar también Sus oficios. Debemos predicar a Cristo como el grandioso Sumo Sacerdote que vive para siempre e intercede por nosotros. Debemos predicarle como el Profeta cuyas palabras son divinas, y, por tanto, vienen a nosotros con una autoridad de la que no se puede hacer caso omiso. Debemos asegurarnos de predicarle siempre como Rey, poniendo la corona de alabanza sobre Su cabeza real, y reclamando de Su pueblo la inalterable fidelidad y lealtad de sus corazones, y el servicio indiviso de sus vidas.

Sermón #3218, C. H. Spurgeon


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