¡Ah, alma!, yo no sé quién seas, pero si cuentas con alguna justicia propia, eres un alma desprovista de gracia. Si tú has dado todos tus bienes para alimentar a los pobres; si has construido muchísimos santuarios y has andado rodando con abnegación entre las casas de la pobreza para visitar a los hijos e hijas de la aflicción; si has ayunado tres veces a la semana; si tus oraciones han sido tan largas que tu garganta ha enronquecido por causa de tus clamores; si tus lágrimas han sido tantas que tus ojos se han quedado ciegos por causa de llanto; si tus lecturas de la Escritura han sido tan largas que el aceite de media noche ha sido consumido en abundancia; si, afirmo, tu corazón ha sido tan tierno hacia el pobre y el enfermo y el necesitado que habrías estado dispuesto a sufrir con ellos, a soportar todas sus repugnantes enfermedades, es más, si sumado a todo eso, entregaras tu cuerpo a las llamas, pero confiaras en cualquiera de estas cosas, tu condenación sería tan segura como si fueras un ladrón o un borracho.
Tomado del sermón no. 350 de Charles Haddon Spurgeon, que lleva el título de este comentario.
martes, 1 de septiembre de 2009
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