miércoles, 9 de julio de 2008

Caminatas y pláticas con Spurgeon

En el año de la muerte del señor Charles Spurgeon, 1892, comenzaron a publicarse mensualmente biografías suyas, algunas con una extensión de varios volúmenes. Entre estas biografías se publicó un pequeño opúsculo de sólo veintitrés páginas, que fue editado por la Sociedad Americana de Publicaciones Bautistas de Filadelfia. Su autor era el doctor Wayland Hoyt. El doctor Hoyt era un allegado muy cercano al señor Spurgeon, con quien compartía caminatas y pláticas. También visitaba con frecuencia el hogar de Spurgeon.
Sus caminatas los conducían hasta el bosque de Surrey, ubicado en las afueras de Londres, y sus pláticas eran sobre diversos temas espirituales y sobre el ministerio de Spurgeon. En su breve biografía, el doctor Hoyt nos presenta un cuadro del Príncipe de los Predicadores, bajo tres características: su “sencillez religiosa”, su “confianza infantil” y su “expectación espiritual”.
Sencillez religiosa: el doctor Hoyt descubrió, mientras caminaba y platicaba con Spurgeon, que era un hombre “libre de mojigatería”. Era completamente natural. Spurgeon nunca usaba los términos y frases religiosos entonces comunes, que marcaran a un hombre como un ser ultra piadoso. “La religión no era nunca algo que se fingiera”. En las caminatas por el bosque, era natural que le dijera la doctor Hoyt: “venga, oremos”, y, arrodillándose junto a un tronco, derramaba su alma en una oración ferviente y reverente. Poniéndose de pie, proseguía su camino hablando de esto y de lo otro, como si no hubiese ocurrido nada. Para Spurgeon, la oración era un hábito mental, tan natural, como lo es la respiración para el cuerpo.
Confianza infantil: Spurgeon esperaba que el Todopoderoso, como un amoroso Padre celestial, satisficiera todas las necesidades de Su hijo. Comentando con el doctor Hoyt acerca de todo el dinero que necesitaba para sus diversas instituciones, estaba “tan despreocupado como un niñito sostenido por la mano de su madre. No había arrugas en su frente, no había una sombra de ansiedad en su rostro, y sólo había una amplia y confiada sonrisa.” Sin embargo, tenía la responsabilidad de alimentar a quinientos huérfanos, a las viudas que protegía en el asilo, pagar los sueldos de los maestros del Colegio del Pastor, y ver por la manutención y vestidos de algunos estudiantes pobres. La actitud de Spurgeon era: “El Señor es un buen banquero. Yo confío en Él. Nunca me ha fallado. ¿Por qué habría de estar ansioso?”
Expectación espiritual: como resultado de su sencillez religiosa y de su confianza infantil, Spurgeon siempre esperaba resultados espirituales de su predicación. Esperaba conversiones, tanto de sus predicaciones como de sus sermones impresos, y reprendía a cualquiera de sus estudiantes que no esperara resultados de cada uno de sus sermones. “Conforme a vuestra fe os sea hecho” era el lema de Spurgeon. Subía al púlpito “pronosticando la victoria y no presagiando la derrota”. Esperaba vencer y no ser vencido. De la misma manera, convocaba a su gran iglesia a una oración especial por los enfermos, y esperaba que se recuperaran debido al “poder de la oración”. Cada recuperación era saludada con júbilo como una evidencia más de que Dios escucha a Sus hijos cuando claman a Él.
El doctor Wayland Hoyt resume a Spurgeon de esta manera: “Tenía una singular habilidad, oleajes de emoción, y un lenguaje muy oportuno, y todos estos eran importante elementos en su predicación. Pero lo principal era que Spurgeon era un hombre plenamente consagrado a Jesucristo.”

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