Si conoces a Cristo, háblales a otros de Él. Tú no sabes cuánto bien está contenido en dar a conocer a Jesús, aunque todo lo que puedas hacer sea dar un folleto, o repetir un versículo. El doctor Valpy, autor de una gran cantidad de libros escolares, escribió, como su confesión de fe, estas líneas muy sencillas:
“En paz he de entregar mi aliento,
Y he de ver Tu salvación;
Mis pecados merecen la muerte eterna,
Pero Jesús murió por mí.”
Valpy está muerto y ha partido; pero le entregó esas líneas al apreciado anciano, el doctor Marsh, Rector de Beckenham, quien las colocó sobre la repisa de la chimenea de su estudio. El Conde de Roden entró en una ocasión y las leyó. “¿Me podría proporcionar una copia de esas líneas?”, preguntó el buen conde. “Con mucho gusto”, respondió el doctor Marsh, y procedió a copiarlas. Lord Roden las llevó consigo a casa, y las colocó sobre su repisa. El general Taylor, un héroe de Waterloo, entró una vez a esa habitación, y advirtió las líneas. Las leyó una y otra vez, mientras compartía con el conde Roden, hasta que su señoría comentó: “Pienso, amigo Taylor, que ya se sabe de memoria esas líneas”. Él respondió: “En efecto, me las sé de memoria; en verdad, mi propio corazón ha captado su significado.” Fue llevado a Cristo por medio de esa humilde rima. El general Taylor a su vez entregó esas líneas a un oficial del ejército, que era enviado a la guerra de Crimea. El oficial fue gravemente herido y regresó a casa para morir; y cuando el doctor Marsh fue a visitarlo, esa pobre alma le dijo en su debilidad: “buen señor, ¿conoce esta estrofa que el general Taylor me proporcionó? Esa estrofa me llevó a mi Salvador, y muero en paz.” Para sorpresa del doctor Marsh, repitió las líneas:
“En paz he de entregar mi aliento,
Y he de ver Tu salvación;
Mis pecados merecen la muerte eterna,
Pero Jesús murió por mí.”
Sólo piensen en el bien que pueden hacer cuatro simples líneas. Tengan ánimo todos ustedes que conocen el poder sanador de las heridas de Jesús. Divulguen esta verdad por todos los medios. No se preocupen por la sencillez del lenguaje. Proclámenla: proclámenla por doquier, y de todas las maneras, incluso si no pudieren hacerlo de cualquier otra manera, excepto copiando una estrofa de un himnario. Proclamen que por las heridas de Jesús somos sanados. ¡Que Dios les bendiga, queridos amigos! Oren por mí para que este sermón, que ostenta el número DOS MIL, sea muy fructífero.
Porción de la Escritura leída antes del sermón: Isaías 53.
“En paz he de entregar mi aliento,
Y he de ver Tu salvación;
Mis pecados merecen la muerte eterna,
Pero Jesús murió por mí.”
Valpy está muerto y ha partido; pero le entregó esas líneas al apreciado anciano, el doctor Marsh, Rector de Beckenham, quien las colocó sobre la repisa de la chimenea de su estudio. El Conde de Roden entró en una ocasión y las leyó. “¿Me podría proporcionar una copia de esas líneas?”, preguntó el buen conde. “Con mucho gusto”, respondió el doctor Marsh, y procedió a copiarlas. Lord Roden las llevó consigo a casa, y las colocó sobre su repisa. El general Taylor, un héroe de Waterloo, entró una vez a esa habitación, y advirtió las líneas. Las leyó una y otra vez, mientras compartía con el conde Roden, hasta que su señoría comentó: “Pienso, amigo Taylor, que ya se sabe de memoria esas líneas”. Él respondió: “En efecto, me las sé de memoria; en verdad, mi propio corazón ha captado su significado.” Fue llevado a Cristo por medio de esa humilde rima. El general Taylor a su vez entregó esas líneas a un oficial del ejército, que era enviado a la guerra de Crimea. El oficial fue gravemente herido y regresó a casa para morir; y cuando el doctor Marsh fue a visitarlo, esa pobre alma le dijo en su debilidad: “buen señor, ¿conoce esta estrofa que el general Taylor me proporcionó? Esa estrofa me llevó a mi Salvador, y muero en paz.” Para sorpresa del doctor Marsh, repitió las líneas:
“En paz he de entregar mi aliento,
Y he de ver Tu salvación;
Mis pecados merecen la muerte eterna,
Pero Jesús murió por mí.”
Sólo piensen en el bien que pueden hacer cuatro simples líneas. Tengan ánimo todos ustedes que conocen el poder sanador de las heridas de Jesús. Divulguen esta verdad por todos los medios. No se preocupen por la sencillez del lenguaje. Proclámenla: proclámenla por doquier, y de todas las maneras, incluso si no pudieren hacerlo de cualquier otra manera, excepto copiando una estrofa de un himnario. Proclamen que por las heridas de Jesús somos sanados. ¡Que Dios les bendiga, queridos amigos! Oren por mí para que este sermón, que ostenta el número DOS MIL, sea muy fructífero.
Porción de la Escritura leída antes del sermón: Isaías 53.
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