Un trabajador de la época victoriana se refirió a C. H. Spurgeon, con mucha razón, como “un verdadero ejemplo de un trabajador”. Cuán diferente es esa concepción de la perspectiva actual de que el pastor tiene “un trabajo de sólo un día a la semana”.
Spurgeon era un trabajador prodigioso. Exhortaba a sus estudiantes: “dediquen hora fijas al estudio, aunque descubrirán que, sin importar cuáles horas elijan, van a recibir muchos visitantes en esos momentos; el diablo se encargará de ello. Él mismo tenía que rechazar al diablo en este asunto, pues estaba en mayor riesgo de tensión y de estrés que muchos otros predicadores.
Cada domingo, además de los dos servicios principales del Tabernáculo, presidía el servicio de la Santa Cena. Ponía su alma entera en la conducción de ese servicio y con frecuencia dirigía unas preciosas palabras propicias para la ocasión.
Después del servicio dominical, casi siempre permanecía en el Tabernáculo durante al menos una hora, mientras entrevistaba a los buscadores y se reunía con visitantes que llegaban de todas partes del mundo.
Los lunes por la mañana aparecía en su estudio muy temprano, algunas veces a las cuatro y media de la mañana, y permanecía allí durante unas cinco horas que eran dedicadas a un duro trabajo. Los lunes corregía las pruebas del sermón que debía imprimirse en esa semana. Por la tarde pasaba muchas horas con los estudiantes del Colegio del Pastor. Luego, de las siete hasta las ocho y media de la noche, entrevistaba a buscadores, antes de la reunión de oración de los lunes por la noche en el Tabernáculo. Spurgeon comentaba que hablar con los buscadores era “un trabajo glorioso”.
Los martes estaba también en el Tabernáculo durante muchas horas o tenía algún compromiso para predicar en alguna otra parte de la ciudad o del país.
Creyendo que los ministros deberían observar la ley de un día de descanso en la semana, Spurgeon guardaba el día miércoles, cuando era posible, como su día de descanso. Se refería a sus caballos como ‘judíos’, y les daba descanso el día sábado.
Además del trabajo vinculado con el Tabernáculo, y las predicaciones en diversos lugares, tenía también varias instituciones que visitaba y supervisaba; editaba su revista, La Espada y la Cuchara, y contestaba innumerables cartas.
Aun en las vacaciones trabajaba. No dejaba de ser predicador y corresponsal y comentador incluso cuando se estaba recuperando de sus enfermedades en Mentone, en el sur de Francia. En 1881, en Mentone, se dedicó al estudio de la Carta a los Romanos en preparación de varios sermones sobre ese libro que predicaría a su regreso a Londres. En otra ocasión, también en Mentone, predicó acerca de todo el Evangelio de Juan durante las oraciones en familia. Su intensa actividad previa a su predicación, desmiente a aquellos críticos que decían que subía al púlpito sin ninguna preparación; que lo hacía sin saber, a menudo, sobre qué texto predicaría.
Dondequiera que estuviera, pensaba en su castillo: el púlpito. Un leve viento de primavera que provocó que las hojas de una balsamera temblaran, le sugirieron un sermón sobre “el ruido como de marcha por las copas de las balsameras”. Ese sermón resultó en la conversión de un hombre que posteriormente se convirtió en uno de sus más leales diáconos.
La predicación de sermones, sin una previa preparación, era una excepción. Spurgeon decía a sus estudiantes: “pienso que estoy obligado a entregarme a la lectura, para no agraviar al Espíritu por efusiones irreflexivas”. Toda su vida diaria era una preparación para el tiempo que pasaría en el púlpito, predicando el Evangelio a las multitudes que querían oírle. Una vez, cuando pasaba con un amigo junto a un junto a un depósito de chatarra, le comentó: “mira esos dos motores gastados. Son dos cuadros de lo que pronto seremos tú y yo, que ya estamos desprovistos de vapor, y hemos perdido nuestras facultades y se han extinguido los potentes fuegos de nuestro ser.” Spurgeon no se encontraba bien de salud en aquel entonces, y lo sabía. Pronto estaría “acabado”, habiendo ‘gastado lo suyo y aun él mismo’ como el apóstol Pablo. Pero hasta ese momento había “aprovechado bien el tiempo” no dejando escapar ninguna oportunidad “entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar.”
lunes, 28 de julio de 2008
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