miércoles, 25 de junio de 2008

Un Primer Ministro habla acerca de Spurgeon

En 1923, el Muy Honorable David Lloyd George, durante una comida ofrecida por Sir Clifford J. Cory, en el hotel Cecil, en Londres, dio una conferencia sobre “Spurgeon y su obra”. La conferencia fue impresa privadamente y las copias de la misma son ahora escasas.
Comenzó diciendo que él era “uno de los muchos millones de admiradores de Spurgeon en todas partes del globo terráqueo”, y que, lamentablemente, aunque sólo le había oído predicar tres veces, habría deseado que el número hubiese sido tres veces mayor.
Como buen galés, Lloyd George, era aficionado a las “grandes tríadas” y así, habló de la simplicidad, de la lucidez y de la sagacidad de Spurgeon.
Bajo el encabezado de ‘simplicidad’, el Primer Ministro habló del poder de Spurgeon como predicador, enfatizando que sus sermones habían sido traducidos a todos los idiomas más importantes del mundo. “Con el rodar de los años, Spurgeon sigue siendo Spurgeon… un gigante, un gran orador.” Su elocución era perfecta y su voz era portentosa. Pero su inmenso poder de atracción era su simplicidad. Spurgeon era capaz de hacer que las cosas que había estudiado toda su vida se volvieran muy claras para hombres que no habían estudiado ni siquiera una hora.
A continuación, Spurgeon era caracterizado por la ‘lucidez’ o claridad de expresión. Eso no quería decir que fuera superficial, sino más bien que tenía un gran sentido de estilo. Viajando en tren en una ocasión, Lloyd George le entregó a un clérigo de la Iglesia de Inglaterra, un sermón de Spurgeon: “Pensando que Él era el jardinero”, y le pidió que lo leyera sin que prestara atención al nombre indicado en la pasta. El comentario del clérigo a Lloyd George fue: “¡Qué estilo! Se trata de literatura del orden más elevado.”
Spurgeon tenía estilo, pero no pensaba tanto en el estilo como para olvidar el mensaje. Fue la manera en la que se apoyaba en símiles, metáforas, descripciones e ilustraciones, la que lo hacía lúcido para sus oyentes, y ahora, para sus lectores. Lloyd George puso de ejemplo: “Allí andan las naves”, así como “Pensando que Él era el jardinero” como dos sermones que ejemplifican de mejor manera su lucidez, pues ambos son el producto de un símil. El secreto real de su lucidez, sin embargo, era que hablaba desde lo profundo de su corazón, y que su comunicación no era simplemente mental. Lloyd George estaba de acuerdo con Spurgeon en que para ser un gran ganador de almas, un hombre necesita un gran corazón.
Finalmente, Lloyd George alabó la ‘sagacidad’ o el sentido común de Spurgeon. Comentó que tenía una profunda penetración en cuanto al carácter humano y sus sermones estaban llenos de “pequeños camafeos, de diminutas fotografías de hombres y mujeres que conocemos, y, tal vez, de nosotros mismos.”
Era este práctico sentido común el que motivó a Spurgeon a fundar un instituto para entrenar predicadores y pastores. Sus conferencias a sus estudiantes le proporcionaban una oportunidad adicional para ejercer su sagacidad y transmitir su perspicacia, su conocimiento de la naturaleza humana, su idea de los gestos y ademanes de los hombres que se sentían llamados al ministerio. Lloyd George enfatizaba los puntos importantes que Spurgeon resaltaba en estas conferencias sobre la predicación: no predicar nunca fuera del alcance de las cabezas de la congregación; evitar ser demasiado florido o poético en el lenguaje; y dejar de hablar cuando realmente se ha terminado lo que se tiene que decir.
El primer ministro Lloyd George finalizó con estas palabras: “Mi sugerencia, en especial para cada joven, es esta: poner a Spurgeon en la lista de sus amigos. Pueden hacerlo a través de lo que ha sido publicado… recibirán su consejo por medio de esos grandes volúmenes que les ayudarán para su propósito. Les pido que vean que su nombre, que vivirá en la literatura, vivirá en esta parte de su obra (el Colegio del Pastor), a la que entregó mucho de su corazón y mucho de su trabajo que acortó su vida.”

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