Al contemplar la justicia de Dios, nuestros ojos son atormentados por la visión de un Dios airado, con Su espada desenvainada, listo para abatirnos por causa de nuestras ofensas. Es gloriosa esa fe que puede arrojarse en los brazos de Dios, aun cuando la espada esté en Su mano, y no cree que Dios pueda herir al pecador que confía en la sangre de Jesús.
Triunfante es esa fe que marcha directo al cielo, y se queda frente al trono resplandeciente del Dios santo y glorioso, y puede clamar: "¿Quién acusará a los escogidos de Dios?"
Hermanos, sean grandes creyentes. Un poco de fe llevará sus almas al cielo, pero mucha fe traerá el cielo a sus almas.
C. H. Spurgeon
jueves, 26 de junio de 2008
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