domingo, 8 de junio de 2008

Algunas facetas del señor Spurgeon

En Mayo del año 1934 se llevó a cabo en Inglaterra la celebración del centenario del nacimiento de Charles Haddon Spurgeon. El Pastor del Tabernáculo Metropolitano en aquel entonces, H. Tydeman Chilvers, escribió un artículo en el periódico The Baptist Times, haciendo una valoración del ministerio y de la permanente influencia de Spurgeon. El artículo enfatizaba cuatro aspectos: el predicador, el puritano, el pastor y el filántropo.
Conocido como el “Príncipe de los predicadores”, Chilvers señalaba que en eso radicaba el secreto y el poder del hombre. Su predicación era con poder, el poder del Espíritu Santo. Spurgeon conocía la unción que venía de arriba, que debería ser codiciada por todo predicador de la Palabra.
Pero su predicación era también con convicción. Spurgeon creía en la absoluta soberanía de Dios. Ninguno de Sus propósitos podría frustrarse. El azar no se encontraba en el vocabulario espiritual de Spurgeon.
No había ninguna nota de vacilación en la predicación de Spurgeon. Nunca dejó en duda a su congregación acerca de las verdades y realidades de la Escritura. Se trata o del cielo o del infierno, de la salvación o de la condenación. Sus mensajes siempre fueron: “el Señor dice así”, y nunca, “me aventuro a sugerir”.
Debido a que fue primordialmente un predicador, ahora contamos con los 63 volúmenes de la serie de sermones del Púlpito de la Capilla New Park Street y del Púlpito del Tabernáculo Metropolitano.
A continuación, era un ‘puritano’ del siglo 19. Spurgeon ha sido llamado “el último de los puritanos” pero la verdad es que todavía quedan predicadores que proclaman las mismas doctrinas de la gracia que Spurgeon predicaba. Cuando era solamente un muchacho, se nutría de literatura escrita por los puritanos, y continuó nutriéndose de ellos durante su largo ministerio, en el que a su vez alimentó a los demás. Por supuesto que modernizó el discurso de los puritanos, convirtiéndolo al sencillo estilo anglosajón que el hombre de la calle podía entender. (En realidad, para el lector común de hoy, ese estilo anglosajón, que es proclamado como muy sencillo, no lo es. Es equivalente a leer a Shakespeare, pero hay que aclarar que así se expresaba la gente común en aquella época. El vocabulario que usa Spurgeon es muy diverso y contiene referencias y expresiones cultas.) Moldeado y formado por aquellos gigantes espirituales de los siglos 17 y 18, Spurgeon mismo se convirtió en un gigante espiritual, en un “heredero de los puritanos”.
Con frecuencia se nos olvida que Spurgeon, así como era un gran predicador, era también un pastor muy diligente. Él amaba a la gente que le fue confiada en Waterbeach, en la Capilla de New Park Street y luego en el Tabernáculo Metropolitano. “Yo habito en medio de mi pueblo”, solía decir. Trabajaba con ellos y por medio de ellos, impartiéndoles su amor por la verdad divina y su celo por el reino de Cristo. Oraban juntos, lloraban y reían juntos, y juntos eran ganadores de almas. Spurgeon le comentó a John Ruskin que estaba muy contento de ser pastor de esa muchedumbre de Newington Butts, (refiriéndose a la ubicación del Tabernáculo Metropolitano).
Cuando estaba enfermo o se recuperaba de alguna enfermedad en Mentone, Francia, le enviaba cartas amorosas a su congregación del Tabernáculo, exhortándolos a una mayor lealtad a Cristo y un mayor celo por Su Iglesia.
Finalmente, Spurgeon era un gran filántropo. Compartía con todos aquellos que tenían alguna necesidad. Proporcionaba hogar y abrigo a niños y niñas huérfanos. Cuidaba a las viudas en sus asilos. Enviaba a los Colportores a las aldeas, a los mercados y a los lugares más apartados para que distribuyeran Biblias y buena literatura cristiana. Y apoyaba de su propio bolsillo a los ministros y a sus viudas conforme a sus necesidades. Las ramas de palma sobre su ataúd se secaron desde hace mucho tiempo, pero su ministerio vive todavía.

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