¿Qué están haciendo que está mal? Yo no los conozco tan íntimamente como
para poder decir qué es lo que está mal con ustedes; pero conocí a un
hombre que no podía obtener nunca la paz con Dios porque había altercado
con su hermano, y como no quería perdonar a su hermano, no era
razonable que esperara recibir el perdón de Dios.
Había otro hombre que buscó al Señor durante largo tiempo, pero no podía obtener nunca paz por esta razón: era un viajante de paños, y tenía lo que se suponía que era un medidor de yardas, pero el medidor no tenía las medidas completas; y, un día, durante el sermón, sacó su medidor corto en el lugar de adoración, y lo rompió contra su rodilla, y entonces encontró la paz con Dios cuando renunció claramente a aquello que había sido el instrumento de su fechoría. Él había buscado en vano el perdón todo el tiempo que había perseverado en el mal; pero tan pronto como renunció a eso, el Señor susurró paz a su alma.
¿Acaso alguno de ustedes toma "una embriagante gota en exceso" en casa? ¿Acaso es ese su pecado apremiante? Me dirijo a las mujeres lo mismo que a los hombres cuando formulo esa pregunta. Ustedes se ríen por la sugerencia, pero no es un asunto de risa, pues es tristemente cierto que muchos, de quienes no se sospecha que lo hagan, son culpables de beber en exceso. Ahora, podría ser que nunca hubiera paz entre Dios y su alma hasta que la copa sea suprimida. La copa debe desaparecer si Dios ha de perdonar su pecado; así que entre más pronto desaparezca, mejor será para ustedes.
Tal vez, en su caso, el pecado sea que no gobiernan sus familias debidamente. Cuando sus hijos hacen algo malo, ¿no son censurados nunca? ¿Se les permite de hecho que crezcan para que sean hijos del demonio? ¿Esperan que Dios y ustedes estén de acuerdo mientras esto sea así? Piensen en qué queja tenía Dios con Elí en relación a ese tema, y recuerden cómo terminó esa contención, porque Elí increpó blandamente a sus hijos: "¿Por qué hacéis cosas semejantes?", pero no los reprimió cuando se envilecían.
Miren, queridos amigos, Dios no nos salvará debido a nuestras obras; la salvación es enteramente por gracia, pero luego esa gracia se muestra al conducir al pecador sobre quien es concedida, a renunciar al pecado al que se había entregado anteriormente.
Había otro hombre que buscó al Señor durante largo tiempo, pero no podía obtener nunca paz por esta razón: era un viajante de paños, y tenía lo que se suponía que era un medidor de yardas, pero el medidor no tenía las medidas completas; y, un día, durante el sermón, sacó su medidor corto en el lugar de adoración, y lo rompió contra su rodilla, y entonces encontró la paz con Dios cuando renunció claramente a aquello que había sido el instrumento de su fechoría. Él había buscado en vano el perdón todo el tiempo que había perseverado en el mal; pero tan pronto como renunció a eso, el Señor susurró paz a su alma.
¿Acaso alguno de ustedes toma "una embriagante gota en exceso" en casa? ¿Acaso es ese su pecado apremiante? Me dirijo a las mujeres lo mismo que a los hombres cuando formulo esa pregunta. Ustedes se ríen por la sugerencia, pero no es un asunto de risa, pues es tristemente cierto que muchos, de quienes no se sospecha que lo hagan, son culpables de beber en exceso. Ahora, podría ser que nunca hubiera paz entre Dios y su alma hasta que la copa sea suprimida. La copa debe desaparecer si Dios ha de perdonar su pecado; así que entre más pronto desaparezca, mejor será para ustedes.
Tal vez, en su caso, el pecado sea que no gobiernan sus familias debidamente. Cuando sus hijos hacen algo malo, ¿no son censurados nunca? ¿Se les permite de hecho que crezcan para que sean hijos del demonio? ¿Esperan que Dios y ustedes estén de acuerdo mientras esto sea así? Piensen en qué queja tenía Dios con Elí en relación a ese tema, y recuerden cómo terminó esa contención, porque Elí increpó blandamente a sus hijos: "¿Por qué hacéis cosas semejantes?", pero no los reprimió cuando se envilecían.
Miren, queridos amigos, Dios no nos salvará debido a nuestras obras; la salvación es enteramente por gracia, pero luego esa gracia se muestra al conducir al pecador sobre quien es concedida, a renunciar al pecado al que se había entregado anteriormente.
C. H. Spurgeon - Sermón no. 2705
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