Jesús no sólo vivió y murió y resucitó para proveer justificación y perdón por los pecados de Su pueblo, sino también asumió la responsabilidad de proveer todas las cosas que la vida espiritual de Su pueblo requiere. Él envía el Espíritu Santo a sus corazones para sustituir el deseo de pecar por un deseo de santidad. Cristo ha dicho: Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados… (Juan 17: 19) y Pablo escribe: Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra (Efesios 5: 25, 26). Los creyentes que leen estos versículos con entendimiento, se darán cuenta de que Cristo nos justifica y a la vez nos santifica. Y yo quiero presentarles ahora un número de enunciados que habrán de definir la exacta naturaleza de la santificación.
a) La santificación es el resultado invariable de la unión vital con Cristo que la fe proporciona a cada creyente verdadero. Cristo ha dicho: El que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto (Juan 15: 5). El que no produce ningún fruto espiritual en la vida diaria no está en Cristo. Cualquier supuesta unión con Cristo que no produzca ningún efecto en la vida diaria no tiene ningún valor. Todo aquel que diga que vive en Él (esto es, en Cristo) tiene que caminar como Jesús lo hizo.
b) La santificación es la consecuencia inseparable de la regeneración. Todo aquel que es nacido de nuevo y es hecho una nueva criatura, vive una vida nueva. Allí donde no hay ninguna santidad de vida, no ha habido ningún nuevo nacimiento; donde no hay ninguna santificación no hay ninguna regeneración. Todo aquel que hace justicia es nacido de él (1 Juan 2: 29). Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado… y no puede pecar, porque es nacido de Dios (1 Juan 3: 9).
J. C. Ryle - Aspectos de la Santidad
martes, 10 de enero de 2012
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