miércoles, 7 de diciembre de 2011

Querido amigo, todo lo que te distinga del pecador común es un don de la gracia de Dios para ti. Tú sabes que lo es. Tienes fe en Cristo, sí, pero, ¿no obró el Espíritu Santo esa fe en ti? ¿No suscribes gozosamente la doctrina de que la fe es producto de la operación de Dios? Tú tienes arrepentimiento del pecado, pero, ¿fue el arrepentimiento algo natural para ti? ¿No lo recibiste de Aquel que es exaltado en lo alto para dar arrepentimiento? ¿Acaso no es tu arrepentimiento un don Suyo? “Ciertamente” –dirá alguien- “pero el mismo Evangelio fue predicado a otros así como a nosotros”. Precisamente así es. Tal vez el mismísimo sermón que fue el instrumento de tu conversión dejó impasibles a otros. Entonces, ¿en qué consistió la diferencia? ¿Acaso respondes: “Nosotros quisimos creer en Jesús”? Eso es verdad; una fe renuente no sería ninguna fe; pero ¿quién influenció tu voluntad? ¿Fue influenciada tu fe por una mejor condición de tu naturaleza por la que pudieras reclamar algún crédito? Por mi parte rechazo con aborrecimiento una idea de esa naturaleza. ¿Acaso replicas: “Nuestra voluntad fue influenciada por nuestro entendimiento, y nosotros elegimos lo que reconocimos como lo mejor”? Sí, pero, ¿quién iluminó tu entendimiento? ¿Quién te dio la luz que iluminó tu mente para que eligieras el camino de la vida? “Oh” –dices tú- “pero nuestros corazones estaban enfocados a la salvación, y los corazones de los demás no lo estaban”. Eso también es cierto, pero entonces, ¿quién hizo que tu corazón se enfocara en esa dirección? ¿Quién fue el que tomó la iniciativa? ¿Fuiste tú o fue Dios? Allí está la pregunta, querido hermano mío, y si te atreves a afirmar que en el asunto de tu salvación tú fuiste el que tomó la iniciativa, me veo imposibilitado de entenderte, y yo espero que haya pocas personas que compartan tu creencia.
C. H. Spurgeon - sermón 1271 - Volumne 22

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