Dios preserva a los extranjeros. En todas las naciones, en tiempos antiguos, los extranjeros eran echados fuera; no querían que ningún extranjero se estableciera en medio de ellas. En este país, en casi cada aldea, solía ser la práctica que un extranjero fuera considerado como un tipo de perro loco; y si se daba el caso de que usara un vestido diferente del que usaban los aldeanos, todos los muchachos le gritaban. Pareciera que nuestra depravada humanidad es naturalmente hostil para con los extranjeros. Con frecuencia oigo decir a la gente incluso ahora: “¡oh, él es un extranjero!” ¡Oh, tú, inglés altivo! ¿Acaso no es tan bueno como tú? Tú eres un extranjero cuando llegas al otro lado del Canal de la Mancha. La orden de Dios a Su antiguo pueblo era que debían ser amables con los extranjeros. Dondequiera que llegaran los extranjeros, se les debía permitir habitar, y debían ser protegidos. Dios lo expresó así para Israel: “Y al extranjero no engañarás ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto”; y debido a que Dios los amó cuando fueron extranjeros en Egipto, debían tener especial cuidado de los forasteros y de los extranjeros que se establecían entre ellos.
¡Cuán grandioso rasgo del carácter de Dios es éste: “Jehová guarda a los extranjeros”! Si algunos de ustedes se sienten muy extranjeros aquí esta noche, si son forasteros para la religión, forasteros para las observancias religiosas, forasteros para todo lo que es bueno, si sienten, cuando oyen el Evangelio, que son tan completamente extraños a él que suena muy extrañamente a sus oídos, ¡vengan, amados forasteros, “Jehová guarda a los extranjeros”! Vengan bajo la sombra de Sus alas, y allí encontrarán refugio. El padre está muerto, la madre está muerta, todos los amigos se han ido, e incluso en la propia aldea donde naciste eres un extraño; ven, pues tu Dios no está muerto, tu Salvador vive: “Jehová guarda a los extranjeros”.
C. H. Spurgeon - Sermón #2347
miércoles, 7 de diciembre de 2011
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