jueves, 29 de diciembre de 2011

¡Pecador, tienes que mirar a Cristo! Eres enteramente dependiente de la voz vivificadora de Aquel que es la resurrección y la vida. “Eso” –diría alguien- “es muy desalentador para nosotros”. La intención es que lo sea. Es un acto de bondad desalentar a los hombres cuando actúan basados en principios erróneos. En tanto que pienses que tu salvación puede ser alcanzada mediante tus propios esfuerzos, o mediante tus méritos, o mediante cualquier otra cosa que pudiera provenir de ti mismo, vas por la ruta equivocada y es nuestro deber disuadirte. El camino a la vida va en la dirección opuesta. Tienes que mirar al Señor Jesucristo en vez de mirarte a ti mismo, tienes que confiar en lo que Él ha hecho y no en lo que tú pudieras hacer, y no debes valorar lo que tú pudieras obrar en ti, sino lo que Él obra en ti. Recuerda que Dios declara: “Para que todo aquel que cree en Jesús, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Por tanto, si eres capacitado a venir y confiar en la sangre y en la justicia de Jesucristo, tienes de inmediato esa vida eterna que todas tus oraciones y tus lágrimas, tu arrepentimiento, tus asistencias a la iglesia o a la capilla y los sacramentos, no podrían darte nunca. Jesús puede dártela libremente en este momento, pero tú no puedes generarla por ti mismo. Podrías imitarla engañándote a ti mismo, podrías hermosear el cadáver y hacer que parezca como si estuviera vivo, y pudieras provocarle algunos movimientos espasmódicos por medio de corrientes eléctricas, pero la vida es un fuego divino y tú no puedes ni robarte la llama ni encenderla por ti mismo; a Dios únicamente le corresponde dar vida y por tanto te exhorto a que mires únicamente a Dios en Cristo Jesús. Cristo ha venido para que tengamos vida; si hubiéramos podido obtener la vida sin necesidad de Su venida, ¿por qué fue necesario que viniera? Si los pecadores pudieran recibir la vida aparte de la cruz, ¿por qué fue necesario clavar al Señor de Gloria al vergonzoso madero? ¿Por qué las heridas sangrantes, Emanuel, si la vida podía venir por alguna otra puerta? Pero, además, ¿por qué el Espíritu de Dios descendió en Pentecostés, y por qué permanece todavía entre los seres humanos si pudieran ser vivificados sin Él? Si la vida pudiera ser alcanzada prescindiendo del Espíritu Santo, ¿con qué fin obra Él en el corazón humano? El sangrante Salvador y el Espíritu que mora en el hombre son pruebas contundentes de que nuestra vida no proviene de nosotros mismos, sino que proviene de arriba. ¡Oh trémulo amigo, apártate de ti mismo, entonces! ¡No busques entre los muertos al que vive! No busques la vida divina en el sepulcro del yo. La vida de los hombres está en ese Salvador, y todo aquel que cree en Él no perecerá jamás.
C. H. Spurgeon - Vida en Abundancia

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