Notemos que las serpientes ardientes llegaron en medio del pueblo, antes que nada, porque ese pueblo había despreciado el camino de Dios y el pan de Dios. "Y se desanimó el pueblo por el camino." Era el camino de Dios, Él lo había escogido para ellos, y lo había elegido en sabiduría y misericordia, pero ellos murmuraron contra el camino. Como afirma un viejo teólogo: "era solitario y prolongado", pero, aun así, era el camino de Dios, y, por tanto, no tenía que ser aborrecible: Su columna de fuego y de nube iba delante de ellos, y Sus siervos, Moisés y Aarón, los conducían como un rebaño, y debieron haberles seguido alegremente. Cada paso de su recorrido previo había sido ordenado rectamente, y debieron haber estado sumamente seguros de que ese rodeo de la tierra de Edom, fue también ordenado rectamente. Pero, no; ellos altercaron con el camino de Dios, y querían que fuera a su manera. Esta es una de las permanentes necedades de los hombres; no pueden contentarse con esperar en el Señor y guardar Su camino, sino que prefieren una voluntad y un camino propios.
El pueblo también altercó con la comida de Dios. Él les suministró lo mejor de lo mejor, pues "pan de nobles comió el hombre"; pero ellos se refirieron al maná con un título oprobioso, que en el hebreo contiene un matiz de ridículo, y aun en nuestra traducción, transmite la idea de desprecio. Decían: "Nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano", como si lo consideraran insustancial y útil sólo para inflarlos, porque era de fácil digestión, y no producía en ellos ese calor de la sangre y la tendencia a las enfermedades que una dieta más pesada habría producido. Estando descontentos con su Dios, ellos altercaron con el pan que puso sobre su mesa, aunque sobrepasaba a cualquiera que el mortal hubiere comido jamás antes o después.
Esta es otra de las necedades del hombre; su corazón rehúsa alimentarse de la palabra de Dios o creer en la verdad de Dios. El hombre apetece el alimento de carne de la razón carnal, los puerros y los ajos de la tradición supersticiosa, y los pepinos de la especulación; no puede tolerar que su mente se rebaje a creer en la Palabra de Dios, o a aceptar una verdad tan simple, tan adecuada a la capacidad de un niño. Muchas personas demandan algo más hondo que lo divino, más profundo que lo infinito, más liberal que la gracia inmerecida. Altercan con el camino de Dios, y con el pan de Dios, y por eso se presentan entre ellos las serpientes ardientes de la concupiscencia maligna, de la soberbia y del pecado.
Yo me podría estar dirigiendo a algunas personas que hasta este momento han altercado con los preceptos y con las doctrinas del Señor, y quisiera advertirles afectuosamente que su desobediencia y su presunción conducirán al pecado y al abatimiento. Los rebeldes contra Dios son propensos a volverse peores y peores. Las modas del mundo y las corrientes del pensamiento alientan los vicios y los crímenes del mundo. Si anhelamos los frutos de Egipto, pronto nos enfrentaremos a las serpientes de Egipto. La consecuencia natural de volverse contra Dios, como serpientes, es encontrar serpientes que acechan nuestro paso. Si abandonamos al Señor en espíritu, o en doctrina, la tentación pondrá una emboscada en nuestro camino y el pecado morderá nuestros pies.
Sermón No. 1500 - C. H. Spurgeon
lunes, 17 de agosto de 2009
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