17 de Noviembre de 1887
A la Iglesia del Tabernáculo
Queridos amigos:
Les escribo porque mi corazón me impulsa a hacerlo y también porque muchos de ustedes lo desean. No en balde hemos estado en una unión cordial durante tantos años para no sentir un vivo interés por los demás. Esto debería ser un fruto más abundante de la membresía de la iglesia de lo que usualmente es. La idea de una hermandad real debería ser comprendida más tiernamente y más prácticamente. Cada uno de nosotros debería esforzarse por alcanzarla y por desarrollar un profundo interés personal por nuestros hermanos miembros de la iglesia, especialmente por aquellos que son pobres, o que están enfermos, o que son jóvenes, o que se encuentran desalentados o que son asediados por tentaciones y aflicciones peculiares.
Así, deberíamos constituir entre nosotros una especie de pastorado mutuo, y cada miembro debería alcanzar a la vez que otorgar una bendición. Debido a que hay entre ustedes tanta abundancia de esta preocupación por los hermanos, siento paz en mi corazón durante mi ausencia; pero debido a que no hay más de ella, quisiera estimular sus mentes puras recordándoles estas cosas.
Todos nosotros somos hijos de un Padre, y somos redimidos con la preciosa sangre del mismo Salvador; por tanto, debemos sentir un instinto natural de unidad y apegarnos en amor los unos a los otros a consecuencia de la fuerza de la vida interior. Es probable que vayamos a tener más y más necesidad de esa fuerza que proviene de la perfecta unidad del corazón. Las fuerzas del error provocarán ataques en contra nuestra, y debemos plantarnos hombro con hombro, o más bien, corazón con corazón, a la hora del conflicto. ¡Pidamos que el propio Señor nos capacite para hacerlo por medio de Su Santo Espíritu!
Necesitaba en gran medida este descanso de mi servicio público, pues he sentido gran postración desde que les escribí la última vez. Pero, gracias a sus amorosas oraciones me veré otra vez fortalecido, y podré aprovechar mi reposo para generar reservas para un uso futuro. ¡Cuánto deseo que cuando esté otra vez con ustedes pueda hacerlo en la plenitud de la bendición del Evangelio de la paz!
Yo quisiera poder saludar a cada uno de ustedes como si tomara la mano de cada quien y le dijera: ‘que Dios te bendiga’ a cada persona.
Suyo en Cristo Jesús
C. H. Spurgeon
viernes, 29 de mayo de 2009
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2 comentarios:
le doy gracias, a Dios por su vida ,por du diligencia y por su tiempoy gran dedicacion,en este trabajo tan precicioso,que usted hace. que Dios le siga bendiciendo ese tierno corazon,y que lo guarde de todo mal.
Muchísimas gracias. Roguemos al Señor pidiéndole que la sana doctrina, la doctrina evangélica, se divulgue por todo el mundo.
Le envío un saludo.
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