(Sin fecha)
Queridísimos amigos:
Estoy muy contento ya que quienes suplieron mi puesto el domingo pasado fueron habilitados por la gracia para alimentar sus almas. Poco importa quién distribuya el pan para que les llegue recién salido de la mano de Jesús. Me uno a ustedes en ferviente oración para que los hermanos que han venido tan generosamente en mi socorro este día, tengan un auxilio igualmente adecuado de nuestro Señor y de Su Espíritu. Yo les agradezco, pero a la vez los envidio, y gustosamente pagaría la recompensa de un rey, si la tuviera, por el privilegio de predicar en este día. Mi envidia se condensa en una oración para que todos los embajadores de mi Señor, sean prosperados en este día para que Su reino de paz crezca vigorosamente en la tierra.
Después de soportar mucho dolor intenso, estoy recuperándome ahora y como un niño chiquito estoy aprendiendo a ponerme de pie, y a tambalearme de una silla a otra. La prueba es lacerante pero no dura mucho, y hay en ella mucha causa para estar agradecido. Mis últimos dos ataques han tenido ese carácter. Pudiera ser la voluntad de Dios que tenga muchos más ataques de estos y si así fuera, espero que tengan paciencia conmigo. He seguido todo en cuanto a la dieta, abstinencia de estimulantes, y todo lo que me fue indicado, y como el mal continúa todavía, la causa debe estar en otra parte. Llamamos a este mal gota a falta de algún nombre, pero difiere en mucho de aquello que se clasifica bajo ese nombre. En las últimas dos ocasiones tuve una inusual presión de trabajo sobre mí y mi salud se quebrantó. Mi posición entre ustedes es tal que sólo puedo proseguir a un paso medio, sin tener que hacer nada extra, pero las labores adicionales me derriban. Si yo fuera un hombre de hierro, ustedes contarían con mi fortaleza completa hasta que la última partícula se hubiere desgastado, pero como sólo soy polvo, ustedes han de tomar de mí lo que les pueda ofrecer sin esperar nada más. Que el Señor acepte mi servicio.
Ahora los entrego, queridos amigos, al cuidado del Señor. Nada me alegraría tanto como oír que Dios está entre ustedes y esto lo juzgaré por las importunas reuniones de oración, las buenas obras de la iglesia realizadas sistemáticamente y sostenidas liberalmente, y por los convertidos que pasen al frente para confesar su fe en Cristo. Busco esto último y lo anhelo cada semana. ¿Quién está con el Señor? ¿Quién? Herido en la batalla, me yergo apoyado en mi brazo y les grito a quienes me rodean y los exhorto a apoyar la causa de mi Señor, pues si fuéremos heridos o muertos por Su causa habríamos ganado todo. Por el esplendor del amor redentor, exhorto a cada creyente a confesar a su Señor y a vivir enteramente para Él.
De ustedes en Jesucristo,
C. H. Spurgeon
viernes, 13 de marzo de 2009
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