Amados, no habríamos completado esta lista si omitiéramos una preciosa doctrina que necesita, tal vez, un refinado gusto, pero que, una vez que el hombre ha aprendido a alimentarse de ella, le parece que es lo mejor de todo: quiero decir, la grandiosa verdad de la unión con Cristo. La palabra de Dios nos enseña claramente que todos los que han creído, son uno con Cristo: están casados con Él, hay una unión conyugal basada en un afecto mutuo. La unión es más íntima aún, pues hay una unión vital entre Cristo y Sus santos. Los santos están en Él como los pámpanos están en la vid; ellos son miembros del cuerpo del cual Él es la cabeza. Ellos son uno con Jesús en un sentido tan real y verdadero, que con Él mueren y con Él son enterrados, con Él son resucitados y con Él son levantados juntamente y sentados en los lugares celestiales. Hay una unión indisoluble entre Cristo y todo Su pueblo: “Yo en ellos y ellos en mí”. La unión podría ser descrita así: Cristo es en Su pueblo la esperanza de gloria, y ellos están muertos y su vida está escondida en Cristo. Esta es una unión del tipo más prodigioso, y el lenguaje sólo puede exponer sus imágenes muy débilmente pero es incapaz de explicarla por completo. La unidad con Jesús es uno de los pedazos escogidos con tuétano. Pues si, en verdad, somos uno con Cristo, entonces porque Él vive nosotros debemos vivir; porque Él fue castigado por el pecado, nosotros también hemos soportado la ira de Dios en Él; porque Él fue justificado por Su resurrección, nosotros también somos justificados en Él; porque Él es recompensado y se sienta para siempre a la diestra de Su Padre, nosotros también hemos obtenido la herencia en Él y por fe la asimos ahora, y gozamos de su señal.
Oh, ¿podría ser que esta cabeza que se duele tenga ya un derecho a una corona celestial? ¿Es posible que este corazón palpitante tenga un derecho al reposo que resta para el pueblo de Dios? ¿Es posible que estos pies cansados tengan un título para pisar los salones sagrados de la Nueva Jerusalén? Así es, pues si somos uno con Cristo, entonces, todo lo que Él tiene nos pertenece, y es sólo asunto de tiempo y de un designio de la gracia para que lleguemos a su pleno gozo. En verdad, meditando sobre este tópico, cada uno de nosotros puede exclamar: “Como de meollo y de grosura será saciada mi alma, y con labios de júbilo te alabará mi boca”.
Sermón No. 846, Suculentos Manajares de Navidad,
viernes, 19 de diciembre de 2008
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