Muchas personas están muy preocupadas acerca de su salud física, especialmente cuando sienten extraños dolores que podrían ser síntomas de algún problema serio. Sin embargo, la mayoría de nosotros pasamos por alto la preocupación por la salud de nuestras almas.
Esto es muy ilógico puesto que el cuerpo es sólo temporal, mientras que el alma vive para siempre. Mientras lees este texto, imagínate que has entrado a una especie de clínica para el alma, donde todos los órganos y miembros del alma serán auscultados y recibirás un diagnóstico de su estado.
El asunto es que cualquier examen manifestará, inevitablemente, la existencia de problemas serios. Ningún ser humano ordinario ha sido diagnosticado jamás como libre de los mayores defectos y las enfermedades del alma.
Durante la guerra de Corea, algunos doctores norteamericanos llevaron a cabo numerosos exámenes 'post-mortem' de soldados muertos en batalla. De estos exámenes surgieron unas estadísticas que alarmaron al mundo médico. Encontraron que la mayoría de los jóvenes menores de 25 años de edad, mostraban ya evidencias notables de enfermedades coronarias que hubieran resultado en paros cardíacos en los siguientes 20 años.
Si nuestras almas pudieran ser sujetas a un análisis clínico ahora, sería manifiesto que cada uno de nosotros se encuentra en un estado letal y fatal. El mal que nos afecta a todos es la enfermedad del pecado. Los síntomas son fáciles de reconocer, no por la palidez o la hipertensión, sino más bien por síntomas más desfigurativos.
El gran alborotador
Los síntomas de esta enfermedad se manifiestan en la personalidad. Nos vuelve vanos, fríos, altivos y arrogantes. Nos hace engañosos, astutos y jactanciosos. Esta es la enfermedad que engendra la impureza, la envidia y la hipocresía. También provoca avaricia y egoísmo. La lista es interminable.
El pecado es la más grave enfermedad y, sin embargo, es la más subestimada. Afecta permanentemente cada parte del alma y del carácter, y corrompe y estropea todo. Pero es todavía peor que eso, ya que nos incapacita para las experiencias más importantes de esta vida.
La parálisis impide generalmente que algún joven pueda volver a participar en prácticas de atletismo o de cualquier otro deporte. Tales actividades quedan más allá de sus esperanzas y sus sueños. De manera semejante, la enfermedad del pecado arruina toda posibilidad de relación con Dios. Nos separa completamente de Dios, de tal manera que no podemos tener ninguna experiencia personal de Él.
Nuestro diagnóstico espiritual debe comenzar con un examen de la conciencia. ¿Está en buena salud? ¿Está funcionando tu conciencia?
La respuesta debería ser negativa ya que la mayor parte del tiempo la conciencia sufre de un tipo de parálisis adormecedora. Casi nunca se mueve y casi no habla. ¿Por qué razón? Es por haber sido golpeada continuamente durante muchos años por nosotros mismos.
Aprendemos cómo manipular nuestra conciencia muy pronto en nuestra juventud. Cuando la conciencia protesta debido a algún pecado, o cuando nos ocasiona dolor y vergüenza, reaccionamos rápidamente defendiéndonos. Aprendemos a justificar cualquier cosa que hacemos, echándole la culpa a las circunstancias o a otras personas. La golpeamos gradualmente hasta que logramos someterla.
La primera vez que cometimos algún pecado grave, nuestra conciencia nos remordió bastante. La segunda vez nos remordió menos. Pero una vez que la conciencia ha sido suprimida por completo, casi no nos remuerde.
En algún lugar en el calabozo del alma, la conciencia contusa y debilitada, llega finalmente a quedar silenciada, y entonces, somos 'libres' para comportarnos y hablar como nos parezca. Quedamos en libertad para ser egoístas, avaros y sensuales si nos place, sin ningún remordimiento.
Consideremos otro aspecto del alma. ¿En qué estado está la facultad o poder de dominio propio? ¿Qué sucede cuando el mal genio comienza a aumentar o la envidia o la avaricia se incrementan? ¿Somos capaces de controlarnos? ¿Es débil y deseperada esta parte de nuestra alma? ¿Qué sucede con la importante facultad de la integridad y honestidad? ¿Es saludable? Tristemente, esta parte del alma está generalmente agobiada por la misma enfermedad. Casi todos somos sucios y andrajosos en este punto. Todos estamos llenos de mentiras 'piadosas', de excusas, exageraciones, jactancias, de mentiras intencionadas, engaños y toda forma de fraude. La facultad de la integridad ha sido torcida voluntariamente hasta lograr que sea irreconocible.
Chequeo de los órganos vitales
¿Qué hay con la virtud del alma que llamamos humildad? ¿Está también enferma? Por supuesto que sí, pues casi todos parecen sufrir del cáncer del orgullo. Para la mayoría de la gente, el gran motivo de vivir es el orgullo. Les preocupa lo que los demás piensen de ellos. Buscan cómo dar una buena impresión y se vanaglorían y se jactan haciendo alarde de sí mismos. Tienen una lucha interminable para conseguir progreso, poder, superioridad, etc. La enfermedad del orgullo se ha arraigado en lo más profundo de sus almas, de tal manera que la humildad ha menguado tanto que que casi se ha vuelto inexistente.
¿En qué condición se encuentran las tres partes fundamentales de la personalidad? La mente está llena de egoísmo y de pensamientos necios. La facultad del entedimiento está hinchada y desfigurada por muchos proyectos y pensamientos pecaminosos, principalmente por el egoísmo, el odio, el amor propio y la hostilidad.
También las emociones están seriamente deformadas. Los afectos están dañados con el cáncer del amor propio e igualmente padecen de muchos tumores que llamamos "concupiscencias".
La voluntad está tan deteriorada que sufre de terribles e irracionales convulsiones. Responde inmediatamente a cualquier tentación pasajera o se vuelve obstinada y rebelde a la obediencia.
Este es un diagnóstico impresionante y deprimente acerca de los distintos aspectos de la condición del alma. Si recibiésemos un reporte semejante en relación a nuestra salud física, nos daríamos cuenta de que la sobrevivencia sería imposible.
Hace muchos años en Inglaterra existían puestos de 'rayos x' donde se buscaban los primeros indicios de la tuberculosis. El plan era detectar la enfermedad lo antes posible a fin de tener oportunidad de atacarla. Existía un problema: era muy difícil convencer al público para que se sometiera a la radiografía. Muchas personas preferían no saber las malas noticias y continuar ignorando su verdadera condición.
Este es el mismo caso que ocurre con el mensaje de la Biblia. Si no podemos lograr que la gente se percate de la condición enferma y desesperada de su alma, entonces nunca buscarán el poder sanador y restaurador del gran médico de las almas, el Señor Jesucristo.
Permítanme describir algunas de las peores características del pecado cuando se le ha dado rienda suelta en nuestras vidas. El pecado es la enfermedad más infecciosa que un pudiera imaginar. Por ejemplo, al criar a nuestros hijos, nuestras debilidades les serán transmitidas a través de nuestro ejemplo y del ambiente del hogar. Inevitablemente adquirirán algunas de nuestras peores características.
Otra característica del pecado es que es una enfermedad muy debilitadora y prolífera. De alguna manera nos imaginamos que dentro de diez o quince años seremos la misma persona que somos actualmente, con la misma perspectiva, personalidad y carácter, pero nunca es así. Inevitablemente ocurrirá un deterioro significativo en nosotros, porque la enfermedad del pecado traerá sus efectos.
Cualquier persona que ha rebasado ya los 30 años de edad, está consciente de esto. Recordemos cómo éramos durante la juventud y la adolescencia. Podemos ver cuánto han cambiado nuestros viejos amigos, nuestros familiares, y en particular cómo se han ido endureciendo y comprometiendo más con lo malo. Aun los amigos que eran más idealistas en su juventud, ya se han desilusionado, y han perdido su ímpetu. Podemos observar tristemente cómo cada uno se ha vuelto más materialista, cínico y egoísta. Con el transcurso del tiempo todas las cosas que nos unían y nos atraían se han ido desvaneciendo rápidamente. El pecado siempre es progresivo.
Viviendo con el dolor
Otra característica del pecado es que es una enfermedad muy dolorosa. Puede ser que las palabras, pensamientos y hechos pecaminosos no sean tan dolorosos en el momento, pero sus consecuencias siempre lo son. Una vida a merced de todo antojo, tentación y pasiones, cuesta la juventud, los años, sin mencionar su costo económico. Conduce a un corazón quebrantado a la desilusión, al remordimiento, a la amargura e incluso a la neurosis. La mitad de las pastillas que se consumen a diario en este mundo enfermo de pecado, son en realidad meros paliativos, remedios temporales para la grave enfermedad del alma.
Además de todo esto, el pecado es una enfermedad que produce un terrible aislamiento. Nos separa a unos de otros, pero lo más impactante es que nos separa también de Dios. Es sólo por causa del egoísmo, la podredumbre y el orgullo del corazón humano que nos dividimos unos de otros, hasta convertirnos en enemigos.
¿Qué se puede hacer con respecto a esta enfermedad? ¿Nos puede ayudar un doctor o un psicólogo? ¿Existe alguna medicina o terapia? La Biblia contesta que no, que desde la perspectiva humana, la enfermedad del pecado es incurable. No hay nada que podamos hacer para detener o sanar esa enfermedad. No tenemos remedio alguno.
Todo lo que el hombre puede hacer es administrar calmantes. Puede aliviar los efectos de esta enfermedad buscando el placer, el entretenimiento, o acudiendo a la bebida para amortiguar sus malestares. También puede enredarse en sus negocios, posesiones y cualquier otra cosa que le ayude a disminuir el dolor del vacío que hay en su corazón.
La única esperanza para curar esta enfermedad del alma es darnos cuenta que no podemos curarla, que tenemos que acudir a Dios para que seamos curados y perdonados. Solamente Dios puede limpiar la rebelión y el orgulloso espíritu de independencia que trajo esta enfermedad al mundo en un principio. Solamente Dios puede lavar y limpiar la culpa y la profunda perversión que implican tantos años de pecado.
Puesto que Dios es santo y perfecto, Él puede curar y perdonar a cualquier miembro de la raza humana. Dios tiene que quitar primero la culpa, que nos hace indignos de tener contacto y comunión con Él. Con este fin, para poder perdonarnos, Dios mismo tuvo que venir a este mundo y sufrir el castigo de nuestro pecado como sustituto nuestro. Eso es lo que Jesucristo estaba realizando cuando sufrió y murió en la cruz del Calvario hace unos dos mil años. Allí, Él efectuó una propiciación personal por el pecado de todos aquellos que acuden a Él para encontrar alivio.
Antes de que alguien pueda ser salvo de la enfermedad del pecado, tiene que haber un acercamiento urgente con el Gran Médico. Tienes que estar profundamente ansioso y preocupado acerca de la enfermedad de tu alma. Deberías anhelar vehementemente ser sanado, deberías reconocer que solamente Cristo puede sanarte. Como aquel enfermo que, acercándose a Cristo le dijo: "Señor, si quieres, puede limpiarme." (Lucas 5: 12). Entonces, deberías acercarte a Cristo de la misma manera: debes orar a Él y hablarle acerca de tu condición; debes reconocer que mereces ser condenado y desechado para siempre. Debes arrepentirte profunda y sinceramente del pecado y desear que tu vida sea cambiada por Su poder. Dile que quieres conocerle y vivir para Él desde ahora y para siempre. Si ruegas sinceramente a Cristo pidiendo el perdón y la conversión, Él no te rechazará. Sanar y tener misericordia de quienes Él quiera, es la prerrogativa divina. Si Él te ha conducido a buscar la curación de tu pecado, entonces Él mismo realizará la cirugía radical y divina en tu vida, trayendo resultados que jamás podrías realizar por ti mismo.
El único remedio
El Señor puede destruir la virulencia de esta enfermedad y proporcionar una vida completamente nueva y una personalidad transformada. También pueden ser erradicados los efectos secundarios de la enfermedad del pecado, por ejemplo, la insensibilidad del alma que hacía imposible que oraras o sintieras la presencia de Dios. Tú puedes llegar a conocerle y amarle. El Señor puede hacer por ti todas estas cosas y, si Él las hace, sabrás que te ha cambiado y sanado de tu enfermedad. Pero esto no sucederá mientras no desees ser verdaderamente curado de la enfermedad del pecado.
¿Cuántas personas malgastarán el resto de sus vidas con sus almas atrapadas e infectadas progresivamente con el pecado? La mayoría permanecerá así, hasta que los alcance la muerte y termine toda esperanza. No hay ningún médico en la tierra como Cristo. No hay ningún doctor humano que cure a sus pacientes recibiendo las consecuencias de la enfermedad sobre Él mismo. Esa es la gloria exclusiva de Cristo, el Gran Médico del alma.
Iglesia Bautista de la Gracia
Ciudad Netzahualcóyotl
México
http://www.graciaaudio.com/
jueves, 4 de diciembre de 2008
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