El doctor Gilbert Laws solía afirmar que “Spurgeon aportó una transfusión sanguínea al púlpito victoriano”, y esto fue debido a que inyectó humor a sus sermones, en tanto que otros sermones eran doctrinalmente romos y homiléticamente pesados. No se trata de que Spurgeon dejara que su humor se escapara libremente. Lo mantenía estrictamente bajo control, y podía hacer que su congregación se riera en un momento y estuviera al borde de las lágrimas en el instante siguiente. Cuando dirigía el servicio de la Santa Cena, frecuentemente se le veía llorando.
Debido a su intrepidez en la controversia y a su denuedo en la predicación, muchos han desfigurado a Spurgeon como un hombre poseedor de una naturaleza fría, calculadora y flemática. Por el contrario, él tenía lo que uno de sus contemporáneos describió como “una sonrisa invencible”, y cualquiera que oyera su risa no podía olvidarla. Su humor era a veces breve y conciso y en otros momentos era burbujeante. Pero, independientemente del tipo de humor, siempre iba acompañado de una simpática y atractiva sonrisa que cautivaba a los jóvenes (especialmente sus huérfanos) y a los mayores por igual. Spurgeon nunca se reía de la gente (¡excepto de sí mismo!), sino siempre se reía con ellos.
Hay pocos retratos o fotografías de la adolescencia y juventud de Spurgeon, de tal forma que su sonrisa no está grabada sino hasta más tarde en su vida. Sin embargo, el humor que posteriormente lo caracterizó, comenzó en su cumpleaños decimosexto, cuando fue convertido. Su propio testimonio del gran cambio que le sobrevino, enfatiza el gozo recién encontrado que era evidente en su rostro.
“Recuerdo la mañana cuando encontré al Salvador. Era un día frío y nevado, y recuerdo que estaba junto al fuego, apoyándome en la repisa, después de haber regresado a casa, y casi inmediatamente después de que mi madre hubo hablado conmigo, la oí decir al otro lado de la puerta: ‘un cambio le sobrevino a Charles’. Ella vio que yo no era más lo que había sido. Yo había estado apagado, melancólico, afligido y deprimido. Ahora tenía una sonrisa y un aspecto alegre y contento y ella podía detectarlo.”
Cuando llegó a Londres por primera vez, esta sonrisa fue observada por el famoso doctor Stanford: “Spurgeon hizo algunas cosas osadas, con una sonrisa de una franqueza tan tranquila y refrescante, que algunos de los excelentes de la tierra lo observaban por sobre el marco de sus espejuelos, sorprendidos, no por lo que había dicho, sino por lo que iba a decir a continuación.”
El primer retrato de Spurgeon sonriendo fue tomado en el año de 1856. Sir W. Robertson Nicoll describió a Spurgeon como teniendo un corazón lleno de gozo y ojos llenos de luz, “y sus labios llenos de una risa.” Por contraste, el famoso predicador Joseph Parker, contemporáneo de Spurgeon, podía ser escuchado innumerables veces y aunque podía hacer a otros sonreír, a él no se veía sonreír nunca.
En fotografías posteriores la sonrisa todavía estaba allí, aun cuando se mostraban en su rostro la desilusión y la amargura de perder a los amigos por causa de la Controversia del Declive.
La última fotografía que le fue tomada muestra el rostro de Spurgeon “adornado con una sonrisa extasiada” según afirma el Reverendo A. Cunningham-Burley, un descendiente político de Spurgeon, y en su muerte, la expresión era “extrañamente sublime”. La muerte fijó en sus rasgos “una sonrisa serena y celestial”. Esto es natural, pues Spurgeon estaba ávido de ver al Salvador que había enaltecido durante tantos años, al predicar a Cristo y a éste crucificado.
sábado, 3 de mayo de 2008
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