viernes, 9 de mayo de 2008

Spurgeon: Un Amigo de los Niños

Se ha dicho con toda verdad que “cada gran hombre posee el corazón de un niño.” Ciertamente esto era válido en el caso de Charles Haddon Spurgeon. Intrépido y elocuente en el púlpito y franco en la controversia, era sin embargo un amigo encantador y un verdadero compañero de juegos de los niñitos. Spurgeon solía decir que debe haber algo en cada servicio “y en verdad en cada sermón” para los niños. Muchos niños debían su conversión a la sencilla predicación (aunque vinculada a profundas doctrinas) de Charles Haddon Spurgeon.
“¿Es un hombre amigo de los niños?” era una pregunta que se hacía en todas las congregaciones, cuando una corte de diáconos o un comité de selección presentaban el nombre de un ministro y sus calificaciones ante la consideración de la iglesia, para determinar si calificaba como pastor. En años subsecuentes, con el declive de la escuela dominical y de la asistencia de los niños con sus padres al servicio dominical, el mensaje a los niños ha pasado de moda y no se espera que los predicadores sean “los amigos de los niños”.
Spurgeon era, sin embargo, un amigo de los niños. Él podía ver las cosas (especialmente la verdad divina) a través de los ojos de un niño, pues él mismo cuando niño había estudiado intensamente la Escritura y la teología. También sabía que si podía interesar a los niños en sus sermones (especialmente a los que pertenecían a sus propios orfanatos), entonces contaría también con la atención de los adultos.
Muy pronto después de su conversión, Spurgeon comenzó a enseñar en la escuela dominical. Era “brillante, animado, simpático y atractivo.” Los niños eran atraídos a él de la misma manera que él era atraído a los niños, pues durante la semana los visitaba en sus propios hogares. De una pequeña clase en un rincón del salón de la escuela dominical de su capilla, Spurgeon fue promovido pronto a una plataforma donde podía caber una clase más numerosa. Los padres luego se unieron a sus hijos, y pronto fueron tan numerosos como los hijos.
Un antiguo miembro de la clase dominical de Spurgeon dijo años más tarde: “Spurgeon era tan original en todo lo que emprendía, que mucho de lo que hizo y dijo se mantiene muy fresco en mi memoria.”
Un jueves por la noche Spurgeon comentó a su congregación de New Park Street Chapel: “esta noche cuando venía hacia acá, vi a un niño sentado en una banqueta, llorando a grito partido acerca de algo que había roto. Si no hubiera tenido que venir aquí, me habría detenido para preguntarle por qué lloraba, pues no puedo soportar ver llorar a un niñito.
El señor “Gran-Corazón” tenía una compasión a semejanza del Salvador y mucha piedad por los niños. No es de sorprender que haya iniciado un orfanato para ellos. Esto niños del orfanato eran el único coro con el que contaba el Tabernáculo Metropolitano, y Spurgeon constantemente miraba sus rostros felices en el balcón cuando cantaban las alabanzas del Salvador.
Uno de los contemporáneos de Spurgeon solía decir que a él le gustaba hacer felices a los niños mientras predicaba pues sabía cuán afligidos serían cuando crecieran. Spurgeon pensaba de la misma manera.
Charles llevaba consigo dulces y muchas monedas para dar a los niñitos. No es sorprendente que sus visitas al orfanato fueran ávidamente anheladas por los niños, y cuando llegaba era “rodeado por completo como por abejas”. Daba monedas y dulces a cada uno de los niños sin excepción y de igual manera saludaba de mano a cada uno de ellos. Cuando sus múltiples enfermedades le impedían visitar el orfanato, les escribía cartas, especialmente con motivo de Navidad, o cuando enfermaban, o cuando había un duelo. Se dice que la mejor oración que Spurgeon ofreció en su vida fue una oración que dijo conjuntamente con un niño del orfanato que estaba muriendo.

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