Mientras
los predicadores juegan con demasiada frecuencia con la predicación, cuánto se
les parece la conducta de los oyentes. Oír es con frecuencia meramente un
ejercicio crítico, y la pregunta después de un sermón no es “¿Qué tan aplicable
era esa verdad a tu caso?”, sino “¿qué te pareció él?”, como si tuviese algo que ver con la verdad. Cuando escuchas
música, ¿acaso preguntas: “Qué te pareció la trompeta?” No, tu mente piensa en
la música, no en el instrumento; sin embargo, las personas consideran siempre al
ministro antes que a su mensaje. Muchos comparan a un predicador con otro,
cuando harían mejor en compararse ellos mismos con la ley divina. Escuchar así
el Evangelio hace que se degrade a un simple pasatiempo, y que se juzgue que es
escasamente superior a un entretenimiento teatral. Tales cosas no deben ser.
Los predicadores deben predicar como para la eternidad y deben buscar fruto; y
los oyentes deben practicar lo que oyen, o de otra manera, la sagrada ordenanza
de predicar cesará de ser el canal de bendición, y más bien será un insulto
para Dios y una burla para las almas de los hombres.
C. H. Spurgeon - Dos Clases de Oyentes.
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