La
predestinación y la responsabilidad humana se encontraron en Cristo cuando fue
condenado. Fue “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento
de Dios”, y, sin embargo, el mismo versículo dice: a quien “prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole”.
El propósito eterno de Dios se realizó en la muerte de Su Hijo. ¡La muerte de
uno por muchos! Así el creyente puede decir: “Cristo me abrazó con todo mi
pecado y mi culpa para que yo pudiera abrazarle en toda Su justicia”. Eso es lo
que Lutero tenía en mente cuando dijo: “Él murió por mí; hizo mía Su justicia e
hizo Suyo mi pecado; y si hizo Suyo mi pecado, entonces yo no lo tengo, y soy
libre”.
martes, 24 de septiembre de 2013
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