Una
vez se anunció que un predicador iba a predicar en una oscura aldea pero se
desató una tormenta terrible, y, aunque el predicador mantuvo su compromiso, descubrió
que sólo asistió una persona al lugar de reunión. Él predicó a ese único oyente
un sermón tan denodado como si la casa hubiese estado atestada. Años después se
enteró que había nuevas iglesias por todo el distrito, y descubrió que su único
oyente de aquel día había sido convertido, y se había constituido en el
evangelista de toda esa región. Si hubiera declinado predicarle a aquel
solitario oyente, cuántas bendiciones habrían sido retenidas.
C. H. Spurgeon - Sermón #1044 - Volumen 18
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