Algunos esperan
alcanzar la perfecta paz por el camino de las ceremonias. Mucha gente nos dice que estamos
viviendo en una época muy ilustrada, pero yo estoy inclinado a pensar que
Carlile estaba inusualmente cerca del blanco cuando dijo que “el Reino Unido
cuenta con alrededor de treinta millones de personas, mayormente necios”, pues, en efecto, pareciera como si la gente, en
estos días, fuera en gran medida necia.
Por ejemplo, un hombre dice que si venimos y le confesamos
nuestros pecados, él puede perdonarnos en el nombre de Dios; y que puede, al
rociar unas cuantas gotas de agua sobre un niño, y farfullar ciertas palabras,
transformar a un heredero de la ira en un heredero del cielo; y que, si nos
aproximamos a lo que él llama ‘un altar’, él nos dará el propio cuerpo y la
sangre de Cristo para que lo comamos y la bebamos.
Bien, cuando yo era joven, pensaba que cualquiera que
hablara de esa manera, debería ser tratado como los gitanos, que eran metidos
en prisión por recibir monedas de plata de sirvientes necios y por pretender
que les dirían su suerte; y, en años posteriores, me ha sorprendido algunas
veces que no se hubiere puesto en vigor una ley contra estos caballeros; pues,
ciertamente, la impostura que buscan vendernos con engaño es mucho más terrible
que aquella de los gitanos que adivinaban la suerte. El así llamado “sacerdote”
no tiene ningún poder para perdonar pecados, o para cambiar la naturaleza del
bebé que rocía, o para ofrecer el sacrificio de la misa. No hay nada más en él
de lo que hay en cualquier otra persona; y aunque hable tan alto como pueda,
sus pretensiones son completamente vanas e inútiles. Si confías en él, el
resultado para ti será el mismo que ha sido para decenas de miles de personas
antes de ti, pues descubrirás que todas las ceremonias que los hombres han
inventado, sí, y todos los ritos que el propio Dios ha dado, no pueden traer
salud a un alma enferma, o acallar el tumulto de una conciencia despierta, o
conducir al alma a un estado de reconciliación consciente con el Altísimo.
Oh, señores, ustedes pueden ser rociados, y confirmados, y
sumergidos, y pueden ir a la mesa de la comunión, y no sé cuántas cosas más;
sí, podrían viajar a lo largo de siete mil leguas de ceremonialismo, pero
estarán exactamente tan inquietos al final, como lo estaban al comienzo. Ese no
es el camino de la paz, ni Dios hará que lo sea. Es arar en una peña, y no hay
ninguna posibilidad de que provenga algún fruto de allí.
C. H. Spurgeon - Arar en una Peña
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