jueves, 1 de noviembre de 2012

¿Paz por el camino de las ceremonias?



Algunos esperan alcanzar la perfecta paz por el camino de las ceremonias. Mucha gente nos dice que estamos viviendo en una época muy ilustrada, pero yo estoy inclinado a pensar que Carlile estaba inusualmente cerca del blanco cuando dijo que “el Reino Unido cuenta con alrededor de treinta millones de personas, mayormente necios”, pues, en efecto, pareciera como si la gente, en estos días, fuera en gran medida necia.

Por ejemplo, un hombre dice que si venimos y le confesamos nuestros pecados, él puede perdonarnos en el nombre de Dios; y que puede, al rociar unas cuantas gotas de agua sobre un niño, y farfullar ciertas palabras, transformar a un heredero de la ira en un heredero del cielo; y que, si nos aproximamos a lo que él llama ‘un altar’, él nos dará el propio cuerpo y la sangre de Cristo para que lo comamos y la bebamos.

Bien, cuando yo era joven, pensaba que cualquiera que hablara de esa manera, debería ser tratado como los gitanos, que eran metidos en prisión por recibir monedas de plata de sirvientes necios y por pretender que les dirían su suerte; y, en años posteriores, me ha sorprendido algunas veces que no se hubiere puesto en vigor una ley contra estos caballeros; pues, ciertamente, la impostura que buscan vendernos con engaño es mucho más terrible que aquella de los gitanos que adivinaban la suerte. El así llamado “sacerdote” no tiene ningún poder para perdonar pecados, o para cambiar la naturaleza del bebé que rocía, o para ofrecer el sacrificio de la misa. No hay nada más en él de lo que hay en cualquier otra persona; y aunque hable tan alto como pueda, sus pretensiones son completamente vanas e inútiles. Si confías en él, el resultado para ti será el mismo que ha sido para decenas de miles de personas antes de ti, pues descubrirás que todas las ceremonias que los hombres han inventado, sí, y todos los ritos que el propio Dios ha dado, no pueden traer salud a un alma enferma, o acallar el tumulto de una conciencia despierta, o conducir al alma a un estado de reconciliación consciente con el Altísimo.

Oh, señores, ustedes pueden ser rociados, y confirmados, y sumergidos, y pueden ir a la mesa de la comunión, y no sé cuántas cosas más; sí, podrían viajar a lo largo de siete mil leguas de ceremonialismo, pero estarán exactamente tan inquietos al final, como lo estaban al comienzo. Ese no es el camino de la paz, ni Dios hará que lo sea. Es arar en una peña, y no hay ninguna posibilidad de que provenga algún fruto de allí. 
C. H. Spurgeon - Arar en una Peña

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