miércoles, 14 de noviembre de 2012

Hacerlo todo para la gloria de Dios



Ustedes han oído acerca de uno que estaba tan enamorado, que, en verdad, comía, y bebía y dormía por el ser amado; así el cristiano debe “hacerlo todo para la gloria de Dios”. Dirá alguien: “¿puede hacerse éso? ¿Acaso hemos de seguir a los monjes católicos y entrar a un monasterio?” ¡No!, no tengo ninguna duda de que hacen bien en rasurarse sus cabezas; hay probablemente una gran necesidad para ello. Pero a menos que nos volvamos dementes, no hay necesidad de que imitemos su ejemplo. El cristiano no ha de encerrarse, y convertirse en un eremita, y pensar que por eso él puede cultivar la santidad. Eso es impiedad; la santidad cristiana es social; es la luz de la palabra, la sal de la tierra. Hemos de estar en el mundo, aunque no hemos de ser del mundo; nuestro sacerdocio es ejercido en la calle, en el taller, en la familia y junto a la chimenea. De día y de noche, hemos de ofrecer oraciones y alabanzas y acciones de gracias a Dios, y así ser un sacerdote perpetuamente. 
C. H. Spurgeon - El Sacerdocio de los Creyentes

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