Ustedes han oído acerca de uno que
estaba tan enamorado, que, en verdad, comía, y bebía y dormía por el ser amado;
así el cristiano debe “hacerlo todo para la gloria de Dios”. Dirá alguien: “¿puede hacerse éso?
¿Acaso hemos de seguir a los monjes católicos y entrar a un monasterio?” ¡No!,
no tengo ninguna duda de que hacen bien en rasurarse sus cabezas; hay
probablemente una gran necesidad para ello. Pero a menos que nos volvamos
dementes, no hay necesidad de que imitemos su ejemplo. El cristiano no ha de
encerrarse, y convertirse en un eremita, y pensar que por eso él puede cultivar
la santidad. Eso es impiedad; la santidad cristiana es social; es la luz de la
palabra, la sal de la tierra. Hemos de estar en el mundo, aunque no hemos de
ser del mundo; nuestro sacerdocio es ejercido en la calle, en el taller, en la
familia y junto a la chimenea. De día y de noche, hemos de ofrecer oraciones y
alabanzas y acciones de gracias a Dios, y así ser un sacerdote perpetuamente.
C. H. Spurgeon - El Sacerdocio de los Creyentes
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