ÚLTIMO MENSAJE DE FIN DE AÑO DE SPURGEON, PREDICADO EN MENTON, FRANCIA.
(Tomado de La Espada y la Cuchara, Febrero, 1892)
Queridos amigos:
No soy capaz de decirles mucho en este momento. Me habría encantado invitarlos a orar cada mañana, si hubiera podido reunirme con ustedes, pero no tenía la fuerza suficiente. No puedo evitar decirles algo, en esta última noche del año, a manera de mirada retrospectiva, y tal vez en la mañana del Año Nuevo agregue una palabra a modo de una mirada prospectiva.
Hemos llegado hasta aquí en la jornada de la vida y, estando en la conclusión de otro año, echamos un vistazo atrás. Cada uno debe mirar su propio sendero recorrido. No necesitarán que intente decir finas palabras o frases; cada uno, con sus propios ojos, ha de inspeccionar su propio camino. Entre las cosas sobresalientes que deben ser notadas, están los peligros que hemos escapado. Después que el peregrino de Bunyan hubo atravesado a salvo el Valle de la Sombra de Muerte, la luz matutina se alzó sobre él y, sentándose, miró hacia atrás, al terrible camino que había recorrido. Una vez le pareció algo terrible haber marchado a través de ese valle por la noche; pero cuando lo miró en retrospectiva, y vio los horrores que había escapado, debe de haberse sentido dichoso de que la oscuridad le hubiera ocultado mucho de su peligro cuando se encontraba en medio de él. A nosotros nos ha sucedido algo muy parecido: gracias a Dios, ahora que vemos claramente los peligros, lo hemos pasado sin daños.
Durante el año que concluye esta noche, algunos de nosotros hemos estado muy cerca de las fauces de la muerte, y algunos podríamos haber bordeado el abismo de la desesperación; y, sin embargo, vivimos y esperamos. Nuestro sendero ha estado lleno de pruebas y de tentaciones, y, no obstante, no se nos ha permitido caer. Nuestro corazón ha sido rasgado por conflictos internos, y, a pesar de ello, la fe ha salido victoriosa. Ninguno de nosotros sabe cuán cerca ha estado de cometer algún grave pecado, o de dar un paso en falso.
Demos gracias a Dios por las vidas preservadas, por los renovados consuelos, y los caracteres sin mancha, pues estas vasijas tienen el sello de ‘frágil’, y que no estén quebradas es una maravilla de la gracia.
Desde la última vez que nos reunimos, ¡cuántas personas han muerto! Las pestes y las muertes han estado volando a nuestro alrededor, como balas al calor de la acción, y únicamente Aquel que en tiempos antiguos cubrió la cabeza de David en el día de la batalla, pudo habernos guardado de la muerte. Nuestra vida espiritual sobrevive todavía, y sólo Aquel sostiene a las estrellas en sus órbitas pudo habernos conservado en nuestra integridad. Debe provocar lágrimas de gratitud en nuestros ojos cuando miramos, para citar el lenguaje del Cantar de Salomón, ‘Desde la cumbre de Hermón, desde las guaridas de los leones, desde los montes de los leopardos’.
En lo que a mí respecta, yo no me atrevo a omitir de mi mirada retrospectiva los pecados del año pasado, de los cuales quiero arrepentirme sinceramente. Quien no se reconoce pecador, no se conoce del todo. Quien no siente su propia indignidad, seguramente se ha vuelto insensible o engreído. Los pecados de omisión son los que más me preocupan. Miro al pasado, y recuerdo lo que pude haber hecho y no he hecho: cuántas oportunidades de utilidad he desaprovechado; cuántos pecados he dejado pasar sin censura; a cuántos esforzados principiantes en la gracia he dejado de ayudar. No puedo dejar de afligirme debido a que lo que he hecho, no lo hice mejor, o no lo acompañé con una más humilde dependencia de Dios.
Ahora percibo, en mis cosas santas, fallas en sus comienzos, fallas en su implementación y fallas en su conclusión. Las demoras para comenzar, la dejadez en el acto y la altivez al final, empañan nuestro mejor servicio. ¡Qué lista sin fin constituirían nuestras fallas y defectos! Oh, amigos, cuando examinamos cuidadosamente un año de vida, escudriñando los pensamientos y los motivos y las secretas imaginaciones del alma, ¡cuán humillados deberíamos sentirnos! Cuando recorría las calles de Menton el día de hoy, me sentía abatido por un sentido de pecado; y súbitamente me sobrevino este pensamiento: ‘Sí, y por tanto, tengo mi parte y mi porción en la obra del Señor Jesús, pues Él dijo expresamente: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”’.
¿Por qué murió Jesús? Él murió por nuestros pecados. No habría tenido que morir por los hombres, si los hombres no hubieran pecado. Donde no hay pecado, no hay participación en la ofrenda del pecado. Si no tenemos pecado, no tenemos ninguna conexión con ese Salvador que vino para salvar a Su pueblo de sus pecados. ¿Por quién intercede Jesús? Él intercede por los transgresores. Si yo no soy un transgresor, no tengo ninguna seguridad de que interceda por mí. Todo el sistema de mediación es para hombres pecadores, y como yo estoy consciente de culpa, tengo la garantía, por la fe, de que estoy dentro del círculo de la gracia divina.
Mi fe coloca su mano sobre la cabeza de Aquel que fue nuestro Sustituto y Azazel, y yo veo todos mis pecados y todos los pecados de todos los creyentes, quitados para siempre por Aquel que ocupó el lugar del pecador.
Tus lágrimas han de brotar debido al pecado, pero, al mismo tiempo, el ojo de la fe ha de ver fijamente al Hijo del hombre alzado, como Moisés alzó la serpiente en el desierto, para que quienes son mordidos por la serpiente antigua puedan mirarlo y vivan. Nuestra condición de pecadores es ese vacío en el que nuestro Señor derrama Su misericordia. ‘Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores’. Yo hago descansar mi alma sobre ese bendito hecho. Aunque he predicado a Cristo crucificado durante más de cuarenta años, y he llevado a muchos a los pies de mi Maestro, no tengo en este instante ningún rayo de esperanza excepto el rayo que proviene de lo que mi Señor Jesús ha hecho por los hombres culpables.
“¡Contémplenlo allí! ¡El Cordero sangrante!
Mi Justicia perfecta e inmaculada,
El grandioso inmutable, ‘Yo Soy’,
El Rey de gracia y de gloria”.
¡Un diluvio de luz irrumpe en la escena cuando miramos la historia de nuestras misericordias! ¡Ahora tienen que recurrir a su aritmética! ¡Comiencen ahora a hacer sus cálculos! Piensen en las misericordias grandes y en las pequeñas; en misericordias pasajeras y en misericordias eternas; en misericordias de día y en misericordias de noche; en misericordias que previenen el mal y en misericordias que proporcionan el bien; en misericordias en casa y en misericordias fuera de casa; en misericordias de lecho y de manutención, de ciudad y de campo, de convivencia y de aislamiento. La misericordia afecta cada facultad de la mente, y cada porción del cuerpo. Hay misericordias para la conciencia, y para el miedo y la esperanza; misericordias para el entendimiento y para el corazón y, al mismo tiempo, hay misericordias para el ojo, y la cabeza y la mano. El panorama completo de la vida es de oro con la luz de la misericordia. En el amor de Dios hemos vivido, y nos hemos movido y hemos tenido nuestro ser. Vemos nuevas misericordias cada mañana y vemos misericordias antiguas, como los montes eternos; torrentes de misericordia; océanos de misericordia; hay misericordia para todo y todo es misericordia.
Dios ha sido especialmente bueno conmigo. Me parece que oigo que cada corazón susurra: ‘eso es justo lo que yo iba a decir’. Queridos amigos, no voy a monopolizar esa expresión. Es sumamente válida para mí; no dudo de que sea igualmente válida para cada uno de ustedes. ¿Acaso podemos concebir cómo Dios hubiera podido ser más misericordioso de lo que ha sido? Si ustedes conocen al Señor del amor, de tal forma que moran en Él, y si Su Espíritu mora en ustedes, se unirán conmigo al expresar abundantemente la memoria de Su grandiosa bondad. ¡Cuán portentosa es Su misericordia! ¡Cuán gratuita! ¡Cuán tierna! ¡Cuán fiel! ¡Cuán duradera! ¡Cuán eterna! No, ni siquiera puedo intentar un bosquejo de la bondad del Señor para con nosotros durante el año que ahora se esfuma; cada uno de nosotros debe revisar el registro por sí mismo. ‘¿Cuánto debes a mi amo?’, es una pregunta que debe ser respondida, personalmente, por cada persona, individualmente.
Una cosa más antes de concluir. ¿Cuáles son las lecciones que nuestro Dios misericordioso quiere que aprendamos por todo lo que ha pasado durante el año? Cada uno de nosotros ha tenido su propio orden de disciplina y su línea de aprendizaje; pero no todos han tenido lo mismo. Escrito está: ‘Todos tus hijos serán enseñados por Jehová’, pero no todos los hijos están leyendo la misma página, en el mismo instante.
¿No hemos aprendido a esperar más de Dios, y menos de los hombres? ¿No hemos aprendido a hacer menos resoluciones, pero implementar aquéllas que fueron sabia y devotamente formuladas? ¿No hemos visto más de la inestabilidad de los goces terrenales? ¿No hemos aprendido más plenamente la necesidad de usar el tiempo presente, y la habilidad poseída? ¿No estamos conscientes ahora que ni somos tan buenos, ni sabios, ni fuertes, ni tan constantes como creímos serlo? ¿Hemos sido enseñados a menguar para que Jesús pueda crecer, según el ejemplo de Juan el Bautista, quien clamó: ‘Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe’?
Estas son verdades que vale la pena aprender. No tengo ni tiempo ni fuerzas para sugerirles otras lecciones que la experiencia nos enseña cuando nuestros corazones son vueltos dispuestos para la instrucción divina. Debimos haber aprendido mucho en 365 días. Permítanme únicamente aludir a una verdad que me ha calado.
Durante el año pasado he sido conducido a ver que hay más amor y unidad en el pueblo de Dios de lo que generalmente se cree. No hablo egoístamente, sino agradecidamente. Yo no tenía ninguna idea de que los cristianos de cada iglesia suplicarían, espontánea e importunamente, la prolongación de mi vida. Yo me siento deudor para con todo el pueblo de Dios en esta tierra. Cada sección de la iglesia pareciera competir con todas las demás en el envío de palabras de consuelo para mi esposa, y en la elevación de la intercesión ante Dios a favor mío.
Si alguien hubiera profetizado hace veinte años que un ministro disconforme, y uno muy franco por cierto, sería objeto de oraciones de muchas iglesias parroquiales, y en la Abadía de Westminster y en la Catedral de San Pablo, hubiera sido imposible de creerse, pero así fue. Hay más amor en los corazones de los cristianos de lo que ellos mismos reconocen. Confundimos nuestras divergencias de juicio y las tomamos como diferencias del corazón, pero están lejos de ser lo mismo. En estos días de criticismo infiel, los creyentes de todo tipo serán conducidos a una sincera unidad. Por mi parte, yo creo que todas las personas espirituales ya son una.
Cuando nuestro Señor oró pidiendo que la iglesia fuera una, Su oración fue respondida, y Su verdadero pueblo incluso ahora, en espíritu y en verdad, es uno en Él. Entre el racionalismo y la fe hay un abismo inmensurable, pero allí donde hay fe en el Padre eterno, fe en el Grandioso Sacrificio, y fe en el Espíritu que mora en nosotros, hay una unión viva, amorosa y duradera.
He aprendido también que cuando una iglesia pide con súplicas sinceras, tiene que ser oída, y será oída. Ningún caso es desesperanzado cuando muchas personas oran. La enfermedad más mortal suelta su agarre ante el poder de una intercesión unánime. En tanto que viva, yo soy el la encarnación visible del hecho que, para la oración de fe, presentada por la Iglesia de Dios, nada es imposible. Vale la pena haber estado gravemente enfermo para haber aprendido esta verdad, y haberla comprobado en nuestra propia persona.
En este pequeño círculo, probablemente alguna persona u otra diga: ‘esas no son exactamente las lecciones que hemos aprendido este año’. Tal vez no. Pero si han aprendido algo más sobre Jesús, y sobre Su amor, que sobrepasa todo conocimiento, eso basta. Den gracias si han aprendido incluso un poco acerca de Jesús. No se juzguen a ustedes mismos por los logros de otros que son de más edad o más experimentados, antes bien, regocíjense en el Señor. Bendigan a Dios por la luz de las estrellas y Él les dará luz de luna; alábenle por la luz de luna y Él les dará luz del sol; denle gracias por la luz del sol, y han de llegar todavía a la tierra donde no necesitan la luz del sol, pues el Señor da luz por los siglos de los siglos. ¡Que este año concluya con bendición! Amén.
martes, 8 de marzo de 2011
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1 comentario:
Cada periodo importante de nuestra vida nos invita a la reflexión como es en este caso del gran siervo de DIOS que es Spurgeon y tambien el de su sencillo, pero eficaz discipulo el traductor Allan Roman. Atte. Enrique Anaya
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