sábado, 5 de marzo de 2011

Prefacio del último volumen anual de La Espada y la Cuchara

Prefacio del último volumen anual de La Espada y la Cuchara, escrito a fines de 1891.

Nuestro ministerio en el Tabernáculo ha sido tristemente breve durante 1891. Dio inicio muy felizmente, con rebosantes reuniones, y con personas convertidas que pasaban al frente en grandes números. Y luego las nubes descendieron, y la voz acostumbrada fue silenciada. Sin embargo, posiblemente, no, es más, podríamos decir, seguramente, el Señor ha hecho mayores cosas por medio de la enfermedad y el silencio de Su siervo, que por su salud y por su testimonio verbal. No siempre podemos esperar ver el motivo y la razón de los tratos del Señor, pero, en este caso, ciertos puntos son bastante claros.

LA OBRA QUE SE CENTRA EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO HA SIDO PROBADA. Muchos han asumido que la muerte del pastor sería fatal para la obra que inauguró. Se ha demostrado ya que eso es un mero supuesto. Como Isaac, era ‘ya casi muerto’, pero las instituciones se sostuvieron, y la predicación de la Palabra se mantuvo a través de diferentes hombres de Dios, hasta que al fin vino el hombre (A. T. Pierson) quien ha llenado la gran casa, y ha conmovido el corazón de la multitud por su noble testimonio acerca de la verdad. Los miembros no han abandonado la iglesia y los obreros no han detenido sus manos. Tal experiencia es reconfortante, y es un ensayo práctico de lo que sucederá en otro día, cuando el pastor que ha sido rescatado una y otra vez de las aguas de la muerte, suba en verdad al monte, y duerma y no conduzca más al rebaño a través del desierto.

MUY NOTABLE ES EL HECHO DE QUE SE HA ELEVADO UNA INMENSA CANTIDAD DE ORACIÓN FERVIENTE. Que nosotros sepamos, en ninguna ocasión moderna se han elevado más súplicas a Dios por la vida de un ministro del Evangelio. Por supuesto que nuestro amado pueblo ha sido constante y diligente en sus súplicas; pero ésto fue sólo como una gota en el balde, comparado con la intercesión de millones de personas en todo el mundo. No hay exageración en este cálculo; realmente parecía como si todos los cuerpos de los cristianos, e incluso otros más allá del palio de nuestra santa fe, fueran uno solo clamando a Dios a favor nuestro. Si las oraciones hubieran permanecido sin respuesta, el enemigo habría aprovechado esa gran ocasión para blasfemar. Como han sucedido las cosas, el hecho ha ayudado grandemente a la fe en las mentes sinceras. La preservación de una vida que ya estaba a punto de expirar fue, si no dijéramos ‘milagrosa’, al menos una instancia muy notable de la prevalencia de la oración unida por un caso desesperado. La lección así enseñada por un hecho público no puede perderse en mentes sensatas. Varios pastores han indicado que sus ovejas habían permitido que las reuniones de oración decayeran, pero cuando fueron invitadas para orar en este caso, se reunieron en grandes números, y suplicaron fervientemente por el objetivo especial, y han continuado en el más pleno ejercicio de la oración desde entonces. Vale la pena estar gravemente enfermo si, por ese medio, los hombres se curan de la enfermedad más aguda del descuido de la oración.

IGUALMENTE MEMORABLE ES EL AMOR CRISTIANO LATENTE QUE SE HA MANIFESTADO. Amorosos telegramas y cartas han llovido a cántaros espontáneamente, no únicamente provenientes de amigos muy conocidos, sino, más numerosamente, provenientes de personas de otras denominaciones, de quienes no se hubiera esperado tanta tierna simpatía y preocupación…

Al editor de la revista se le agotan las fuerzas y el espacio, y pacientemente vuelve a recostarse en el sillón al cual está obligado a retornar por los cuidadosos recordatorios de los amigos que lo vigilan. La gratitud a Dios y a todo tipo de amigos hace que broten las lágrimas de sus ojos al momento de escribir. ¡Bendito sea el Señor que nos sana, y benditos sean los corazones que imploraron su agraciada intervención, y bendito sea cada uno de los lectores de estas páginas!

Eso pide

C. H. Spurgeon

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