“No sé” –dice Richard Baxter- “lo que piensen los demás, pero por mi parte estoy avergonzado por causa de mi estupidez y me pregunto cómo es que no trato a mi alma y a las almas de los demás como alguien que espera el gran día del Señor, y cómo puedo dar cabida casi a cualquier otro pensamiento o palabra, pero que asuntos tan trascendentales no absorban totalmente mi mente. Me sorprende que pueda predicar acerca de ellos de manera trivial y fría, y que pueda abandonar a los hombres en sus pecados sin que me acerque a ellos y les ruegue en el nombre del Señor que se arrepientan, prescindiendo del dolor o de las tribulaciones que eso me pudiera costar.
Rara vez me retiro del púlpito sin que mi conciencia me redarguya por no haber sido más denodado y ferviente. Mi conciencia me acusa, no por las fallas estéticas ni por la falta de elegancia, ni por decir alguna palabra ordinaria, sino que me pregunta: ‘¿cómo puedes hablar sobre la vida y la muerte con semejante corazón? ¿Cómo puedes predicar sobre el cielo y el infierno de un modo tan indolente y aburrido? ¿Crees en lo que dices? ¿Hablas en serio o en broma? ¿Cómo puedes decirle a la gente qué cosa es el pecado y cómo puedes hablar de su sufrimiento presente y futuro, sin sentirte afectado por ello? ¿No deberías llorar por estas personas y no deberían tus lágrimas acompañar a tus palabras? ¿No deberías mostrarles sus transgresiones y rogarles y suplicarles que reflexionen seriamente en la vida y la muerte?
En verdad esta es la campanada que la conciencia hace resonar a mis oídos, pero a pesar de ello mi alma soñolienta no despierta. ¡Oh, qué cosa tan terrible es un corazón insensible y endurecido! ¡Oh, Señor, líbranos de la peste de la infidelidad y de la dureza de corazón, porque de otra manera, ¿cómo hemos de salvar a otros de ésto mismo?! ¡Oh, obra en nuestra alma para que nosotros obremos en las almas de los demás!”
Richard Baxter (1615-1691) Teólogo puritano, autor del libro El Pastor Reformado.
sábado, 26 de marzo de 2011
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