Menton, 23 de Diciembre de 1883
Queridos niños:
Me agrada creer que todos ustedes están llenos de alegría y de regocijo el día de hoy. Debemos agradecer a Dios por darnos el Orfanato y luego por darnos gentiles amigos que piensan en nuestras carencias diarias y, luego, también, por encontrar otro conjunto de amigos que nos alegran el día de Navidad. Pueden ver que el Señor no sólo nos envía nuestro pan de cada día, sino algo más. Bendigamos juntos el nombre del Grandioso Padre. Yo no sé cómo podrían agradecerle mejor que convirtiéndose en Sus propios hijos amados al creer en Su Hijo Jesús. Espero que cada uno de los niños y de las niñas sea encontrado creyendo en Jesús, amando a Jesús y sirviendo a Jesús.
Yo estoy a mil seiscientos kilómetros de distancia de ustedes, pero mi amor les llega con sólo dar un gran salto. Han pasado unos cuantos minutos después de las siete de la mañana del día domingo, el sol acaba de salir, y el mar parece plata derretida. Hay unas rosas muy hermosas en mi habitación, y justo fuera de la ventana hay naranjas y limones. No me envidien, pues yo sé que las naranjas están agrias; en cambio, las naranjas que ustedes recibirán hoy serán dulces. No se olviden de dar tres ¡hurras!, para el señor Duncan. Yo voy a escuchar atentamente entre la una y las dos de la tarde del día martes, y si oigo sus voces, voy a cabalgar hasta ustedes sobre la luna, y voy a descolgarme del techo. ¡Eso está por verse! Sean muy felices y amables entre ustedes. No les den a las matronas ni a los directores ningún problema en ningún momento. Obedezcan inmediatamente todas las reglas del señor Charlesworth, háganle feliz, y entonces, tal vez, él se pondrá fuerte.
Que Dios los bendiga, mis queridas niñas y niños. Tres ¡hurras!, para los encargados del Orfanato. Nada más, excepto mi más profundo amor.
C. H. Spurgeon
domingo, 12 de abril de 2009
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